Revista Poesía
Mencionado por:
Javier Asiáin
Felipe Sérvulo
Pedro A. González Moreno
Antonio Llamas
Menciona a:
Jordi Doce
José Corredor-Matheos
Andreu González Castro
Amaya Blanco García
Manuel Gahete
Concha García
Daniel Aldaya
Eduardo Moga
Goya Gutiérrez
Alfonso Pascal Ros
Jesús Cabezas Jiménez
Pura Salceda
José María Molina Caballero
Bio-bibliografía
José Luis García Herrera, técnico químico-alimentario, poeta, rapsoda, narrador y crítico literario, nació en Esplugues de Llobregat (Barcelona) en 1964. Fue miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía en Barcelona y coordinador de los premios literarios “Ciutat de Sant Andreu de la Barca”. Ha publicado los libros: Lágrimas de rojo niebla (1990, Premio “Vila de Martorell” 1989), Memoria del olvido (1992), Los nuevos poetas (1994), Código privado (1996), La ciudad del agua (Premio “Elvira Castañón” 1997), Los caballos de la mar no tienen alas (2000, Premio “Villa de Benasque” 1999), Spelugges (2002), El guardián de los espejos (2004, accésit Premio “Víctor Jara” 2003), Las huellas del viento (2005, Premio “María del Villar” 2004), Mar de Praga (2005, Premio “Blas de Otero” 2004), La huella escrita (2007, Premio “Mariano Roldán” 2006), Las huellas en el laberinto (2007, Premio “Ciutat de Benicarló” 2006) y El recinto del fuego (2008, Premio “Ateneo Guipuzcoano” 2007).
Una“quasi” poética
Un día, una tarde de verano, hará unos veinte años, cayó en mis manos un ejemplar del libro “Historia del corazón”, de Vicente Aleixandre. Descubrí entonces (lo que considero) la verdadera poesía, o la poesía como un ferviente cántico a nuestra condición humana (y por tanto afectiva), a nuestra calidad terrena (y mortal, a nuestro pesar), a la solidaridad con uno mismo y con los demás (especialmente con los demás) que nos ayuda no sólo a comprendernos -a comprender nuestra circunstancia vital- sino a formar parte de esta historia temporal que nos ha tocado vivir. La poesía trasciende (o debiera) a la anécdota y a la estética, supera (o debiera) toda trinchera de egoísmo y reivindica, desde el plano personal, la pluralidad. A través de una visión particular, sí, pero con afán de revelar los sentimientos profundos del ser humano e injertarlos en la sensibilidad de los demás, de todos aquellos que se acercan –o no- a la reflexión interior que ofrece el poema. El poema debe (y se le exige) rebasar las barreras del tiempo –siendo fiel a su época- y mantener un trasfondo vivo y vibrante que roce y despierte la fibra sensible –la humanidad, la conciencia- de quien lo lea, no importa dónde y cuándo.
No sé si el poema nos encuentra o lo buscamos. El poeta se enfrenta al papel con la necesidad de volcarse, con la fuerza y la entrega de una lucha, con el sufrimiento de quien nace y muere a un tiempo. Una lucha que no siempre encuentra su victoria. Y cuando ésta se produce, siempre nos queda la duda de si el poema nos encontró o le dimos alcance.
Hace un tiempo escribí estos versos que concentran en sí, creo, con ajustada precisión lo que considero, hasta la fecha de hoy, una “quasi” poética:
“El papel reclama el salitre de tus poemas, la contienda
que emprendes con las derrotas aprendidas, cómplice
de esta noria de los sentidos, sed de vida
que deshaces en tinta china hasta atragantarte.”
Poemas
Primera noche en Praga
Para la primera noche
cálzate las viejas sandalias del asombro.
Vístete la sombra estrecha del centinela y la sed
del emisario que agota la luz de la jornada.
Olvídate de mapas y de horarios. Un río humano
te conducirá al epicentro de la magia, al centro
de una plaza donde cada esquina ensalza
las alas barrocas del prodigio.
No importan los nombres, ni las fechas perdidas.
La memoria olvida las palabras
que no duelen como un puñal con filo azul de fuego.
Da una vuelta de trescientas sesenta grados
sobre la losa oscura del pasado. Y al detenerte
suelta el aire denso que oprime tus pulmones.
Recuerda por siempre este momento. Jamás lo olvides.
Por más veces que gires, anhelante, sobre ti mismo,
nunca más volverás a descubrir en las telas de la sangre
el juego de las luces escalando por la piedra,
ni encontrarás, cuando regreses al día siguiente,
las huellas que dejaron –rosas de carbón-
las sandalias del asombro.
(del libro Mar de Praga)
La ducha
(Tossa de Mar)
Desde la cama, arropado por la última luz del crepúsculo,
contemplo tu cuerpo detrás de la mampara de la ducha.
El cristal, serigrafiado, rugoso, traslucido,
permite adivinar las líneas curvas de tu figura, de esa piel
que reconozco como si fuera mía, o más incluso,
recorrida por mis dedos y mis labios como tierra
donde ahogo todos mis impulsos y mis ansias.
Aún conocida, tras la mampara, imagino el agua
resbalando por tu cabello y por tus hombros, abriendo
pequeños arroyos a través de tus pechos despiertos,
deteniéndose un instante en el pozo de tu ombligo,
saltando gota a gota por el vello de tu sexo y deslizándose
por tus muslos hasta llevarse el rastro de tu cuerpo y el mío
a través del sumidero y de la tarde que cae tras la noche.
Desde la cama contemplo la silueta borrosa de tu cuerpo
y siento, una vez más, en mi carne,
la ardiente llamada del deseo.
(del libro El recinto del fuego)
Acta de fe
No pretendo ir más allá de donde he venido.
Que sean otros quienes jueguen su fortuna
en saltos de acrobacia y búsquedas sin norte
en el amplio claustro de las huellas lejanas.
Sólo sé que anhelo conocerme a mí mismo
desde los roquedales de la soledad y desde el mar
que tiñe de azul la sal de mis palabras.
Quede la eternidad en el mármol rojo de la ira
y en la placa oxidada de la envidia. No deseo
beberme la pócima secreta de la inmortalidad
ni dejar en mis versos el aroma turbio
que despliegan las hierbas en el camposanto.
Al fin, soy nada más que alma en pena
con tiempo hipotecado, deudor de un amor de mujer
que no merezco, afortunado aprendiz de poeta
que halló felicidad haciendo lo que más quería:
amar y ser amado, y escribir.
(inédito)