Revista Cine
John Halder es un profesor universitario que sobrevive como puede, con un estoicismo a prueba de los más feroces zarandeos, en el marasmo de la Alemania pre-nazi: una esposa diletante, que solo parece mostrar interés por tocar el piano, y que deja enteramente en sus manos (de él) el cuidado de los hijos; una madre enferma y obsesiva que reclama su atención permanentemente; un suegro que le presiona insistentemente para que se afilie a un partido nacionalsocialista con el que él guarda diferencias ideológicas profundas. Todo conspira a su alrededor para impedirle concentrarse en aquello que de verdad le interesa —sus clases de literatura y la escritura de sus libros—, y su único consuelo se ubica en los largos ratos que pasa con su compañero de juventud (y psicoanalista de cabecera) Maurice Glückstein, un bon vivant procaz y sarcástico, apasionado por los placeres de la carne de todo tipo y condición, y, por encima de todo, amigo leal y entregado.
Pero dos acontecimientos se cruzarán en su devenir vital, y removerán los cimientos bajo los que se asienta su orden (afectivo y académico): uno es el interés de los nazis por un opúsculo de ficción escrito años antes, y en el que Halder, filtrando datos de su experiencia personal, parece transmitir argumentos favorables a la eugenesia (algo que al régimen nazi le puede hacer un nada flaco favor, en orden a su legitimación moral nacional e internacional, pese a que Halder carece de renombre alguno en el firmamento literario); y el otro, el enamoramiento fulminante que por él experimenta una joven y bellísima alumna, Anne, dispuesta a cualquier cosa por convertirlo en su compañero sentimental con carácter permanente.
El primero de los episodios lo lleva a afiliarse, primeramente, a las huestes hitlerianas, y, con el paso del tiempo, a convertirse en un jerarca del régimen: alguien que, sin implicación política y emocional alguna, y solo en el ánimo de no contrariar a sus superiores (frente a los cuales muestra una sumisión rayana en lo servil), y no ver perjudicada su posición profesional, va escalando posiciones en el organigrama del horror. Paradojas de la vida…
El segundo lo impulsa a separarse de su esposa, Helen, y casarse con su deslumbrante admiradora, a cuyos encantos será incapaz de resistirse, y junto a la cual formará una jovial y atractiva pareja de puros ejemplares arios dispuestos (a la mayor gloria del régimen) a poblar de retoños rubísimos y purísimos la Alemania del futuro, un futuro de prosperidad y bienestar en el que la carrera académica de Holder no parece tener a la vista obstáculo alguno.
¿O sí? Porque hay un punto óscuro, que ensombrece una perspectiva de vida tan inmaculada, y ése no es otro que Maurice. Glückstein. Judío. Una amistad poco recomendable en tiempos convulsos, de persecuciones y condenas. Halder intentará ayudarle: de corazón y sin ambages, como cabe esperar de alguien que, más allá de sus pecados por omisión, tiene un fondo de bondad en su alma contra el que ningún régimen puede atentar. Pero las cosas no salen bien. Y Halder habrá de penar con las consecuencias de su falta de determinación. Un alto precio; el precio que pagan quienes no saben, a su debido tiempo, tomar las riendas de su vida por la línea que les marca su conciencia. Y ahí estará la música para recordárselo…
Contra la maldad más ominosa, las pequeñas bondades inanes no sanan el dolor de sus poseedores. Duro…
* Good (Gran Bretaña-Alemania, 2008) narra la peripecia de John Halder —interpretado por un correcto Viggo Mortensen—, profesor universitario convertido en jerarca nazi ‘a su pesar’, y su relación con Maurice Israel Glückstein —un espléndido Jason Isaacs—, psicólogo judío, en el Berlín convulso de la ascensión nacionalsocialista. Un drama intenso que combina la reflexión política con otras de mayor alcance, y cuya historia arroja un interés muy superior al del pulso narrativo con que su director, Vicente Amorim, la maneja.
* Los buenos buenosos XVII.-