El estado de Israel hoy en día recibe el desprecio de
algunos y es tolerado por el resto por su política de apartheid y su brutal opresión a los
palestinos indígenas. Sin embargo, más allá de este conflicto notorio,
existe una epidemia racista subyacente dentro del Estado de Israel.
Israel, con una población poco más de 8 millones de
habitantes, tiene una minoría de etíopes Judíos (falashas) que representan
aproximadamente 135.000 de sus ciudadanos. No hay ni la más sombra de duda
de que los etíopes Judíos negros en la sociedad israelí son marginados y tratados de manera muy diferente al
de la mayoría de Ashkenazi y Judios sefarditas.
Ha habido numerosos casos de manifestantes nacionalistas que
han acosado a barrios de mayoría etíope. Esta
discriminación no se basa simplemente en unos pocos extremistas, sino que
incluso miembros de la Knesset israelí (Parlamento) han demonizado a los inmigrantes
africanos. Un destacado miembro del ala derecha del partido Likud de Israel,
Miri Regev, llamó a los inmigrantes negros un "cáncer
en nuestro cuerpo”. Más
allá de la retórica racista, los hechos ejemplifican la discriminación. El
30% de los encarcelados menores de 18 son etíopes. El 40% de todos los
etíopes que están en el ejército israelí (todos los hombres mayores de edad en
Israel son reclutados por ley) han estado en prisión.
En 1996, miles de Judíos etíopes protestaron y se
enfrentaron a la policía cuando se enteraron de que la sangre que habían donado
fue desechada a causa del miedo de que estuviera contaminada con el SIDA. Aún
más atroz a destacar es el hecho de que se comprobó que las mujeres judías
etíopes fueron administradas con Depo-Provera , un anticonceptivo
hormonal, para evitar que tuvieran hijos. En un artículo
de febrero de 2013 de ElPais podíamos leer:
El escándalo saltó hace unos días
cuando una treintena de estas mujeres ofrecieron su testimonio en un programa
de la televisión israelí que intentaba dar respuesta al descenso de más de un
20% en la tasa de natalidad de esta comunidad, tal y como denunció un informe
elaborado por distintas ONG. “Nos dijeron que la gente que daba a luz muchas
veces sufría. Tomábamos la inyección cada tres meses. Nosotras no queríamos”,
narraba ante las cámaras una de las etíopes que llegó a Israel hace ocho años.
A la mayoría de estas mujeres,
que son acogidas al llegar en los llamados “centros de absorción” durante meses
o incluso años según su grado de adaptación, ya se les administraba, de acuerdo
a sus testimonios, el anticonceptivo inyectable en los campamentos que la
Agencia Judía gestiona en Etiopía, de paso ineludible antes del traslado a Tel
Aviv.
Curiosamente, este tipo de práctica eugenésica fue generalizada
por nada menos que la Alemania nazi.
El 27 de abril, se dio a la luz un video de un ciudadano
etíope brutalmente golpeado por dos policías. Esto llevó a miles de
etíopes manifestarse en las calles de la capital de Israel exigiendo
justicia para, no sólo el incidente de brutalidad policial, sino por la
opresión generalizada a los inmigrantes judíos africanos de Etiopía.
No sólo los políticos de extrema derecha israelíes
mantuvieron silencio sobre estos incidentes, sino que incluso los partidos de
izquierda que supuestamente apoyan los derechos civiles de las minorías se han
negado a pronunciar una palabra.
Es aún más sorprendente darse cuenta de que el Estado de
Israel basa su justificación para la existencia en base a la discriminación
histórica de que los Judíos eran minoría en Europa, sin embargo, no parece
tener problemas cuando son ellos los
discriminantes. Aquellos que no aprenden de la historia están condenados a
repetir los errores del pasado.
Los recientes eventos y protestas que ocurren en Israel son un microcosmos de lo que está sucediendo a nivel internacional. Las crisis, ya sea en Ferguson, Baltimore, Kurdistán, Myanmar o Tel Aviv, son ejemplos de la violencia del Estado contra sus ciudadanos más pobres y desfavorecidos.