Las interacciones de Jesús con las mujeres son un elemento importante en el debate teológico sobre Las mujeres en el cristianismo. Las mujeres son prominentes en la historia de Jesucristo. Él fue nacido de una mujer virgen, tuvo numerosas interacciones con las mujeres, y fue visto primero por las mujeres después de su resurrección. Encargó a las mujeres que fueran a decir a sus discípulos que había resucitado, que es el mensaje esencial del cristianismo..
El descubrimiento de los manuscritos de Nag Hammadi y los rollos del Mar Muerto ha permitido una comprensión más profunda de los inicios del Cristianismo y del Judaísmo en los días de Jesús. En forma paralela, las exégesis feministas abren una nueva perspectiva en el mundo de las mujeres, tanto en la Palestina del primer siglo de la era cristiana como en el mundo griego, el cual terminó por adoptar también el Cristianismo.
Dentro del contexto palestino, las costumbres de Jesús hacia las mujeres se considera radicalmente inclusiva. Esta experiencia de igualdad condujo a las primeras discípulas de Jesús a considerar absolutamente natural sus papeles de líderes en las Iglesias Cristianas de los primeros tiempos. Esto queda reflejado en las cartas de San Pablo, en los Hechos de los Apóstoles y en otros documentos cristianos de esa época.
A medida que el Cristianismo comenzó gradualmente a ser aceptado en las sociedades de la época, el liderazgo de las mujeres en las Iglesias Cristianas comenzó a ser cada vez menos aceptable en el mundo Greco Romano, patriarcal por naturaleza. La visión inclusiva original de Jesús, que rechazaba tanto la violencia como la subordinación de una persona hacia otra, aparentemente se perdió (con unas pocas excepciones), durante los 2000 años siguientes. Las sociedades no estaban más preparadas para aceptar la justicia amorosa de Dios en ese momento que lo que están ahora. En este momento, la visión inclusiva de Jesús está resurgiendo, quizás con más urgencia, en un mundo que se dirige a tientas hacia la aceptación de que, de alguna manera debe abrazar esta igualdad sin violencias, o perecer.
Los tiempos inclusivos de Jesús pesan sobre nosotros. Si este mundo de igualdad social debe surgir sin violencia, para hacerlo necesita de la energía de hombres y mujeres. El sexismo y la dominación de otros son lacras que nos enferman a todos por igual, y tanto las mujeres como los hombres deben sufrir sus consecuencias. Esto tiene remedio hoy en día, como lo tuvo hace 2000 años, si aceptamos el misterio salvador de Jesucristo, un día por vez.
Las mujeres en el mundo gentil
En los tiempos de Jesús, como en los nuestros, todas las culturas eran patriarcales. Las mujeres estaban subordinadas primero a sus padres, y luego a sus maridos. No obstante, su condición socioeconómica variaba significativamente de acuerdo con el grado de derechos civiles y de herencia asignados a ellas por cada una de las culturas mediterráneas.
Grecia y Macedonia
En el año 340 A.C., Demóstenes escribió: “Mantengan amantes para obtener placer, concubinas para el cuidado diario de sus personas, esposas para darles hijos legítimos y ser fieles guardianes de sus hogares”.
Las mujeres de Macedonia tenían mejor suerte. Construían templos, fundaban ciudades, entablaban combates con ejércitos y defendían fortalezas. Podían actuar como regentes y cogobernantes. Los hombres admiraban a sus esposas e incluso nombraban ciudades en su honor. Tesalónica es un ejemplo de esto, y en dicha ciudad, las mujeres tenían derechos cívicos hereditarios. Una mujer de negocios de Macedonia, Lidia, fundó la Iglesia de Felipe después de su conversión, lograda por San Pablo.
Egipto y Roma
Las mujeres egipcias tenían los mismo derechos jurídicos que los hombres. Podían comprar, vender, pedir y prestar dinero. Podían también presentar ante el gobierno solicitudes de apoyo o de ayuda, iniciar el divorcio y pagar impuestos. La hija mayor podía convertirse en la heredera legítima.
En Roma, la autoridad del padre era primordial. Las jóvenes romanas eran “vendidas” en su nombre y puestas en las manos de su futuro esposo. Tanto las hijas como los hijos eran educados, los muchachos hasta los 17 años, las jóvenes hasta los 13 años, edad en que presumiblemente debían casarse. Las mujeres romanas no podían conducir negocios en su propio nombre, pero podían obtener la ayuda de un amigo o pariente masculino quien podía actuar como su agente. Las mujeres tenían derechos hereditarios y también el derecho a divorciarse. Las mujeres romanas no podían votar o desempeñar cargos públicos. Sin embargo, las matronas romanas tenían poder e influencia porque eran de facto las cabezas de sus hogares y las administradoras de sus negocios mientras sus maridos peleaban con las legiones del Cesar.
El Cristianismo de los primeros tiempos se extendió rápidamente en el mundo romano debido en gran parte a la influencia de las matronas romanas con grandes recursos.
Como regla general, en las culturas gentiles con poderosas deidades femeninas (Afrodita en Corintio e Isis en Egipto), las mujeres disfrutaron de una condición socioeconómica más alta. Virtualmente en todas las culturas gentiles tanto las mujeres como los hombres desempeñaron el liderazgo en los servicios religiosos.
Las mujeres en el judaísmo palestino
Las mujeres hebreas de Palestina estaban entre las más pobres del mundo en la época de Jesús. Esto era probablemente porque no tenían derechos hereditarios y no podían divorciarse ni aún por el más sólido de los motivos. Los hombres hebreos podían divorciarse de sus mujeres por cualquier motivo, desde quemar la cena (Hillel) hasta el adulterio (Shammai). Pero aún así, las mujeres hebreas no estaban autorizadas a pedir el divorcio a sus maridos. En una cultura en la cual la mujer no sobrevivía a menos que fueran parte de un hogar patriarcal, el divorcio podía tener consecuencias desastrosas. A la luz de esta observación, la proscripción del divorcio establecida por Jesús es significativamente protectora de las mujeres. La resurrección del hijo de la viuda de Naím es otro ejemplo de la compasión de Jesús por la pobreza de las mujeres atrapadas en el patriarcado.
Los derechos de propiedad de una mujer hebrea eran prácticamente inexistentes. En forma teórica, ella podía heredar la tierra, pero en la práctica, los herederos varones tenían precedencia. Aun si ella lograba heredar la propiedad, su esposo tenía el derecho a uso y usufructo. La principal esfera de la mujeres era el hogar, donde la hospitalidad era su tarea especial. Las mujeres lideraban las oraciones durante las comidas y las ceremonias de encendido de velas en los festivales.
Un niño era considerado judío solamente si la madre era judía. La mayoría de las niñas judías eran prometidas en matrimonio por sus padres a una edad muy temprana. Las mujeres judías se consideraban impuras durante su menstruación. Si inadvertidamente tocaban a un hombre durante sus reglas, estaban obligadas a someterse a un ritual de purificación que duraba una semana antes poder volver a orar en el Templo. En el evangelio de Marcos, la mujer que padecía una hemorragia desde doce años atrás era sin duda alguna una marginada social. Observamos que Jesús no se preocupa en absoluto acerca del ritual de impureza cuando la cura, después de que ella con valentía lo tocara a pesar del tabú existente. (Marcos:25)
Las mujeres del judaísmo primitivo proclamaban y profetizaban, pero en la época de Cristo no podían leer la Torá en la Sinagoga debido a su periódico “estado de impureza”. El tema de si una mujer debía ser educada en la Torá era ampliamente debatido. Como regla general, solo las esposas de los Rabinos recibían esta educación. De acuerdo con la legislación judía, las mujeres no podían ser testigos ni podían enseñar las leyes. Las mujeres no tenía roles religiosos o de liderazgo en el judaísmo del primer siglo. En un país gobernado por una élite religiosa, esto significaba que ellas eran invisibles y no tenían poder alguno.
Las mujeres en los Evangelios
Es decir, eran invisibles y no tenían poder alguno para casi nadie, excepto para Jesús, quien tal como demuestran los Evangelios, tenía un afecto especial por aquellos rebajados por otros. Su comportamiento hacia las mujeres, aun cuando se lo observa a través del cristal androcéntrico de los textos Evangélicos, es digno de destacarse. Jesús acogió a las mujeres entre sus discípulos más allegados: “Después de esto, iba por los pueblos y las aldeas predicando el Reino de Dios. Le acompañaban los Doce y algunas mujeres María Magdalena, Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes, y Susana y algunas otras, las cuales le asistían con sus bienes.” (Lucas 8:1-5). Las mujeres no eran mencionadas en los textos antiguos a menos que tuvieran prominencia social. La implicación clara de este texto es que las mujeres de dinero patrocinaron la misión en Galilea.
Jesús dio la bienvenida a las discípulas femeninas en su entorno para que escucharan sus enseñanzas sobre Dios junto con los discípulos masculinos. Esto era verdaderamente inusual, ya que las mujeres normalmente no podían dirigirse a los hombres en público, y mucho menos andar por los caminos con ellos.
La inclusión radical de las mujeres realizada por Jesús también queda ilustrada por la historia de Marta y María. María asume su lugar a los pies de Jesús, el lugar ocupado tradicionalmente por los varones dedicados a los estudios rabínicos. Marta, (tal como sucede aun actualmente entre las mujeres cuando se desafían las leyes del patriarcado), protesta. Pero Jesús elogia la sed de conocimientos de Dios expresada por Marta: “María ha escogido la parte mejor, y nadie se la quitará.” (Lucas 10:38-42)
En todos los Evangelios, vemos que Jesús desafía los preceptos patriarcales profundamente establecidos: que sólo las mujeres llevan la carga del pecado sexual; que las mujeres Cananeas y Samaritanas deben ser rechazadas y repudiadas; y que los hijos pródigos deben ser desheredados. En cambio, los hombres son desafiados a aceptar su propia complicidad en el adulterio; la mujer samaritana se convierte en misionera consiguiendo que todo su pueblo crea en Jesús; el amor incontenible de la mujer cananea por su hija logra ampliar los propios horizontes de Jesús con respecto a los destinatarios de la Buena Nueva, y el hijo díscolo y caprichoso es acogido calurosamente en su hogar con una gran fiesta celebrada por un padre pródigo.
La similitud de la llamada al apostolado de las mujeres junto con sus hermanos varones se destaca aún más en los relatos de la Resurrección, porque la proclamación de este hecho se basa fundamentalmente en el testimonio de las mujeres. Los cuatro Evangelios muestran a María Magdalena, Juana, María la madre de Santiago y José, Salomé y las otras mujeres discípulas que acompañaron a Jesús hasta su muerte; ungieron y enterraron su cuerpo; vieron la tumba vacía; y finalmente experimentaron su presencia ya resucitado.
El hecho de que el mensaje de la resurrección fuera entregado primero a las mujeres es considerado por los estudiosos bíblicos como la prueba más rotunda de la historicidad de los relatos de la resurrección. Si estos textos hubieran sido creados por los discípulos masculinos con su extraordinario fervor, nunca hubieran incluido los testimonios de las mujeres en una sociedad en la que eran rechazadas como testigos jurídicos. Al principio, los apóstoles no creyeron en su mensaje. Y aún hoy, algunos discípulos se niegan a escuchar la buena nueva si es proclamada por mujeres.
Las mujeres en las Iglesias de los primeros tiempos
En el último capítulo de la carta de San Pablo a los Romanos, diez de los 29 líderes eclesiásticos cuyos favores solicita son mujeres. Febe, la patrocinadora de Pablo en Cencreas, y Prisca, (quien, junto con su esposo Aquila fue una destacada misionera) encabezan la lista. Las cartas de San Pablo (a excepción de las dirigidas a Timoteo y Tito que no fueron escritas por él), son los primeros manuscritos que poseemos del Cristianismo de la primera era, y constituyen una sólida evidencia histórica de la igualdad de los roles de liderazgo de los hombres y las mujeres en la iglesia naciente. Esta igualdad también está reflejada en la fórmula bautismal de los Gálatas: “No hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3:28). Este texto era probablemente una oración o cántico de la iglesia primitiva que todo nuevo cristiano cantaba o recitaba como muestra de su gran alegría.
El Libro de los Hechos habla de “las hijas de Felipe con don de profecía” (Hechos 21:9-10). Eusebio, el historiador de los inicios de la iglesia, atribuye los orígenes apostólicos de las iglesias de las provincias de Asia a su ministerio, reconociendo de esta manera que al menos algunas mujeres eran transmisoras de la tradición apostólica. ¡Qué lástima que sus nombres no nos hayan sido transmitidos! La Didaché, una epístola que contiene oraciones de los primeros tiempos, nos da nombres de profetas como los líderes regulares de las celebraciones eucarísticas, las cuales se celebraban frecuentemente en los hogares de mujeres prominentes.
Al final del primer siglo de cristianismo, el liderazgo de las mujeres comenzó a encontrar oposición: “La mujer se debe dejar instruir en silencio con toda sumisión. No tolero que la mujer enseñe, ni que se tome autoridad sobre el marido; que esté callada … ” (1 :Tim). No obstante ello, las líderes femeninas florecieron junto con los líderes masculinos en las iglesias Montanistas y Valentinianas ortodoxas e igualitarias del Asia Menor hasta el siglo IV, cuando fueron suprimidas de estos roles. En ese momento, Constantino había logrado utilizar el Cristianismo para unificar el Imperio Romano que estaba al borde de desmoronarse. El apostolado inclusivo y carismático de igualdad que había ayudado al rápido crecimiento del cristianismo durante los primeros tiempos había sido domesticado, sólo para resurgir con el nacimiento de comunidades religiosas que continuaron con la tradición profética del Catolicismo durante 2000 años. Es dentro de esta tradición que las organizaciones reformistas de la iglesia se desempeñan actualmente.
Fuente: FutureChurch