Me ha gustado mucho el libro El autoritarismo científico, escrito por el Doctor en Medicina y jefe de la sección de Bioquímica del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña, Javier Peteiro. Creo, como le expuse en mi correo de contacto para hacer esta entrevista, que va a marcar un antes y un después en el ámbito de la divulgación científica. Me ha parecido honesto que critique lo que denomina “pseudociencias” y al mismo tiempo y sobre todo el cientifismo que él llama cientificismo.
“Acabo de estar viendo su blog -me explicó- y me parece muy interesante el planteamiento genérico subyacente a él de ‘dudar de todo’. Esa es o debiera ser la postura del método científico. No tanto como duda absoluta, como duda -creencia-, sino como planteamiento abierto al debate razonado y a la fuerza de los hechos. Y esa debiera ser la postura de cualquier ciudadano, un moderado escepticismo inicial hasta que suficientes elementos de juicio orienten el planteamiento propio“. Como veis, ya desde nuestra primera toma de contacto se nota que es un hombre de ideas claras, limpias y dispuesto para el debate. “Creo que vivimos en una época que hace necesario más que nunca el debate, especialmente en el contexto del ataque que se está haciendo a la educación y especialmente a la humanística“.
De acuerdo con él, le mandé unas preguntas que ha respondido con tanta pasión y profusión que sus respuestas voy a publicarlas en dos días consecutivos dada la extensión de las mismas.
-Comienzas tu libro tratando sobre lo que denominas las falsas ciencias o “pseudociencias” ¿cuales son estas y por qué no son ciencias?
Son pseudociencias aquellas creencias o afirmaciones que se presentan como científicas pero que no se sostienen en el método científico. Con frecuencia se revisten de modo inadecuado de términos científicos: “energía” de los cristales o sanación “cuántica”, por ejemplo. A veces la carencia de base empírica se trata de suplir por la autoridad de científicos involucrados en muy escasos experimentos realizados y no reproducidos (tal sería el caso de Benveniste o incluso del premio Nobel Luc Montagnier en apoyo de la homeopatía). Las pseudociencias abarcan un amplio espectro, desde los supuestos rastros arqueológicos de alienígenas hasta numerologías extrañas o terapias alternativas.
No basta con una teoría aparentemente coherente de lo observable; se necesita el aval empírico. La Ciencia auténtica se basa en un método insensible a prejuicios por lo que no basta con que alguien descubra algo; lo observado, lo experimentado, ha de ser reproducible, comprobable por otros. Y es desde esos datos como se destruyen, modifican o construyen teorías. Por el contrario, las pseudociencias suelen mantener un anacronismo dogmático en la esperanza infundada en que avances científicos futuros probarán su hipotética verdad.
En el caso de pseudociencias médicas, se oye habitualmente la expresión “a mí me fue muy bien con tal producto o con tal práctica”. Eso es creíble, pero es anecdótico. Para que un medicamento sea reconocible como tal es preciso que funcione mejor que nada o, dicho de otro modo, que sea superior al placebo. Eso supone la prueba estadística, el contraste de hipótesis en forma de ensayo clínico que revelará o no su pretendida eficacia. Algo análogo ocurre con los factores de riesgo; no basta con asumir, por ejemplo, que los móviles son perjudiciales, hay que probarlo y, en caso afirmativo, estudiar la magnitud del efecto potencial. Hay que tener en cuenta, no obstante, que la Medicina no es mera ciencia aplicada; supone una relación clínica y no es descartable que en ciertos casos una relación diagnóstica sea a la vez terapéutica. La palabra puede ser curativa aunque la acompañe un medicamento ineficaz. En ese sentido, médicos que practican terapias alternativas pueden obtener, según los casos, resultados beneficiosos. Hay también una cuestión de grado; nadie en su sano juicio intentaría tratar un cáncer con productos homeopáticos.
Lo irracional y lo fantástico mantienen su atractivo, sigue habiendo gente que visita a astrólogos y hay quien se comunica con muertos o es abducido por naves extraterrestres. Creo que era Shermer quien afirmaba que la existencia de fenómenos extraordinarios requiere de pruebas extraordinarias. Tal sería el caso, por ejemplo, de potenciales visitas de alienígenas o la comunicación con muertos. No basta con testimonios aislados de pilotos aéreos, ni con afirmaciones de mediums por muy serios y honestos que sean.
Me gustaría llamar la atención sobre una actitud pseudocientífica pretendidamente escéptica, el negacionismo, consistente en ver oscuros intereses por todas partes. Ocurre en el caso de las vacunas. Es cierto que se han dado tristes exageraciones e incluso abusos en esta cuestión (la gripe A ha sido un buen ejemplo), pero es innegable el efecto beneficioso que los programas de vacunación han tenido en la lucha contra las grandes epidemias que asolaban a la humanidad. La creencia en la asociación entre vacunación y autismo, por ejemplo, refutada científicamente, ha privado a niños de defensas contra enfermedades potencialmente terribles y no ha influido en la prevalencia del autismo.
-¿Qué es el cientificismo -es lo mismo que cientifismo-?
Creo que podemos considerar sinónimos los términos cientismo, cientifismo o cientificismo. Elegí este último porque es el recogido por la Real Academia, con varias acepciones. El cientificismo es, desde mi punto de vista, una exageración, la creencia en que la Ciencia es la única posibilidad de conocimiento y la única fuente de esperanza. Hay cientificismo cuando se hace una extrapolación injustificable, acientífica, desde el conocimiento científico en un campo. Quizá el caso más obvio sea la creencia en Dios. Hay científicos ateos, agnósticos y teístas. Un gran escéptico como Martin Gardner se confesó creyente; no tiene que ver una cosa con la otra. Lo que no es honesto, desde mi punto de vista, es avalar una creencia personal con argumentos científicos. Hay dos ejemplos claros, Dakwins predicando su ateísmo y Tipler haciendo lo contrario, pero Dios no es un observable científico; dicho de otro modo, su interés científico es sencillamente nulo.
Pero hay un cientificismo mucho más peligroso, el de un reduccionismo simplista de todo lo humano, el ver en la depresión o en cualquier estado de ánimo sólo un balance de neurotransmisores, el de tratar de resucitar una frenología al confundir correlatos de imagen cerebral funcional con relaciones causales locales, el de un geneticismo extremo. No es nuevo; ya hace años se asoció la dotación XYY a la criminalidad. Ahora que se han descartado en general asociaciones monogénicas con comportamientos complejos, persiste el intento de buscar asociaciones mediante aproximaciones de “fuerza bruta” tipo “genome wide”. Si bien es legítimo tratar de encontrar componentes bioquímicos o alteraciones neurobiológicas subyacentes a un trastorno psíquico, no lo es asumir sin más una causalidad simple no comprobada, un “no es más que…”
Sin embargo, desde postulados biologicistas no fundamentados, asistimos a una medicalización injustificable de la conducta y a una esperanza ciega en que se acabarán encontrando los genes responsables o regiones cerebrales afectadas aunque no exista una base real que lo haga previsible.
En ese cientificismo naïf subyace la negación de la libertad y de la responsabilidad de cada cual. Uno sería como es por sus genes, por sus neuronas o por sus neurotransmisores y así sería visible, comprensible, incluso predecible, mediante la imagen cerebral funcional o el estudio genético.
En realidad, aunque compartan rigor metodológico, hay Ciencias en plural más que Ciencia. No es lo mismo la Física con capacidad de predicción, que la Biología, más bien narrativa. Hay quien diferencia, precisamente por esa posibilidad predictiva, entre ciencias duras y ciencias blandas. Es importante, porque, si bien el comportamiento de una estrella es predecible desde sus condiciones iniciales y de contorno, el comportamiento de un ser humano no lo es desde el conocimiento de sus genes y su entorno.
-¿Cuales son las manifestaciones actuales más peligrosas del cientificismo y por qué escribe sobre un autoritarismo -¿un fascismo?- científico?
Creo que el ataque a la libertad. Si creemos que estamos determinados por nuestros genes, que somos manipulables mediante psicofármacos o terapias conductistas, y que la imagen cerebral da cuenta de lo que nos pasa y de nuestras creencias, de cómo sentimos, sufrimos y gozamos en una palabra, no somos responsables de nuestros actos. Esto ya ocurre. Se está dando una demanda de diagnóstico y tratamiento a médicos o psicólogos en situaciones que no son propiamente clínicas, algo facilitado por la proliferación de etiquetas para todo, como muestra el DSM, y por la creencia de que cualquier perturbación de nuestro estado de ánimo ha de ser tratable en un contexto de obligación de ser felices.
Si pasamos de ser una biografía a una mera biología, ya todo estaría dicho. Es la vía a la alienación del ser humano. Se asume en general que Ciencia equivale a verdad y bondad. Y en nombre de la Ciencia asistimos a auténticas aberraciones. No es lejano el tiempo de las lobotomías generalizadas (premiadas con el Nobel en 1949).
La Ciencia se ha convertido en el oráculo moderno. La cantidad de tests prenatales disponibles aumenta progresivamente induciendo a una selección negativa, es decir, a abortos; no es descartable en absoluto a corto o medio plazo una selección positiva de los mejor dotados genéticamente. La tentación eugenésica es evidente y recuerda claramente las aspiraciones de mejora racial nazi.
Se intenta predecir el comportamiento criminal (casi como en “Minority Report”) mediante tests actuariales y técnicas de imagen cerebral funcional (hay quien recorre las prisiones de EE.UU. con un sistema de NMR y la imagen cerebral ya se ha admitido como prueba en algunos juzgados americanos). En nombre de la Ciencia, por el bien de la sociedad, por nuestro bien, podremos ser juzgados como probables criminales futuros. No parece posible una mejor realización de la fantasía orwelliana.
Los tests psicométricos, con su perversión de la metodología estadística, han servido hace años para impedir la entrada de determinadas personas en EE.UU. Los hay para todos y para todo: felicidad, autoestima, inteligencia, estabilidad de pareja, violencia… sirviendo en nombre de la Ciencia para posicionar y segregar al sujeto, sea para un proyecto profesional, para un empleo o para una póliza de seguro de vida.
Si la Ciencia deja de estar al servicio del ser humano, convirtiéndose en su amo, en su única referencia, la posibilidad de un autoritarismo científico es obvia. Estamos viviendo ahora una situación en la que la orientación política queda aparcada frente al tecnicismo económico neoliberal. Viene a ser un ejemplo de cómo el conocimiento técnico, dudoso por otra parte, prima sobre cualquier debate político. La Ciencia no es sólo un conocimiento puro; lo es para alguien. Ya sucedió en las guerras mundiales y sucede ahora. El acceso elitista a la Ciencia y a sus aplicaciones puede esclavizar literalmente a muchos.
Además, ocurre de modo aparentemente paradójico que el cientificismo es nocivo para la propia Ciencia porque trata de hacerla más “científica”. Parece un juego de palabras pero no lo es. Los investigadores profesionales viven de eso, de su trabajo científico. Ahora bien, no todo el mundo puede investigar lo que quiere; hay proyectos financiables y hay finalidades políticas y económicas que influyen en esa financiación. Y todo eso es regido en última instancia por criterios pretendidamente científicos por medibles: calidad, excelencia, impacto, eficiencia… La canalización “científica” de las ayudas a proyectos, con sus comités de expertos, cercena en no pocos casos la libertad y la creatividad que facilitan el propio avance científico. La gente acaba así metida en líneas “productivas”, es decir que conducirán a publicaciones en función de las cuales serán financiadas, cerrando el círculo. La afirmación de Kornberg de que el mejor proyecto es no tener ninguno quedó en el olvido. El cientificismo asfixia a la Ciencia.
En la creencia de que la Ciencia es el único saber, estamos asistiendo a un desprecio de lo humanístico y a una pérdida de la universalidad que caracterizó alguna vez a las universidades. Los efectos de esa ignorancia de un saber fundamental como la Historia, la Literatura o la Filosofía serán sin duda negativos. Lo triste es que se adoptan políticas educativas deshumanizadoras a sabiendas, en la creencia de que lo rentable en realidad es formar a técnicos flexibles y no a personas críticas.
Bueno ya ven que no tiene deperdicio este hombre y que podría subrayar o poner en negritas casi todo. Mañana la segunda parte de la entrevista. Espero que les haga pensar y aprender a ser aún más críticos.