El último viajecito que hacemos este año por tierras europeas ¿no? Bueno, salvo que tengáis algún viaje de placer programado. Pero de trabajo, "de trabajo reposteril", es el último vuelo del avión de #reposterasporeuropa.
Y justo cerramos el año con un destino, para mi, fantástico. Porque si el mes pasado os hablaba maravillas de Bélgica y de su repostería, este mes no pienso quedarme corta hablándoos de Turquía y más concretamente de Estambul.
Ya hace tiempo que viajé a la antigua Constantinopla y prometí que volvería porque me pareció una ciudad fascinante, exótica, colorida y que proporciona un sinfín de olores, contrastes y sensaciones. Estambul es una ciudad bulliciosa, con muchísima gente siempre por la calle, tanto de día como de noche. Con un tráfico caótico y muy ruidosa.
Aún así, pasear por Estambul, es una maravilla. No saber qué te vas a encontrar al doblar la esquina de la siguiente calle. Pero el corazón de Estambul se mueve entre la Mezquita de Santa Sofía, la Mezquita Azul, el Palacio de Topkapi y la Cisterna de la Basílica, magnífica obra de ingeniería y en la que se encuentran dos columnas con la cabeza de la medusa, famosa imagen del logotipo de la marca Versace.
También resulta imprescindible dirigirse al puente Gálata en el que está localizada la famosa torre con su mismo nombre y desde la cual las vistas de la ciudad y del Bósforo son impresionantes (al atardecer un verdadero espectáculo): el mejor mirador de Estambul.
Y al Gran Bazar si lo que queréis es comprar, con su multitud de tiendas en las que puedes encontrar casi de todo (yo en contra de lo esperado, no pasé demasiado tiempo allí). Me parecía tanto y tan bonito lo que me ofrecía la ciudad, que me dediqué más a disfrutar que a comprar.
Y ya que vamos a empezar a entrar en ambiente gastronómico, es indispensable visitar el Mercado Egipcio o Mercado de las Especias. Colores, olores, sabores todo multiplicado por una intensidad diferente a la que estamos acostumbrados. ¡Me fascinó!
Las especias en montones perfectos, los frutos secos, los dulces... Encontraréis muchos tipos diferentes de tés, el de manzana que se bebe muchísimo y que te sirven cuando entras en algunas tiendas, el café turco o el sahlep que es una bebida típica.
Diferentes tipos de pimientas (yo me traje unos cuantos), cardamomo, anís estrellado, pimentón, azafrán turco, mezclas de especias turcas para todo, menta, vainilla, piñones turcos, hasta caviar que te lo preparan en unas neveritas de porexpán para que lo traigas de vuelta a España sin problema.
Pero vuelvo a irme por las ramas (que conste que ya os había avisado). Y es que toca hablar de dulces, de dulces turcos. El archiconocido dulce turco por excelencia es la baklava o pastel de frutos secos, generalmente nueces o pistachos y pasta filo, que está bañado de almíbar o jarabe de miel.
Otros postres típicos son el tulumba que son una especie de churros de masa sin levadura que se fríen y después se bañan en almíbar, el muhallebi o pudin cremoso, el sutlaç o arroz con leche turco, al que se le añadía agua de rosas para potencias su sabor, el komposto o compota de frutas, los dondurmas o helados turcos, el más famoso el maraş dondurmasi hecho con leche de cabra, azúcar y sahlep, los burma y revani, que son pasteles de canela y sémola respectivamente, las ekmek kadayifi parecidas a nuestras torrijas y por supuesto los lokum o delicias turcas, que son una especie de caramelos de goma elaborados con zumos de frutas y algún gelificante. Algunos llevan frutos secos y están espolvoreados con azúcar glas.
Pero ninguno de estos postres ha sido el elegido. Un buen día me topé con este bizcocho y me pareció tan original que me dije a mi misma que tenía que probar a hacerlo, y dicho y hecho, aquí lo tenéis. Es un postre originario turco que se llama Ispanakli Kek que significa pastel de espinacas.
Es un pastel muy popular en Turquía y también en Polonia, quizás por ese color verde tan bonito que tiene o porque está elaborado con ingredientes al alcance de todos. Así de entrada no suena muy apetitoso que digamos, pero nada más lejos de la realidad. Es un pastel riquísimo, muy húmedo y jugoso, con el punto justo de dulzor y un delicioso sabor a limón.
Se conoce con el nombre de "Musgo del bosque" y existe otra versión que se decora con semillas de granada por encima. La receta que os enseño a continuación, la encontré en este blog polaco. Algunas cantidades las he modificado.
Ingredientes
Para los bizcochos
- 350 gr. de espinacas picadas, congeladas
- 3 huevos tamaño L
- 200 gr. de azúcar glacé
- 240 ml. de aceite de girasol
- 280 gr. de harina
- 3 cucharaditas de levadura
- 2 cucharadas de zumo de limón
- Ralladura de 1 limón
Para la crema
- 250 ml. de nata líquida para montar 35% M.G.
- 135 gr. de queso mascarpone
- 1 y ½ cucharadas de azúcar glacé
- Ralladura de limón (al gusto)
- Frambuesas (para decorar)
Elaboración
Primero descongelamos las espinacas (sin cocerlas) en el microondas o en agua hirviendo y las escurrimos bien para que no tengan agua. Yo he utilizado unas espinacas ya precortadas, en pequeñas porciones, lo que hace más fácil pesar la cantidad exacta.
Tamizamos la harina y la levadura. Reservamos.
Precalentamos el horno a 165º C y engrasamos dos moldes desmontables de 18 cm.
En el vaso de la batidora de pie ponemos el azúcar y los huevos y batimos durante unos 3 minutos hasta que aumenten de volumen y la mezcla quede esponjosa.
Bajamos un poco la velocidad y añadimos el aceite poco a poco sin dejar de batir.
A continuación incorporamos las espinacas bien escurridas, la ralladura de limón y el zumo de limón y seguimos batiendo hasta que se mezclen bien todos los ingredientes.
Por último añadimos la harina y la levadura y mezclamos con ayuda de un espátula con movimientos envolventes hasta que la mezcla sea homogénea.
Dividimos la masa en dos partes iguales y la vertemos en los moldes. Horneamos unos 40 minutos o hasta que introduciendo un palillo en el centro del bizcocho, éste salga limpio.
Dejamos enfriar sin desmoldar unos 10 minutos. Pasamos a una rejilla y dejamos que los bizcochos se enfríen por completo.
Los bizcochos se pueden hacer el día anterior y cuando estén fríos, los envolvemos en papel film para que no se sequen hasta el día siguiente.
Para hacer la crema, batimos el queso mascarpone con el azúcar y la ralladura de limón hasta que estén perfectamente integrados. Reservamos.
Con ayuda de unas varillas eléctricas, montamos la nata. Cuando se formen picos, la vamos incorporando poco a poco a la mezcla de queso con ayuda de una espátula con cuidado para que no pierda volumen, y llenamos una manga con una boquilla de estrella abierta. Podemos refrigerar un poco la crema antes de rellenar la tarta.
Para montar la tarta colocamos el primer bizcocho sobre un plato o cake stand. Vamos haciendo rosetas de crema de queso con la manga, hasta cubrir toda la superficie del bizcocho. Os recomiendo que hagáis las rosetas bien pegadas las unas a las otras para que el relleno quede por igual. Colocamos el otro bizcocho encima.
Para decorar la tarta podemos hacer unas rosetas con la crema de queso y colocar encima unas frambuesas. También podemos utilizar unas hojas de espinacas frescas, fresas…, etc.
Un pastel maravilloso ¿a que sí? Prometedme que lo vais a probar. De verdad os digo, que no os vais a arrepentir. También se presta a hornear el bizcocho en formato cupcakes y luego decorarlos con la crema de queso por encima.
Además con este pastel participo en el "Concurso de recetas para celebrar el 90 Aniversario de Le Creuset", organizado por Claudia & Julia y Top Chef La Revista.
De repente se me ha ocurrido (será cuestión de probar) que si preparamos una crema de queso, con un queso más fuerte, sustituyendo la nata por queso crema, y añadiendo un poco menos de azúcar, podemos conseguir un pastel salado apto como entrante.
¡Da igual! Hacedlo como más os guste, pero hacedlo y luego me contáis, qué os ha parecido. Espero que os haya gustado la receta de hoy. ¡A mi me ha encantado!