Año: 2002
Editorial: Apache libros (2017)
Género: Novela corta (ciencia ficción)
Valoración: Muy recomendable
Ni rastro de mala racha en la ci-fi en español
No es la primera obra que traemos de entre el catálogo de Apache Libros, pero sí es la primera desde que esta editorial madrileña se convirtió oficialmente en colaboradora de nuestra web. Entre sus títulos podemos encontrar obras de fantasía, terror y ciencia ficción. Y, aunque apenas han pasado un par de años en la calle, ya han conseguido varios hitos como por ejemplo ser los encargados de publicar los ganadores de los prestigiosos premios UPC de la Universidad Politécnica de Cataluña. Premio que ganó el autor de la obra que traigo hoy, José Antonio Cotrina, precisamente por la continuación de este Mala racha, ganador, a su vez, del premio Alberto Magno 2000, por cierto.
En un momento indeterminado del futuro, aproximadamente dentro de unos siglos, el ser humano ha traspasado la frontera de la Tierra y expande sus colonias en las lunas de Júpiter. Pero no son las únicas fronteras superadas, ya que la humanidad ha conseguido trascender su propio cuerpo. Las conciencias son trasvasadas a recipientes informáticos, dando lugar a criaturas robóticas para las que cambiar de cuerpo es tan natural como cambiar de camisa. O debería serlo, ya que, para individuos como Dorada James, la falta de fondos obliga a vivir dentro de un modelo obsoleto. Por suerte para James, durante una de sus largas jornadas de trabajo en Ío, encuentra un misterioso disco que podría terminar con su mala racha.
Esta reseña es una de las difíciles. Y es que no soy de lanzar las campanas al vuelo, pero me parece que tengo entre manos la mejor obra de ciencia ficción en castellano que me he leído hasta la fecha. Palabras mayores. ¿Y por qué dificulta esto la reseña? Pues porque si todo lo que tengo que decir es bueno y no hay nada malo -lo que suele ocupar un espacio considerable en mis críticas-, a ver cómo hago para llegar a las 1000 palabras. Pues echándole cara y usando párrafos de relleno como este, por ejem
Es muy simple decir que una obra es redonda, pero, a mi entender, es el mejor piropo que le pueden echar a un libro. Mala racha plantea un fascinante mundo imposible y, a la vez, inquietantemente probable; presenta unos personajes creíbles en una situación complicada; contiene un misterio de difícil resolución que, a su vez, aumenta el conocimiento sobre el mundo ya mencionado, lo que añade algo de suspense; también cuenta con una pizca de acción y varios giros inesperados. Todo ello en una historia que queda cerrada en menos de 150 páginas, sin incoherencias, narrada de una forma tan convincente que parece que lo descabellado es que no vaya a ser este el destino que nos espera.
Cotrina realiza aquí un ejercicio muy interesante para sortear los tres problemas tradicionales de la conocida como ciencia ficción dura. Los dos primeros hacen referencia al lenguaje y son el abuso de tecnicismos -reales y/o inventados- y el uso de un estilo tosco y poco elaborado. En Mala racha hay tecnicismos, como no podía ser de otra forma para dar el tan imprescindible toque verosímil, pero son asumibles por un lector sin un doctorado en ingeniería. Dicho de otra forma: no aturullan. Y el otro problema, el estilo, es sobrio, sí, pero también fluido, y no hace ascos a alguna carantoña literaria, que también se agradece.
El change finalizó con la salida de fase. Ya dentro del modelo Delta, retiró el casco que cubría su cabeza y respiró hondo. Permaneció un rato tumbada en la camilla, aclimatándose al modo en que ahora percibía la realidad. Ya no estaba en un gigante capaz de resistir las erupciones de Ío, sino en un modelo económico cuya esperanza de vida había sobrepasado hacía meses. Ahora se encontraba a merced de la temperatura, a merced de la decadencia. Por enésima vez las lecturas le advirtieron que ocupaba un cuerpo inestable, al borde del colapso. Sintió las ardientes punzadas de los nervios dañados de su brazo izquierdo, más allá de cualquier reparación posible. Le quedaba poco tiempo. Muy poco.
El tercer problema de la ciencia ficción dura es la sensación de vacío, el frío que en ocasiones los personajes, situaciones y tramas dejan en el lector. En Mala racha nos encontramos con una ambición literaria, un afán por rellenar todos los aspectos dramáticos y narrativos de la obra, sin necesidad -como ya hemos visto- de recargar el texto. El mundo de Dorada James y cía queda reflejado a la perfección en todo su significado con unas pocas pinceladas. Es un universo vivo, poliédrico, pese a que el escenario no es el verdadero protagonista. Algo parecido ocurre con los personajes, que en este caso sí son los protagonistas. Sus matices quedan mostrados con toda su riqueza sin requerir párrafos y párrafos para ello. Voy a repetirlo por si a alguien se le ha olvidado ya: obra redonda.
Cita con Ranma 1/2
No os lo vais a creer, pero llevaba años deseando hacer este chiste que solo los más frikis entenderán y cuya gracia es limitada, por no decir nula. Y es que en el futuro de Mala racha, dependiendo del modelo de cuerpo que adquieran, los seres humanos pueden elegir el género que tienen, lo que completa la broma de Ranma 1/2 jaja, ja, ja.... Fuera de este festival del humor, me resulta enormemente interesante ver como este drama espacial se adelantó unos cuantos años a un debate que está tan en boga hoy en día y que está levantando tantas ampollas. Y es que, como ya me duele la boca de repetir, una buena obra de ciencia ficción especulativa no es tal si no aprovecha las circunstancias para reflejar nuestro mundo presente y hacerle una feroz crítica. Está claro que la intención del autor no era meterse de lleno en el debate del género, que no deja de ser algo anecdótico, pero sí que vemos clara la advertencia sobre temas como el ascenso de las megacorporaciones, la explotación de los trabajadores y consumismo rapaz, con especial hincapié en la obsolescencia programada.
No era la primera vez que vestía un cuerpo de hombre. En Miranda, con Lancelot, solían intercambiar con cierta frecuencia sus cuerpos y, antes de conocerlo, durante una larga etapa de su vida en Ceres, vistió de manera habitual un cuerpo varón.