Revista Cine

Java: El año que vivimos peligrosamente. Weir de Australia (III)

Publicado el 15 abril 2013 por Esbilla

Publicado dentro del Especial Peter Weir en Cinearchivo:

http://www.cinearchivo.com/site/recomendados.asp

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Cuando Peter Weir abre El año que vivimos peligrosamente con el juego de sombre del wajang ya está dejando claro su postura ante el relato. No vamos a ver una denuncia ni una crónica del momento en el cual el golpe de estado Suharto derrocó a Sukarno en al Indonesia de 1965. Ese no es más que el fondo sobre el cual se recorta una fábula romántica que aspira a sintetizar diferentes perspectivas metafóricas –incluida la metalingúistica- donde los personajes se encarnan tanto a sí mismo como a proyecciones de las figuras del mencionado wajang, una teatro ritual que cuenta la historia de amor del príncipe Arjuan y la princesa Srikandi manejados por el enano Semar, en realidad el dios Ismaja disfrazado.

Guy Hamilton –Mel Gibson- y Jill Bryant -Sigourney Weaver- son el príncipe y la princesa de un historia que como la mayoría, por no decir todas, las de Peter Weir no sucede en el plano de lo real ni tampoco en el de lo irreal, sino en algún lugar intermedio, tangencial con ambos y donde algún personaje posee la capacidad chamánica de cruzar a ambos lados: En este caso Billy Kwan, un fotógrafo chino-australiano, oriental y occidental, enano, demiurgo, idealista y melancólico que es el dios/sirviente contrahecho de la leyenda moviendo sus sombras en busca de un equilibrio eterno.

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La cámara de Weir responde a este lugar entre realidades con su personal mezcla de clasicismo y extrañamiento, abriendo la película con la hipnótica voz en off de Kwan, cuya perturbadora dualidad se ve potenciada al estar interpretado, y de manera soberbia, por la actriz Linda Hunt y la llegada de Hamilton a una ciudad, Yakarta, que es presentada entre el bullicio y la neblina nocturna como un lugar fantástico, alienígena a la mirada occidental –cualidad tanto este como su romanticismo potenciada por al formidable banda sonora de Maurice Jarre llena de elementos electrónicos-. Weir plantea frontalmente su sempiterna poética de la incomprensión cultural, de choque de culturas (otra vez la metáfora del juego de sombras del wajang). Como el personaje de Richard Chamberlain en La última ola, personalmente la obra maestra del cineasta, Hamilton penetra en una cultura ajena, en un mundo ajeno, donde necesita a un guía; el aborigen encarnado por David Gulpilil en aquella, Billy Kwan en esta.

Pero el guía no es alguien que te pasee por ese otro mundo, sino que te lleva él para transformarte o para emplearte como vehículo. Kwan pretende ambas cosas con respecto a Hamilton; por un lado quiere hacer ver con ojos orientales una realidad que no es paisaje sino humanidad, y por el otro quiere sublimar sus propias capacidades conquistando a través de él a Jill. De manera brillante Weir le presenta a Kwan a Hamilton como una sombra la primera vez que se encuentran y luego el fotógrafo le dirá que será sus ojos, recalcando de manera notable la metafórica posesión que está teniendo lugar.

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Pero el periodista, como el príncipe Arjuan, es egoísta y en un momento determinado antepondrá la consecución de una noticia rompedora al amor y la visión que Kwan le ha dado. Un fatalismo que, otra vez, él mismo (y Weir) ha explicitado en las sombras del wajang, donde nada es bueno o malo ni existen conclusiones finales. Tortuoso y fascinante Kwain es uno de los grandes personajes del cine de Weir y absorbe con facilidad el interés de una película que con él fuera de pantalla pierde fuerza.

Pese a eso, pese a la fuerza centrífuga que ejerce este protagonista oblicuo El año que vivimos peligrosamente continúa siendo un notable melodrama old fashion que pone al día, pero respetándolas en esencia, convenciones, estéticas y valores del “melo” exótico-romántico hollywoodiense de los 40 y 50 pero acoplando ciertos ecos de Graham Greene y sometido todo ello a la peculiar mirada mística del cineasta australiano que regresa motivos anteriores como la lluvia y el agua –una escena onírica que remite de nuevo a La última ola- y que está dominado por la mixtura de exactitud y estilización en la puesta en escena cristalina de sus mejores trabajos.

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