En youtube hay dos videos de Jessye Norman donde canta la famosa aria para mezzosoprano "Mon coeur s'ouvre a ta voix...", uno es en vivo y otro grabado para la televisión, parece que entre ambos debe haber una distancia de una década aproximadamente (uno no cuenta con fecha de grabación o datos de procedencia).
En ambos lo primero que se nota es que la velocidad es tremendamente lenta, tanto que pareciera un contrasentido con la partitura original.
Nunca una voz fue más seductora, cálida y poderosa. En ambas versiones, conforme va pasando el aria, poco a poco se apodera de nosotros.
Es una Dalila que da miedo, una Dalila a la que nadie, hombre, mujer o ser vivo, puede negarle nada; una Dalila salvaje, en uno de los videos incluso está vestida como africana y en los dos recuerda el silencio de una pantera acechando a su presa; de una belleza que nada tiene que ver con los prototipos y cánones occidentales. Completamente segura de haberse apropiado de Sansón, que pasa por mil detalles emocionales, construyendo frases interminables que muestran un fiatto infinito: seduce, manipula y ordena.
Esa Dalila que cierra la mano de golpe al finalizar un agudo poderoso y todos sabemos que no hay escapatoria posible, lo ha atrapado y lo de menos es que le corte el pelo. Tarda varios segundos en dejar el papel atrás para sonreír y agradecer a un público enloquecido que aplaude de pie. Es alucinante.
Venida del corazón sur de Estados Unidos, hija de artistas y descendiente de esclavos, como todas las sopranos y mezzos afroamericanas del siglo XX que pelaron con su voz y trabajo por la igualdad entre razas, mientras a la Norman le tocó pelear por la igualdad entre géneros. Mary Anderson, Leontyne Price, Martina Arroyo o Grace Bumbry, son los nombres que la anteceden y que comparten características vocales con ella: voz oscura, enorme, flexible y de un timbre especialmente hermoso cuya extensión y uniformidad de color les permite abordar papeles de soprano y de mezzosoprano.
Jessye Norman abordó un repertorio interesantísimo y novedoso: su trabajo con Strauss, Mahler, Stravisnky o Shoenberg será siempre un parteaguas interpretativo y deja un legado de grabaciones extraordinarias. Su trabajo con el repertorio habitual de su cuerda es también innovador porque se trata siempre de una ejecución poco ortodoxa y muy creativa, mucho más cercana a la visión de un carácter que a la precisión obediente de la partitura.
Su debut fue como la Elisabeth de Tannhäuser en la ópera de Berlín, en 1969, pero declinó interpretar los papeles más famosos para soprano de Verdi, de hecho, en toda su carrera sólo interpretó Aida. Del mismo modo podemos decir que muy pocos de los roles tradicionales quedaron en su currículum, acercándose más a la ópera barroca, la ópera del siglo XX y la ópera menos conocida de Berlioz, Purcell o Poulenc.
Durante cinco años (de 1975 a 1980) sólo interpretó lieder y música de concierto para volver a los escenarios con dos personajes magistrales, primero el papel de la Diva en Ariadne auf Naxos y la Condesa de Le nozze di Figaro cuyo sentido del humor recuerda siempre que es ella la misma Rosina a la que enamoraron en el Il barbiere di Siviglia.
Una década después pudimos ver el milagro de su trabajo haciendo una Yocasta extraordinaria en una producción de Oedipus Rex dirigida estéticamente por Julie Taymor. ¿Qué es lo más impresionante de este trabajo suyo? Una estatua humana, viviente, que emociona. Casi sin moverse, que integra partes de piedra en su cuerpo logrando que sean verdaderas extensiones de sus brazos. Una voz que nunca cambia de color en ninguno de los registros de una partitura compleja y que nos habla de esta mujer que parece nunca entender ni su destino ni su existencia y cuya toma de conciencia la lleva al suicidio. Que humana, que compleja, que bella es esta Yocasta, vulnerable y portentosa al mismo tiempo.
Esa era Jessye Norman, una mujer que rompía con la interpretación cualquier juicio preconcebido sobre un papel, que no seguía los caminos ya andados para su tesitura, que nos cuestionaba nuestros conceptos sobre belleza y que nos regaló momentos inolvidables de poderío vocal y emocional.
Su silencio es tan doloroso porque su voz dejó un gran hueco en el mundo de la ópera, tan enorme como su capacidad de crear personajes extraordinarios, tan vasto como su aterciopelada voz.