El quinto día en Israel fue, con diferencia, el día que más madrugamos; y es que puesto que a las 7:30 teníamos que estar en el santo sepulcro para la celebración de la misa en su interior, nuestro despertador sonó cerca de las 6:30.
Exterior del santo sepulcro
A modo informativo, del santo sepulcro debéis saber que está en una iglesia gigante dentro de la cual, además del santo sepulcro en sí, están tanto el Gólgota como una piedra en la que se presume enbalsamaron a Jesús tras su crucifixión. De cada una de estas "partes", a pesar de haberlas visto en momentos diferentes -el santo sepulcro y la piedra la vimos por la mañana, mientras que el Calvario lo vimos al mediodía-, hablaré a continuación: sobre el Gólgota, conocidísimo lugar en el que crucificaron a Jesús, hay que comentar que a pesar de lo que se pudiera pensar -por eso de que en las películas aparece como una montaña hecha y derecha-, para llegar a "la cima" sólo hay que subir un par de tramos de escaleras que están a la entrada del templo, allí, además de una cantidad masiva de gente, nos encontramos con una representación de la crucifixión. Justo a sus pies no encontramos con la piedra del embalsamamiento, de la que me llamó especialmente la atención la cantidad de personas que, en un acto de devoción intenso, se arrollidaban, rezaban y pasaban telas por encima. En el centro del templo y a diez pasos mal contados del monte, nos encontramos con el multimentado santo sepulcro, que es donde depositaron el cuerpo de Jesús una vez lo bajaron de la Cruz y el lugar en el que resucitó. En este sitio no dejan hacer misas a grupos, ya que el espacio es sumamente reducido (ya que el santo sepulcro está en una habitación en la que no caben más de cuatro personas, que a su vez está dentro de otra en la que a lo sumo entran doce), pero como el nuestro era un grupo pequeño de catorce personas, nos dejaron celebrarla en su interior.
Piedra del embalsamamiento
Santo Sepuclro, entrada a la habitación "mediana", que da acceso a la sala pequeñita
Aquí se puede apreciar la entrada a la sala pequeña dentro de la mediana
Calvario
El arco "dorado" que se puede ver en la foto es la entrada al Calvario
Después de la celebración de la ceremonia, fuimos a desayunar al hotel para a continuación encaminarnos la casa de santa Ana, donde está la otrora conocida como "piscina probática" o "piscina de Bethesda", en la que según dicen los antiguos, si te metías en sus aguas sanabas de cualquier enfermedad; y donde acaeció uno de los milagros de Jesús, el de la sanación del paralítico. ¿Os acordáis de los africanos del segundo día?, los que nos echaron una carrerilla hasta el bus y por sorprendente que siga pareciendo les ganamos, pues nos los encontramos de nuevo, en esta ocasión estaban dejándose los pulmones y las cuerdas vocales cantando en la iglesia, como más o menos podéis comprobar en el mini-vídeo que grabé antes de ver las excavaciones de la piscina:
Exterior de la iglesia de santa Ana
Interior de la Iglesia de santa Ana
Ruinas y excavaciones de la piscina probática
De aquí fuimos caminando hasta la iglesia de la flagelación y la iglesia de la columna, situadas una frente a la otra y con un interior bastante austero, fue aquí donde empezamos el Via Crucis, continuándolo a través de las distintas estaciones marcadas a lo largo de la Vía Dolorosa, donde nos cruzamos con algún que otro grupo haciendo lo mismo que nosotros, y con otros haciendo un Vía Crucis hardcoriano, siendo así por mí llamado por cargar sobre sus hombros una cruz de madera de tamaño para nada deleznable. En relación a la Vía Dolorosa, son una serie de calles por las que pasó Jesús cargando la cruz durante la Pasión que a día de hoy -o al menos cuando yo estuve por allí-, están llenas de tiendas y pequeñas iglesias. Como recomendación os diré que si queréis comprar algún objeto religioso -cristiano- por allí, no lo hagáis en estas tiendas, y decidle a vuestro guía que os lleve a san Salvatore, que es la casa de los frailes franciscanos, donde venden un poco de todo a la mitad de precio.
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Tras el Via Crucis fuimos a san Salvatore a hacer unas comprillas y a ver al padre Artemio Vitores -para quien vea el programa españoles por el mundo, y viera el que hicieron de Jerusalén, este hombre es el fraile al que entrevistaron-. Tras disfrutar brevemente de su compañía, presentarnos a sus pajarillos, hacer unas compras y con la promesa de volver por la tarde para charlar un ratico con él, volvimos al santo sepulcro para justo a continuación irnos a comer... ¡¡unas pizzas!!, sí, sí, pizzas en Jerusalén y estaban buenérrimas, he dicho. Es más, tan ricas estaban que repetimos al día siguiente, aunque en una pizzería diferente.
Pizzería de Jerusalén en la que comimos
Por la tarde y con el estómago lleno pero sin hacer ruidos raros por primera vez desde que llegué a Israel, nuestro camino nos llevó a Ein Kerem, un pueblecito la mar de mono en el que nació Juan el Bautista, donde tras subir MUCHAS escaleras llegamos a la basílica de la Visitación y tras verla fuimos a la otra punta del pueblo para otear la Iglesia de san Juan, que como detalle os comento que está edificada sobre un antiguo templo de Mercurio (el Dios romano) y que en las paredes de su interior están revestidas con azulejos importados desde España.
Exterior de la basílica de la Visitación
Interior de la iglesia de san Juan
Dejando el pueblo, y por votación popular -ya que según el itinerario tocaba ver un museo que a nadie le resultaba interesante-, acudimos a Yad Vashem, o lo que es lo mismo, el museo del holocausto. Un lugar en el que entré esperando encontrarme cualquier cosa, y más tras recibir un aluvión de preavisos de que lo allí expuesto era muy hardcore y que, sin intención de quitarle la dureza a las exposiciones, no ví nada que no hubiera visto en una película en la que se aborde el lamentable tema del holocausto judío; y es que el museo está lleno de relatos de personas que sobrevivieron, de documentales explicativos del proceso que llevó al odio acérrimo de los alemanes a los judíos, de ropa y zapatos de los judíos que estaban allí presos, de vainas que en otro tiempo contuvieron gas letal, de calles importadas de los campos de concentración, de muestras de la publicidad antisemita, de ejemplares de libros nazis -de hecho, hay un par de ejemplares de Mein Kampf, o Mi Lucha, el libro que escribió Adolf Hitler en el que explicaba las bases del nazismo- y monumentos a los fallecidos. En conclusión: la visitilla al museo -que fue bastante express, ya que cuando entramos quedaban tres cuartos de hora para que cerraran el lugar-, fue una experiencia más para reflexionar que para impresionar, posiblemente porque después de la cantidad de violencia y crueldad intolerable que se ve hoy día en la televisión, impresionar e impactar sin recurrir al gore es algo prácticamente imposible.
Exterior del museo del holocausto
Dejando el museo atrás, volvimos a Jerusalén, donde para cumplir con lo prometido al padre Artemio por la mañana, fuimos de nuevo a visitarlo para tener un coloquio en el que tras explicarnos la labor de los frailes franciscanos en Jerusalén, remarcar la importancia de las peregrinaciones de cristianos a Tierra Santa, preguntarnos por nuestro viaje, hacernos una fotillo y darnos un regalico, pusimos punto y final a la jornada retornando al hotel.