Revista Cine

Johnny Guitar, el western más romántico del cine y la literatura (Reino de Cordelia, 2018)

Publicado el 12 noviembre 2018 por 39escalones

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En los últimos años vivimos una recuperación de la literatura del Oeste, durante décadas confinada en las novelas baratas de quiosco y tras los míticos nombres de Zane Grey o de los españoles José Mallorquí, Marcial Lafuente Estefanía o Silver Kane (Francisco González Ledesma). En Norteamérica, como es lógico, la literatura del Oeste, con nombres como Oakley Hall, Dorothy M. Johnson, Elmore Leonard, James Warner Bellah o Charles Portis, entre muchos otros, es desde siempre mayor de edad, obtiene amplio reconocimiento entre los lectores e incluso ha sido candidata a todos los premios habidos y por haber, Pulitzer incluido. La obra de estos y otros escritores está llegando tardíamente a España, y Reino de Cordelia cubre ahora buena parte de ese déficit con su primorosa edición de Johnny Guitar, la obra de Roy Chanslor adaptada al cine por Nicholas Ray en 1954, película de la que hablamos aquí no hace mucho.

Publicada en gran formato de tapa dura, hermosamente ilustrada por Carmen García Iglesias y con una breve pero interesante introducción de Antonio Lafarque que contextualiza el trayecto entre novela y película, esta edición de la obra de Chanslor supone un festín para el aficionado al western, pero también, en general, para todo cinéfilo interesado en conocer y explocar los recovecos de los mecanismos de adaptación de un éxito popular de la literatura a lo más parecido al “cine de autor” que existió en Hollywood en los años cincuenta. La introducción aborda este aspecto desde una múltiple perspectiva; la de las relaciones de la carrera literaria de Chanslor con la escritura de películas, la del interés de una ya madura y veterana Joan Crawford por conseguir poner en pie proyectos que le permitieran mantener su protagonismo en pantalla, la de un director, Nicholas Ray, que, insatisfecho con los primeros borradores del guión, nada entre las dos aguas de las aspiraciones de la actriz y la de sus propios intereses como cineasta para tratar de llevar (con éxito) la historia a su terreno, el del gran cine de los desesperados, pese a partir del modesto presupuesto de un estudio de segundo nivel como Republic. La conformación del reparto, la explicación de algunos de los más llamativos cambios argumentales entre novela y película (algunos de ellos sorprendentes, como las vinculaciones del personaje de Vienna con la capital de Austria), la particular textura fotográfica de Harry Stradling y la inolvidable partitura compuesta por Victor Young, acompañada en su versión con letra por la voz de Peggy Lee, son otros de los asuntos que la introducción expone con amenidad y rigor, y que dejan en buena situación para abordar la historia de Johnny y Vienna, puede que los héroes más románticos del western.

Tal vez no se trate de una gran novela, o incluso  puede que no podamos hablar siquiera de una gran novela del Oeste, pero se destapa como un singular documento literario, impagable para el estudio y la observación de las relaciones entre cine y literatura. De lectura cómoda y ágil (algo más de trescientas cincuenta páginas que se beben en un suspiro), el punto más interesante de la lectura reside en la constante comparación entre el tratamiento de personajes y situaciones de la novela y del guión definitivo de Ray, así como en la valoración de qué dan y qué quitan aquellos personajes (la pistolera Elsa, el pusilánime Mr. Small) y aquellas premisas y escenas presentes en el libro y ausentes de la película, o al contrario (en la novela Johnny y Vienna acaban de conocerse; en la película arrastran un turbulento pasado compartido; en la novela Johnny vive atormentado por un drama follestinesco que le cambió la vida y del que es responsable otra mujer; el cambio de edad del personaje de Vienna para poder ser interpretado por Crawford; las variantes en el desenlace…), y cómo estos aspectos cumplen su función en su respectivo soporte, sin que resulten intercambiables. A través de la lectura de la novela podemos atisbar asimismo la construcción de la película, comprender las distintas decisiones de conservación, reformulación y descarte tomadas por guionistas y director, asistir al proceso de reelaboración de un material que, de partida, encajaba con las querencias narrativas de Nicholas Ray, pero que debía ser tratado con mayor profundidad para llegar a convertirse en una cinta señera en la personalísima obra cinematográfica de un director tan reconocible.

Salpicada por las hermosas ilustraciones de García Iglesias, la novela se resiente por la escasa habilidad de Chanslor a la hora de dibujar la geografía en la que transita su historia (mucho mejor expuesta, como es natural, en la excelente traslación a imágenes que realiza Ray, aunque también con sus cambios: el local de Vienna, por ejemplo, en parte distinto al presentado en la novela), lo que hace que el lector no sepa a menudo, aunque capte sin dificultad el tono general y los movimientos de los personajes, dónde se ubica cada cuál a lo largo del valle donde transcurre la acción, pero compensa con creces esta carencia con las que son las mejores virtudes de su estilo: el dibujo de personajes (en algún caso, no obstante, excesivo y reiterativo) y el empleo del sarcasmo y la ironía en algunos diálogos. A este respecto cabe diferenciar dos partes; una vez superado el plantemiento inicial del argumento y la presentación de los personajes, una vez entregada a la acción y al romanticismo más desaforado, la alusión entre líneas, los sobreentendidos y las ideas y sentimientos implícitos se vuelven literales, son continuamente subrayados, y pierden por eso fuerza y efectividad.

En conjunto, no obstante, implica una estimable experiencia literaria muy disfrutable, encadenada a las premisas del género, indisoluble de las imágenes creadas por Ray (es inevitable, pese a las descripciones de Chanslor, no evocar continuamente los personajes de la película), pero también una reflexión sobre las relaciones entre literatura y cine y sobre las exigencias del medio cinematográfico. Superada ampliamente por la película como logro artístico, la novela posee la magia del poso, del germen, de una pieza en bruto que, magistralmente destilada por Nicholas Ray, ofrece un clásico imperecedero que, como los más grandes, empieza por el lápiz y el papel.


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