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Jonathan Carroll - Sopa de cristales

Publicado el 05 diciembre 2010 por Polonius

Jonathan Carroll - Sopa de cristales 
Cuando nos adentramos, tras las primeras páginas, en el mundo del -a todas luces- anodino, rutinario, y ya carente de sorpresas Simon, aparecerán sin embargo, y de a poco, los atisbos de algo diferente, surreal y delirante. Sólo es cuestión de tiempo para Simon darse cuenta. También para nosotros. Ahora bien, ¿cuánto tiempo habrá de ocurrir para que Simon, finalmente, descubra lo que ocurre? No lo sabemos. Poco importa. Porque ya nos hemos adentrado en este otro mundo donde tiempo y lógica poca cabida tienen. Sobre todo si es que hablamos de una muerte construida desde sueños –y pesadillas- soñados en vida. Momento crucial que significa, claro, que ya nos hemos vuelto parte, tanto como Simon, del libro de Jonathan Carroll.

Y si bien el nexo convencional de apellidos entre Lewis Carroll y quien aquí nos ocupa (New York, 1949) pareciera ser una obviedad poco letrada, valga entonces como vínculo onírico, donde la figura del espejo juega un lugar fronterizo respecto de un más allá poético. Entre la vida y la muerte, entonces, transitaremos junto a los personajes de Sopa de cristales. Una gran mezcla de condimentos y especias agradables y repelentes, capaces de configurar formas asombrosas que desprendan otras nuevas e igualmente bellas. Y aunque goce dicha referencia de cierto hermetismo, lo que se procura es no revelar, precisamente, el significado del título y esencia del libro.

Porque es una historia que nos hace transitar entre dos mundos –el de la vida/el de la muerte, el de todos lo días/el de los sueños- seremos capaces entonces de concebir el libro de Carroll como un gran sueño en sí mismo. Acompañados por las peripecias de personajes que se aman, se enemistan, deducen, discuten y pelean por un orden que nos libere –aunque ellos lo ignoren- del deseo corruptor del caos.

Agentes de uno y otro bando se darán cita en esta pelea de inteligencias, mientras la llegada de aquél que es fruto de un vientre humano, de una mujer conocedora tanto de la vida como de la muerte, promete el equilibrio que el caos querrá mermar. Es así que a la manera de un caleidoscopio -donde aún cuando sus figuras nos disparan hacia sensaciones cualesquiera siempre habrá una noción intrínseca de orden-, Sopa de cristales desarma y rearma el vínculo entre sus personajes. Habrá amores y desamores, juicios y prejuicios, como si el encuentro –afectivo, sexual, amistoso, perverso- previo de cualquiera sea el paso necesario para el acercamiento posterior. Amar la persona equivocada para encontrar la adecuada. Donde la muerte será la prueba requerida para la búsqueda del ser amado y el quebrantamiento de leyes inviolables. Ruptura que será raíz, a su vez, de la gestación de un niño más el pleito por su tenencia. Puzzle orgánico, de piezas mórficas, que se miran –otra vez Alicia- en un espejo que les devuelve un mirar diferente pero, justamente, equilibrante.

Todo ello se respira en Sopa de cristales, más lo que significa la capacidad de Jonathan Carroll de narrar desde un tono fantástico ejemplar, respecto del cual el propio Neil Gaiman supiera señalar: “Carroll abre una ventana que no conocías y te invita a mirar a través. Te regala sus ojos para que veas con ellos, y te ofrece el mundo con toda su frescura, honestidad y novedad”. Carroll ha obtenido los premios Stoker, World Fantasy y British Fantasy. Reside en Viena y, leídas las referencias de encantamiento que la arquitectura provoca en los personajes de Sopa de cristales, debe estar muy a gusto. Nosotros, gracias a sus páginas, también.

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