Revista Cultura y Ocio

Jorge Teillier, unos poemas

Publicado el 04 julio 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Vuelvo con los  homenajes poéticos de media semana. Esta semana quiero hablar de Jorge Teillier (Lautaro, Chile, 1935 – Viña del Mar, 1996).
La primera vez que me encontré con su nombre fue al leer en el verano de 1999 Estrella distante de Roberto Bolaño. Al principio, cuando casi no conocía la literatura de Bolaño –Estrella distante fue el primer libro que leí de él-, pensaba que la mayoría de los nombres de poetas que citaba eran inventados, imaginaba que su juego borgiano consistía en crear a un ejército de escritores y poetas inventados. En realidad, no iba muy desencaminado, pero entre esas creaciones ficticias Bolaño también hacía sus particulares homenajes a los poetas que admiraba. Algún tiempo después descubrí para mi grata sorpresa que Jorge Teillier era un poeta real, y no sólo eso sino que con el tiempo se acabó convirtiendo en uno de mis poetas favoritos; uno de esos poetas de lo que de vez en cuando saco sus libros de la estantería y me emociono leyendo algunos de sus versos.
Tengo dos libros de Teillier, dos antologías. La primera, titulada El árbol de la memoria, la editó en España Huerga y Fierro, a cargo del profesor universitario y también poeta Niall Binns, y la leí en 2005, y la segunda está editada en Chile por el Fondo de Cultura Económica, se titula Los dominios perdidos, la compré en una caseta de literatura hispanoamericana en la feria del libro de Madrid, y la leí en el verano de 2008. Me gusta más esta segunda porque es más extensa. Es extraño que en España ninguna editorial haya puesta en circulación la obra completa de Jorge Teillier; aunque a veces parece mejor así, que tus escritores o poetas favoritos sean casi secretos.
Teillier nace en el pueblo chileno de Lautaro, pero emigra a Santiago de Chile, donde trabaja. Su poesía suele ser una vuelta a Lautaro, a la libertad del niño en contacto con la naturaleza; y más tarde, con el paso del tiempo, la vuelta física a Lautaro ya no será suficiente para el poeta, porque Lautaro ha cambiado, y su poesía se vuelve más melancólica y nostálgica.
Poeta autobiográfico y nostálgico; de poesía muy honda y bella, a pesar de su aparente transparencia y sencillez.


Jorge Teillier, unos poemas
Dejo aquí unos poemas:
CUANDOS TODOS SE VAYAN
Cuando todos se vayan a otros planetas

yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.
CRÓNICA DEL FORASTERO (XXIII)
Para qué me preguntas. Todos moriremos.
Eso no me ayuda. No, realmente no.

   Gunnard Ekelof
Lo que importa
es estar vivo
y entrar a la casa
en el desolado mediodía de la vida.
El río pasa recogiendo la calle polvorienta.
Los satélites artificiales pueden rodear la tierra,
pero nada saben de ellos los bueyes enyugados a las carretas.
Es el mismo de otro siglo el gesto del campesino al descargar un saco de trigo,
el polvillo de la molienda danza en el sol sin memoria,
escuchamos el trote de los ratones entre los sacos dormidos en la bodega,
y el oculto resplandor de las cosas
tiene un secreto revelado por los aromos.
Escucho el pitazo del tren
cortando en dos al pueblo.
El pueblo donde pedí tres deseos al comer las primeras cerezas,
donde me regalaron una lámpara humilde que no he vuelto a hallar,
el pueblo que tenía unos pocos miles de habitantes cuando nací,
y fue fundado como un Fuerte
para defenderse de los mapuches
(todo eso era nuestro Far West).
El pueblo donde aún humean mantas junto a cocinas a leña
y el invierno es la travesía de un tempestuoso océano.
Si me pidieran recordar
algo más allá de las calles donde di los primeros pasos
no sabría mucho que decir.
Creo que he estado en otros países
he visto día a día en las ciudades vehículos iluminados como trasatlánticos
llevar rostros fatigados de un matadero a otro.
“La vida es un pretexto para escribir dos o tres versos
cantantes y luminosos”, escribió un poeta,
pero tal vez yo no sea de verdad un poeta.
Me amo a mí mismo tanto como a mi prójimo
pero estoy dispuesto a desaparecer junto a todo mi prójimo.
Puedo rezar sin creer en dios,
a las noticias del día
suelo preferir leer memorias de oscuros personajes de otras épocas
o contemplar los gorriones picoteando maravillas.
De nuevo alguien ve derrochar
los yuyos su oro al viento.
Alguien va a temer cada mañana que el sol no regrese,
alguien tal vez aprenderá a leer en diarios que anuncian nuevas guerras,
alguien en la noche
va a tomar un carbón encendido para trazar círculos de fuego
que lo protegen de todo mal.
Quedaré solo en un bosque de pinos.
De pronto veré alzarse los muros al canto de los gallos.
Podré pronunciar mi verdadero nombre.
Las puertas del bosque se abrirán,
mi espacio será el mismo que el de las aves inmortales
que entran y salen de él,
y los hermanos desconocidos sabrán que ya pueden reemplazarme.
Debo enfrentar de nuevo al río.
Busco una moneda.
El río ha cambiado de color.
Veo sin temor
la canoa negra esperando en la orilla.

BAJO EL CIELO NACIDO TRAS LA LLUVIA
Bajo el cielo nacido tras la lluvia escucho un leve deslizarse de remos en el agua, mientras pienso que la felicidad no es sino un leve deslizarse de remos en el agua. O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco, esa luz que aparece y desaparece en el oscuro oleaje de los años lentos como una cena tras un entierro.
O la luz de una casa hallada tras la colina cuando ya creíamos que no quedaba sino andar y andar.
O el espacio del silencio entre mi voz y la voz de alguien revelándome el verdadero nombre de las cosas con sólo nombrarlas: «álamos», «tejados». La distancia entre el tintineo del cencerro en el cuello de la oveja al amanecer y el ruido de una puerta cerrándose tras una fiesta. El espacio entre el grito del ave herida en el pantano, y las alas plegadas de una mariposa sólo la cumbre de la loma barrida por el viento.
Eso fue la felicidad: dibujar en la escarcha figuras sin sentido sabiendo que no durarían nada, cortar una rama de pino para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda, atrapar una plumilla de cardo para detener la huída de toda una estación.
Así era la felicidad: breve como el sueño del aromo derribado, o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.
Pero no importa que los días felices sean breves como el viaje de la estrella desprendida del cielo, pues siempre podemos reunir sus recuerdos, así como el niño castigado en el patio entrega guijarros para formar brillantes ejércitos. Pues siempre podemos estar en un día que no hay ayer ni mañana, mirando el cielo nacido tras la lluvia y escuchando a lo lejos un leve deslizarse de remos en el agua.
ANDENES
Te gusta llegar a la estación cuando el reloj de pared tictaquea tictaquea en la oficina del jefe-estación. Cuando la tarde cierra sus párpados de viajera fatigada y los rieles ya se pierden bajo el hollín de la oscuridad.
Te gusta quedarte en la estación desierta cuando no puedes abolir la memoria, como las nubes de vapor los contornos de las locomotoras, y te gusta ver pasar el viento que silba como un vagabundo aburrido de caminar sobre los rieles.
Tictaqueo del reloj. Ves de nuevo los pueblos cuyos nombres nunca aprendiste, el pueblo donde querías llegar como el niño el día de su cumpleaños y los viajes de vuelta de vacaciones cuando eras —para los parientes que te esperaban— sólo un alumno fracasado con olor a cerveza.
Tictaqueo del reloj. El jefe-estación juega un solitario. El reloj sigue diciendo que la noche es el único tren que puede llegar a este pueblo, y a ti te gusta estar inmóvil escuchándolo mientras el hollín de la oscuridad hace desaparecer los durmientes de la vía.
UN HOMBRE SOLO EN UNA CASA SOLA
Un hombre solo en una casa sola no tiene deseos de encender el fuego no tiene deseos de dormir o estar despierto un hombre solo en un casa enferma.
No tiene deseos de encender el fuego y no quiere oír más la palabra Futuro el vaso de vino se ha marchitado como un magnolio y a él no le importa estar dormido o despierto.
La escarcha ha empañado las ventanas pero a él sólo le importa mirar la apagada chimenea sólo le gustaría tener una copa que le contara a una vieja historia a ese hombre solo en una casa sola.
Una historia como las que oía en su casa natal historias que no recuerda como no recuerda que aún está vivo ve sólo una copa vacía y una magnolia marchita
un hombre solo en una casa enferma.

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