Hay algo en las canciones de Andy Shauf que me hacen pensar en la películas buenas -sólo las buenas- de Woody Allen, una mirada cariñosa hacia sus personajes (en “Wilds“, el hermano pequeño del brillante “The Neon Skyline” todo vuelve a girar en torno a Judy) no puede evitar sacudirse de encima un cierto pesimismo cosmopolita. Los protagonistas de las canciones de Andy Shauf parecen salidos de un cuadro de Alex Katz, (es curioso, su anterior disco me hizo pensar en Hopper: definitivamente la exquisita técnica del canadiense tiene algo de pictórico) pero en vez de sonreír bajo cielos azules se presentan ante nosotros tropezando unos con otros de un modo que nos resulta familiar. Y aún nos dice Shauf que este disco humilde es más bien una colección de descartes: qué fácil le resulta a este músico de gestos modestos lo más difícil, qué habilidad para, con apenas unas pocas pinceladas serenas y certeras, esbozar esas escenas de pequeñas derrotas a las que al final (lo llamamos cotidianeidad) todos terminamos por habituarnos.
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