El IV Congreso de la AEN – Asociación de Escritores Noveles fue interesantísimo en su conjunto. De todas las sesiones desarrolladas durante los tres días, los asistentes extrajimos aprendizajes útiles, pero, obviamente, y sin ánimo de establecer rankings, hubo algunas que sobresalieron.
Desde mi percepción subjetiva, la ponencia sobre comunicación oral fue de las más destacadas, por su contenido y, sobre todo, por la calidad expositiva de sus protagonistas: Diana Rubio y Laura Ruiz.
Desde luego, la manera de conducir la sesión, la segunda del congreso, fue un ejemplo perfecto de lo que pretendía transmitirnos; es decir, de la importancia, a menudo menospreciada, de la forma de comunicar oralmente, de ser capaces de seducir a la audiencia. Como escritores, en un tiempo en que el contacto directo con los potenciales lectores es fundamental, si queremos que nuestros libros se vendan, debemos ser buenos comunicadores, y eso incluye la comunicación oral.
No sólo para seducir a futuros lectores y mantener el interés de quienes ya han leído alguna de nuestras obras, sino también, se me ocurre, para dirigirnos al resto de actores que intervienen en el sector: editoriales, librerías, agentes literarios… Nos guste más o menos, la realidad del momento que vivimos es que la imagen que transmitimos es un elemento fundamental, y en la configuración de esa imagen juega un papel protagonista nuestra capacidad comunicativa.
Como decía, la exposición de Laura y Diana fue un ejemplo perfecto de puesta en práctica de lo que pretendían transmitir. Estoy seguro de que la mayoría de congresistas estarán de acuerdo conmigo en que difícilmente se podrían haber encontrado voces y miradas más seductoras para hablar de comunicación oral.
Tanto Laura como Diana son unas cracks a la hora de comunicar. Psicóloga y escritora la primera, le brillan los ojos cuando explica la forma como acerca la literatura a los más jóvenes y esta despliega su capacidad integradora; en sus historias, cualquiera puede ser un héroe, no hay limitación ni diferencia que lo impida. En la montaña de libros que tengo pendientes, su última obra, Viento del Norte, protagonizada por un grupo de amigos que quieren convertirse en piratas para enfrentarse a los matones del instituto, muy pronto será la próxima lectura que compartiré con mi hijo. Estoy seguro de que nos encantará.
Diana Rubio es una celebridad en el mundo de la comunicación política y empresarial. No me voy a poner a enumerar el reguero de galardones y distinciones que colecciona (en su página web los encontraréis), pero lo que sí diré es que, tras disfrutar de la manera como nos cautivó a todos con su ponencia, no me cabe duda de que son todos merecidos.
A quien crea que me estoy pasando haciéndoles la rosca (y a quien no, también), lo invito a ver el vídeo completo de la sesión (al final del artículo), que, igual que el resto del congreso, grabó la social media del evento, Vanesa García.
Laura Ruiz inició su intervención recordando que el rol del escritor ha cambiado muchísimo en los últimos años. Ya no es suficiente con tener una buena obra entre las manos, sino que hay que buscar la manera de que destaque entre montones de buenas obras. El autor, pues, tiene que conseguir captar la atención, que la gente quiera leerla y luego recomendarla.
Antes de que el libro llegue a manos del lector, hemos de causar una buena impresión. «La imagen que damos la primera vez es fundamental», subrayó. Es lo que puede marcar la diferencia entre que el público se vaya o se quede a escucharnos. «Hay que captar la atención y dejar huella. Se decidirán a leernos porque transmitimos algo, porque tenemos carisma y algo interesante que explicar».
Diana Rubio ofreció algunas claves para lograr una comunicación oral efectiva, y remarcó los principales aspectos que hay que evitar o corregir para llegar a la audiencia de la forma «más transparente posible».
Entre las barreras que impiden una comunicación efectiva se encuentran las contextuales, las físicas, las psicológicas, las semánticas y las culturales. Hay que aprender a «venderse» y a dominar las técnicas que nos convertirán en un buen orador en lugar de en un charlatán.
Diana remarcó la importancia de preparar, y practicar, un buen discurso siempre que tengamos que dirigirnos a una audiencia a la que queremos convencer de que lea nuestras obras. Aunque la mayoría estemos acostumbrados a que a las presentaciones acudan, sobre todo, familiares y amigos, tenemos que estar preparados para que el público lo compongan mayoritariamente desconocidos. Creo que es a lo que todos aspiramos, a dirigirnos a una sala repleta de gente anónima que se lanzará a por nuestras obras después de escucharnos.
Pues bien, el discurso exitoso depende, entre otros factores, de la argumentación, la estructuración, la variedad de contenidos, su dosificación y la coherencia expositiva. Lo recomendable es tenerlo bien preparado, pero ni memorizarlo ni leerlo, sino hacer una exposición natural, que deje espacio a la improvisación.
Es importante tener clara la información relevante, qué queremos transmitir, y hacerlo sin andarnos por las ramas, pero ilustrando el discurso con anécdotas y fragmentos del libro, cosa que nos ayudará a conseguir la empatía del público, a emocionar y a enganchar.
Pero no sólo hay que poner atención en lo que decimos; en un evento público, la comunicación no verbal dice tanto o más que la palabra. ¿Qué debemos tener en cuenta? La posición y gesticulación de las manos; la mirada, que hay que saber adaptar al registro comunicativo en que nos encontremos (social, íntima, de negocios), y acompañarla de una sonrisa «genuina y sincera». Sí, porque las sonrisas «profidén» echan para atrás. La postura corporal y la vestimenta también son elementos clave. «No debemos perder nuestra esencia, pero hay que saber adaptar la indumentaria a la situación», sintiéndonos cómodos.
Ya está todo listo. Tenemos discurso, sabemos cómo transmitirlo y cómo acompañar las palabras con los gestos. Ahora falta poner la atención en el vehículo de transmisión: la voz. «La voz transmite nuestra personalidad y nos diferencia del resto. Todos tenemos diferentes tonos de voz, así que hay que saber aprovecharlos», destacó Diana.
La entonación es lo que nos va a permitir mantener la atención de la audiencia a lo largo de la intervención. Hay que controlar la velocidad (125 palabras por minuto es lo ideal), dominar los silencios, y no renunciar a nuestro acento. ¿Por qué tratar de disimular lo que conforma una seña de identidad? A mí, que no tengo un acento regional característico, pues aunque soy catalán mi familia es de origen andaluz y extremeño, me encanta escuchar la riqueza de matices que distingue a los diferentes acentos.
Por último, la experta en comunicación oral nos dio algunos truquillos para controlar los inevitables nervios que acompañan a una intervención en público: pensamiento positivo, relajación física a través de la respiración (hicimos un relajante ejercicio práctico), contar mentalmente una secuencia de números no habitual (es decir, no del uno al diez), beber agua, prever preguntas que nos puedan hacer, o mirar a los asistentes que asientan o sonrían (lo que nos insuflará confianza).
¿Y qué pasa si nos quedamos en blanco? Lo mejor es reconocerlo; sin duda, mejor que poner cara de circunstancias y quedarnos bloqueados buscando las palabras olvidadas. A partir de ahí, tratar de transmitir la idea con otras palabras, saltarse ese punto del guion, buscar un ejemplo, resumir lo expuesto hasta el momento, o hacer preguntas al auditorio.
Yo no me quedo en blanco, pero es suficiente por hoy. Os dejo con el vídeo de la sesión, que, insisto, vale mucho la pena. Luego me decís si ya teníais en cuenta todo lo apuntado por Diana Rubio o si pensáis aplicar sus consejos.
Quien no necesita revisar sus técnicas comunicativas es el protagonista de la próxima crónica, el escritor y cuentista profesional Paco Abril, otro seductor nato, que nos robó el corazón a todos con su homenaje a la magia de los cuentos.
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