En todos los siglos Dios ha hablado a los hombres, y en el capítulo 6 hemos visto que es su deseo revelarse a sus criaturas. “Dios habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otros tiempos a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:1–3).Dios habló por boca de los profetas, y habló por sus escrituras, pero la obra magna de su revelación, la consumación de todo lo que él quería decir a los hombres, era el Dios-Hombre: Emanuel (Mateo 1:23), la completa y perfecta revelación del Padre en su Hijo unigénito. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 14:9; 1:18).En el corto resumen que vamos a dar del ministerio y reclamaciones de Jesús, recuérdese siempre que Dios nos habló por medio de él. Hay una relación íntima y una semejanza entre Cristo y las Escrituras. El se llama el Verbo (o Palabra) de Dios. En él tenemos la Palabra viva, y en la Biblia tenemos la Palabra escrita. Del mismo modo como Jesucristo el Verbo es divino-humano, así la Biblia tiene dos elementos, la inspiración divina y los escritores humanos. Jesús el Verbo se hizo carne, vino al mundo para revelar al Padre a los hombres (Juan 1:1–14). Acordémonos en todo este estudio que Jesús tenía estas dos naturalezas. El era el perfecto Dios y perfecto hombre. Los evangelios sinópticos enfatizan la segunda naturaleza y el evangelio de Juan la primera.Hemos notado que la naturaleza en derredor nuestro nos habla de un Ser supremo que la creó y la sostiene, pero no nos explica todo lo referente a su carácter ni a su voluntad para con nosotros. Vamos ahora a ver cómo Jesús lo hace perfectamente en los evangelios; y notaremos su actitud y sus reclamaciones en cuanto al pecado, en cuanto a la ley de Moisés, en cuanto a la naturaleza, en cuanto a Dios Padre, y en cuanto a la humanidad.(1)Jesús reclamó estar exento del pecado, y lo perdonaba en otros. Fue el pecado lo que hizo la separación entre Dios y el hombre, y sin establecer un puente sobre esta grande sima, nunca podía hacerse la reconciliación. Para expiar el pecado del hombre fue preciso que hubiera un sacrificio perfecto (Levítico 22:17–25), y eso es lo que Jesús reclamó ser. El escudriñaba el pecado en el corazón de los hombres, y les exhortaba a arrepentirse, pero él mismo nunca vio la necesidad de arrepentirse y jamás confesó haber pecado. Al contrario, a sus enemigos acérrimos les desafió: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46), y nadie pudo acusarle de nada.Muchas acusaciones fueron presentadas en contra de Jesús, pero tanto sus jueces como los testigos sabían que eran falsas. Un comentarista célebre dijo que “No podemos pensar ni siquiera en una acusación que no redunda en su favor”. Y este Hombre sin mancha de pecado, perdonaba los pecados de otros. Medite en lo que significa esto: que él ejercía la prerrogativa de Dios mismo, que él afirmaba que iba a llevar los pecados de toda la raza humana y hacer expiación por ellos, y también que el perdón de pecados por medio de él iba a predicarse a todo el mundo (Marcos 2:10–12; Mateo 26:28; Lucas 24:45–47).(2)En cuanto a la ley, Jesús se contrastaba a sí mismo con los demás maestros de ella. El citaba a los judíos los mandatos de Moisés, y muchas veces los contradecía, poniendo su propia enseñanza como una ley superior. “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos” (Mateo 5:43–48). Léase todo el Sermón del monte para notar otros ejemplos de ese tono autoritativo de Jesús, quien reclamó una autoridad absoluta y suprema.“Las enseñanzas morales de Moisés eran como vasos llenos parcialmente. Cristo los llenó hasta rebosar con el agua de la vida, y así cumplió con aquellas enseñanzas. Esto es un hecho de la ley ceremonial lo mismo como de la moral, tal cual se menciona en forma particular en la epístola a los Hebreos. En su muerte sacrificial realizó completamente la idea del sacrificio y del sacerdocio, y abrogó para siempre los sacrificios externos en el pecado” (Mullins).Podemos notar aquí las muchas referencias en las evangelios al reino de Dios y que Jesús se anunciaba como su Rey. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos” (Mateo 7:21–23). El acepta la adoración como su derecho, y reclama la autoridad de decir quiénes pueden entrar en su reino y quiénes no. Reclama también la autoridad sobre los eventos futuros en la providencia de Dios (Mateo capítulos 24 y 25), y lo enfatiza diciendo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.”(3)En cuanto a la naturaleza, vemos que Jesús la dominaba completamente. En otro capítulo vamos a hablar de sus milagros como evidencias, pero aquí notaremos tan sólo su dominio sobre todo el universo, y el hecho de que él reclamaba esta autoridad era una parte de su carácter y su actitud continua. Cuando él sufría hambre, sed o cansancio, no fue porque no tuviera poder de suplir todas sus necesidades con una palabra, sino para demostrarse nuestro Sumo Sacerdote.“Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:17, 18). Jesús no quería cambiar piedras en panes para su propio uso, pero él multiplicó el almuerzo de un muchachito para alimentar a una multitud con hambre. El andaba sobre las aguas, calmaba las tempestades, hacía pescas milagrosas, sanaba toda clase de enfermedad, y dominaba hasta los demonios y los ejércitos de Satanás.(4)En lo referente a Dios Padre, no estamos en duda alguna respecto de la relación existente entre él y Jesús. Cuando Jesús fue bautizado por Juan en el río Jordán, vino la voz de Dios Padre que testificó: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17; Lucas 3:22). En los evangelios sinópticos vemos su comunión continua con el Padre celestial desde la edad de doce años (Lucas 2:49), y la misma voz del cielo vino en la noche de su transfiguración (Mateo 17:5; Marcos 9:7; Lucas 9:35).La proclamación más clara de su conocimiento del Padre y la autoridad que tenía de revelarle a él se halla en Mateo 11:27: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.” De su omnipresencia y omnipotencia tenemos testimonio claro en Mateo 18:20 y 28:18–20, juntamente con su reclamación de ser igual a Dios.Pasando al evangelio de Juan, que fue escrito muchos años después que los sinópticos, encontramos aún más luz acerca de la vida de comunión con Dios que tenía Jesús. El habla todo el tiempo de su Padre; más de cuarenta veces dice que el Padre le envió, y reclama que “porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar” (Juan 12:49).(5)Por último, vamos a citar lo que Jesús reclamaba ser en cuanto a toda la humanidad. Los judíos estaban esperando la venida de su Mesías, y el título “hijo de David” fue usado por Jesús en una ocasión (Marcos 12:35–37). Pero por lo general él se describe a sí mismo como “Hijo del Hombre,” demostrando su amor a toda la raza y su carácter como representante y expresión máxima de ella. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” Bien podemos decir con los alguaciles de los fariseos: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46).Aunque Jesús fue hecho a semejanza de los hombres, y hallado en la condición de hombre (Filipenses 2:7, 8), sin embargo era distinto a los demás hombres e infinitamente superior a ellos. No sólo reclamaba ser perfecto, revelador de Dios, y mensajero de él, sino que se ofrecía a sí mismo como objeto de adoración. Hemos visto ya cómo él perdonaba pecados, cambiaba y explicaba la Ley, dominaba toda la naturaleza, y recibía testimonios de igualdad con Dios Padre. Ahora notemos que él aceptaba el homenaje y la adoración de los hombres, y no se puede hallar para él otro lugar sino el de supremacía absoluta en la religión cristiana.En cuanto a su propia reclamación de ser supremo, dice el autor de Ecce Homo: “Consideró la última y más alta decisión sobre los hechos de los hombres, esa decisión a la cual apelan todos los injustamente condenados en los tribunales humanos — que no pesa el hecho solamente, sino los motivos, las tentaciones, las ignorancias, y todas las condiciones complejas delhecho —él consideró, en resumen, que el cielo y el infierno estaban en sus manos” (Seeley).Vemos en nuestro glorioso Salvador una combinación maravillosa de poder y humildad. El era manso de corazón, y al mismo tiempo Juez de toda la tierra. “La unión de cosas opuestas en perfecto equilibrio y consistencia aparece en Jesús. Otros hombres son fragmentos. El es el hombre completo. El está cansado y dormido en el barco, como lo hubiera estado cualquier apóstol, pero se levanta y con voz de trueno silencia la tempestad. El llora con los demás de corazón quebrantados junto a una tumba, pero llama con voz divina a Lázaro, diciéndole que venga afuera. Se somete a sus aprehensores, como lo hubiera hecho cualquier reo, pero obra un milagro para restituir una oreja cortada y reprende al violento discípulo que la cortó.”Verdaderamente no hubo nadie como el Señor Jesucristo, Hijo del Hombre e Hijo unigénito de Dios. Estas notas acerca de su carácter y reclamaciones pueden ser reforzadas no solamente con citas de los cuatro evangelios, sino también con muchas referencias de las epístolas, especialmente las de Pablo, de donde podemos deducir que su doctrina de la Persona de Cristo fue aceptada universalmente por la iglesia del primer siglo (Romanos 1:3, 4).Podemos resumir la evidencia de Jesús así:1.Su Persona es única en la historia: de linaje real, nacido de una virgen, criado como carpintero, sin maestro y sin libros, mostrándose en medio de un fanático ambiente judío, conmoviendo a fondo su nación por medio de un ministerio que duró solamente unos tres años, perseguido por las autoridades eclesiásticas y civiles, muerto como malhechor a la edad de 33 años, resucitado de entre los muertos, visto después por más de quinientos testigos, y adorado por millones de santos durante más de diecinueve siglos.2.Su carácter, en su incomparable majestad, santidad, y humildad es la mayor evidencia de su Deidad (Hebreos 7:6).3.Sus enseñanzas, sumamente sencillas y poderosas, han cambiado las corrientes de la historia, y han hecho sentir su influencia en todo el mundo.
4.Sus milagros fueron únicos en su género, realizados ante grandes multitudes, con la mayor publicidad y en toda clase de personas, y fueron aceptados como genuinos aun por sus enemigos (Juan 5:36; 7:31).