Mujercitas, Farenheit 451 y Kurt Cobain. Un cóctel surrealista que da como resultado un nuevo ejercicio de los ‘Insectos comunes’. Apuesto a que los seguidores de Nirvana descubriréis enseguida la clave del juego…
Tanto empalago me daba ganas de vomitar. El rosa, el olor a caléndula, el té de poleo, aquellas jóvenes en flor, provocaron que acabara odiando aquel maldito acto de salón sensiblero.
—Te invito a mi boda —escuché que aquella cotorra de Brooke le anunciaba a Laurie.
—Asistiré, aunque tenga que venir del fin del mundo—le respondió con una sonrisa boba, para a continuación fingir que le importaba lo que sintiera Jo, aquella “capulla” negativa, tanto como yo.
—No apruebo la boda, pero he decidido soportarla y no diré nada en contra —mintió Jo; sé que habría estado dispuesta a vender el mundo para impedirla—. No puedes comprender lo duro que es para mí renunciar a Meg.
Ah, Meg… cuyo tierno espíritu seguía oliendo a adolescente…
—No renuncias a ella. Solamente vas a medias con él—.Verdaderamente, el imbécil de Laurie no sabía cuándo mantener la boca cerrada.
—Nunca puede ser lo mismo. He perdido a mi amiga más querida —suspiró Jo.
Pese a todo, sabía que Laurie tenía razón. Aquel incestuoso zumbido amoroso que la martirizaba debía acabar, pero yo la veía sufrir. Imaginaba a aquel aprendiz sin olor, en la noche de bodas, armado con una estúpida caja en forma de corazón, acercarse a su Meg, porque le pertenecía sólo a ella, ansioso por procrear. “Mantente alejado de ella”, quería gritarle. Habría meado sobre Meg para marcar su territorio, para ahuyentar al muy patoso… Aquellos pensamientos enfermizos se le clavaban como astillas.
—De todas maneras, me tienes a mí. No valgo mucho, ya lo sé; pero te seré fiel toda mi vida; te doy mi palabra.
Cuánta hipocresía… Ay, Laurie… Teddy… “Te seré fiel toda la vida”, farfullaba. En realidad quería decirle: “Viólame”, pero lo importante en aquella reunión era la apariencia, lo políticamente correcto. Sé que soy brusco, desagradable incluso, pero yo ya no tengo remedio. Jesús no me quiere para ser un rayo de sol. En realidad, ese hijo de puta sólo pretende exprimirme, vaciarme y abandonarme en una llanura olvidada.
La charla insulsa y las risas falsas continuaban mientras yo notaba que la cabeza me iba a estallar. Entonces presté atención de nuevo a Jo y Laurie. Hablaban del futuro.
—¿No te gustaría poder echar una mirada al porvenir y ver dónde estaremos entonces? A mí sí —afirmó el pobre e ingenuo Teddy.
—Creo que no, porque podría ver algo triste y todos parecen tan felices ahora que no podrá mejorarse mucho.
Cuánta razón tenía Jo. Ella no era feliz. Todo se estaba derrumbando a su alrededor, y ya sólo podía ir a peor. Yo le habría enseñado un futuro sin fin, sin nombre, en el que el usurpador de Meg la haría infeliz; todo excusas. “¿Dónde dormiste la última noche?”, le preguntaría. Y él se limitaría a responder, con indiferencia: “En Seattle. Sirve a los sirvientes”, mientras se tumbaba en el sofá a ver la tele. Un futuro en el que Meg se escondería en cualquier esquina a gimotear en silencio. Jo soñaría con hundir a Brooke en un lago de fuego… y podría hacerlo.
En ese futuro no tan lejano habría un hombre, llamado Montag, por cuyas venas fluirían galones de alcohol que se transformarían en fuego. Un hombre que amaría ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latiría en la cabeza y sus manos serían las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que aparecería grabado el número 451 bien plantado sobre su impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendería el deflagrador, y la sala de estar, con el despreciable señor Brooke en el centro, quedaría rodeada por un fuego devorador que inflamaría el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros.
Y así recuperaría a Meg, su Meg, la razón de su vida.
La granjera Jo tendría su venganza en Seattle.
Y yo… Yo me odio y quiero morir.
Os dejo con los relatos de otros ‘Insectos comunes':
‘Letras que arden’, en Universos Jean Rush.
‘Una hoja chamuscada al vuelo’, en Cerdo Venusiano.
‘Huele a fuego, mujercita’, en Angelo’s Universe.
‘Muerto’, en LaRataGris.
‘Mujercitas-Farenheit 451-Kurt Cobain’, en Letras Que Se Mueven.
‘¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!’, en Relatos Magar.