Revista Cultura y Ocio

Jagannath - Karin Tidbeck

Publicado el 11 febrero 2019 por Elpajaroverde
«Os mirasteis un instante. Y entonces dijiste:
-¿Te he plantado yo?
Asintió».
Qué mezcla de extrañeza y reconocimiento hay en el anterior fragmento extraído de La señorita Nyberg y yo, tercero de los trece cuentos reunidos en el volumen que hoy os traigo. Qué mezcla de extrañeza y reconocimiento hay en cada una de estas historias firmadas por Karin Tidbeck. Me pregunto si ella misma, al volver sobre lo escrito, acaso no le haya preguntado a cada uno de sus relatos con la misma mezcla de extrañeza y reconocimiento: ¿Te he plantado yo?
En el prólogo de este libro Elizabeth Hand nos cuenta que, en una entrevista concedida por Tidbeck el año anterior a la publicación original de Jagannath, la autora se refiere al mundo crepuscular en el que vive en Suecia de la siguiente manera: «Pasamos mucho tiempo en el crepúsculo, que es una condición liminal, una tierra de nadie. La luz posee una cualidad tenebrosa y melancólica. Supongo que esto se manifiesta en lo que escribo, tanto en la idea de lo tenebroso y melancólico, como en la impresión de haberse asomado a otro mundo, donde el sol se ha detenido». Y supone bien Karin Tidbeck: sus relatos son tenebrosos a la par que melancólicos pero, no es que a través de ellos nos asomemos a otros mundos, sino que, con ellos, la escritora sueca planta esos otros mundos en nosotros.
«-Tengo que saberlo -dijo Augusta-. ¿Cuál es la naturaleza del mundo?
La genia volvió a sonreír, enseñando todos sus dientes.
-¿Cuál de ellos?»
Jagannath - Karin TidbeckJagannath arranca con Beatrice, un relato en el que un hombre se enamora de una aeronave que responde al nombre que le da título al mismo. «¿Habría llegado a quererme? ¿Habría llegado a quererla yo, después de conocerla bien? Puede que fuera solo un sueño. Puede que ella no sea ni mucho menos como yo me la imaginaba», se pregunta el hombre mientras que la supuesta Beatrice tan solo ansía volar. En Mermelada de mora ártica el peculiar hijo de la protagonista le pregunta: «¿Y por qué me creaste?»; «para poder quererte», responde la amante madre. «Me gustaría saber cuánto tiempo pasaría hasta que me echara de menos alguien que no fuera mi gestor de la oficina de empleo», se lamenta en Cartas a Ove Lindström el joven que en voluntario aislamiento espera el regreso de la madre que años antes se adentró en el bosque y no volvió. Pareciera, a tenor de estas muestras que os dejo, que son carencias afectivas alrededor de lo que giran los mundos de Karen Kidbeck. Sin embargo, son más los vacíos que sus órbitas pretenden cubrir; más los agujeros negros que nos succionan.
La temática, la extrañeza, la referencia al bosque, entre otras cosas, me ha hecho acordarme mucho de los cuentos de Pilar Adón, pero hay también una vecina de esa geografía liminal y que además comparte con la sueca los géneros de la fantasía y la ciencia ficción en la que he pensado mucho durante esta lectura: la finlandesa Leena Krohn. Pareciera, pues, ser cierta la apreciación de Karin Tidbeck sobre la luz de su país de origen y cuánto influye esta en su escritura y que, tal y como pronostica uno de los personajes de la magnífica La montaña de los renos, «no sirve de nada irse al sur [...]. No puedes sacártelo de la sangre».
«Ahora los días serán más cortos, ha dicho Sigvard. Rompió a llorar. Sí, he contestado. Pero ¿por qué es eso tan terrible? Me hace pensar en la muerte, me ha dicho».
En la muerte, no, pero en una antigua añoranza sí que piensa el protagonista de la ya citada Cartas a Ove Lindström al contemplar por la ventana esa luz crepuscular. Paradójicamente, en una escena que se me antoja casi calcada a la que acabo de exponer, una de las dos jóvenes hermanas de La montaña de los renos tiene el presentimiento de que algo maravilloso está a punto de suceder y sufre de ansia ante la sola idea de perdérselo.
De «una ansiedad por saber cómo funcionaba todo» sufre precisa y repentinamente Augusta Prima, protagonista del relato homónimo que, además de ser mi favorito, tiene su particular spin-of en Tías. A Augusta será una genia quien le responda; para nosotros, es Karin Tidbeck quien hace las veces de genio y quien también parece hablarnos como lo hace la jefa de los alienados empleados de la inquietante ¿Quién es Arvid Pekon? al afirmar que «nada de lo humano me es ajeno».
«Tú y los de tu especie no queréis saber esas cosas. No podríais soportarlo». 
«Yo sé cosas que podrían destruir mundos enteros».

Jagannath - Karin Tidbeck

Robert Smith. Fotografía de Mediodescocido


«Si quiero ir más atrás tendré que investigar a los cinco hermanos de Anders, o bien adentrarme en el territorio de los cuento de hadas», concluye la protagonista de El complejo de vacaciones de Brita, que busca en sus sueños, en los cuales ahonda en la historia familiar, inspiración para escribir. Y eso mismo pareciera que hiciese la propia Karin Tidbeck: adentrarse en el territorio de los cuentos de hadas para calmar esa ansiedad por saber cómo funciona todo.
La autora de estos excelentes cuentos estudió, entre otras cosas, antropología social y eso se nota. Se nota en el modo en que aborda la fascinante mezcla de adoración, miedo y poder que nos produce lo desconocido y que proviene de nuestro propio interior. Se nota en cómo vertebra esta idea en el asombroso Pyret. Se nota también en que en algunos de estos relatos están muy presentes elementos de la mitología nórdica. Sin embargo, el que cierra este volumen y que comparte título con el mismo lleva por nombre el de un dios de la mitología hindú. Es curioso porque este último cuento se acerca más a la ciencia ficción que a la fantasía. Y también es revelador porque en él su protagonista, Rak, que nació y se crío dentro de la Madre que salvó a su pueblo y que nunca ha visto el mundo exterior, cuando es suficientemente mayor para trabajar y la destinan a la barriga de esa madre, nos cuenta que allí aprende canciones que le ayudan a mantener el ritmo del amasado de los intestinos y que es la trabajadora de mayor edad la que lidera los cantos que transmiten la historia de cómo Madre salvó a ese pueblo.
Tidbeck nos cuenta historias que nos trasmiten cómo afrontar y evitar nuestros vacíos, nuestros miedos, nuestros agujeros negros. Y yo al leerla me siento, al igual que Rak, aislada del mundo externo (pero, ¿de cuál de ellos?) Me siento también como los humanos de los cuales se comenta que en ocasiones se pierden en el bosque y acaban en el mundo de Augusta Prima por error. Me siento como la propia Augusta Prima, jugando a humana en un mundo no humano, intentado «medir el tiempo en una tierra que no lo desea [...] dibujar el mapa de un reino siempre cambiante» sin saber que el tiempo no tiene cabida en su mundo pues «se trata del poder que convertía la carne y los sueños en polvo». Me siento así porque al terminar este libro y cerrarlo la genia Karin Tidbeck se queda en él, la luz de los soles de esos otros mundos se apaga y ya solo me acompañan las palabras de esa otra genia que le ofrece una triste solución a Augusta que a mi poco me consuela.
«-Quiero ir a casa. Tienes que llevarme de vuelta.
-¿Tan pronto? Todo lo que tienes que hacer es olvidar lo que has aprendido».
Pero yo no puedo olvidar lo leído y he de aprender a vivir con lo que sé.

Jagannath - Karin Tidbeck

Princess Tuvstarr gazing down into the dark waters of the forest tarn. Ilustración de John Buer


Ficha del libro: 
Título: Jagannath
Autora: Karin Tidbeck
Prologuista: Elizabeth Hand
Traductoras: Carmen Montes Cano y Marian Womack
Editorial: Nevsky
Año de publicación: 2014
Nº de páignas: 192
ISBN: 978-84-939379-8-0
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