Tras el primer pase de La academia de las musas quedó claro que iba a ser una de las películas a tener en cuenta en el palmarés del Festival de Cine Europeo de Sevilla. Y no nos equivocamos, con todo merecimiento la película de José Luis Guerín se hizo con el Giraldillo de Oro en el festival sevillano. Aprovechamos su presencia en el certamen para hablar con el director barcelonés sobre el proceso de creación de La academia de las musas, una película imprescindible con la que se estrena este 2016.
¿Por qué elegiste el tema de las musas como hilo conductor en La academia de las musas?
En este caso no tengo yo la impresión de haber elegido un tema para la película sino que el tema me vino propuesto por esta comunidad de musas y un profesor. Desde el principio me pareció algo muy disparatado y a la vez divertido este proyecto de constituir una academia de musas en pleno siglo XXI, con la intención de regenerar el mundo. Pero, poco a poco, a través de las situaciones y los diálogos fui viendo la posibilidad de crear una película. Normalmente cuando me viene dado un tema no soy yo el que lo dirige. Por ejemplo, En construcción no surge de una idea propia, sino que es una propuesta de una universidad que me planteo hacer algo en torno a la construcción. Porque yo de la construcción no sé nada. Si te dejan libertad absoluta, que es para mi condición sine qua non, creo que no hay temas buenos o temas malos. Y normalmente lo que me dan como tema no son más que ámbitos, porque el tema lo has de encontrar tú. Ahí es donde entra tu mirada.
Resulta muy interesante en la película como los personajes intentan en todo momento intelectualizar sus pasiones, ese empeño en racionalizar lo pasional, que lleva a un callejón sin salida…
Sí, en la película hay un personaje que se enamora literariamente, por los referentes que tiene. Pero yo iba siempre con cuidado ante la tentación y el peligro en la erudición y las citas en el cine. Siempre que se habla de literatura en la película entendemos subterráneamente que se están moviendo otras cosas. Aparentemente no hablan más de sonetos, de maneras de ordenar las bibliotecas, pero todos sentimos que se está gestando otra cosa. Hay una relación de poder, frustración, rechazo, manipulación, seducción. Existe la idea de que por un lado van las palabras y por otro lado los pensamientos, y el espectador es en todo momento consciente de esos decalages entre lo que se piensa y lo que se dice. Puedo decir que no hay ninguna necesidad por parte del espectador esté familiarizado con la poética de Dante ni nada parecido. Se habla de ello, pero lo que se está gestando se da en otro dominio.
Son muy importantes en La academia de las musas los momentos de humoren los que, como decía antes, se intentan justificar las más bajas pasiones con pretextos intelectuales. ¿Cómo surgen esos momentos?
Siempre fui a favor de ese humor en la película, veía que estaba latente en muchas de las situaciones y me encargué de propiciarlo. Los encuentros entre el profesor y su esposa tienen un punto de Quijote y Sancho Panza. Ese contraste ya provocaba de por sí una serie de situaciones muy divertidas. Siempre busco estrategias de movimiento, y uno de los movimientos que me ha orientado para buscar la composición de la película es ese arco que va desde el humor inicial al drama final.
¿Te interesa especialmente la juventud tan presente en películas tuyas como en En construcción, En la ciudad de Sylvia y La academia de las musas?
Fíjate que en En construcción o en Innisfree los viejos son muy importantes. Son películas que pensé como westerns crepusculares, donde hay una transformación de una realidad y tomo partido por aquellos que no se adaptan a la modernidad y al cambio de ciclo al que están condenados. Pero al final, como decía antes, no siento que sea yo el que los elija a ellos, sino que ellos vienen a mi. Es extraño, porque sacas la cámara a la calle, al espacio público, y por alguna razón misteriosa la gente viene hacia ti como abducida por la cámara con un gran deseo de hablar contigo. Y yo aprovecho eso.
¿En qué momento decides que en tus grabaciones iniciales del profesor hay una película?
Comencé en la mesa de montaje que tengo en mi casa. Fui engarzando varias secuencias dialogadas. Me llamó la atención como se ponían en relación entre sí esas conversaciones, como había una evolución, como se daba un movimiento en esos personajes. Así que decidí que sería bonito continuar…
…es decir, que comenzaste a grabar sin pensamiento de hacer una película.
En absoluto. Simplemente era una experiencia. Me invitaron a grabar una clase. Les apetecía el juego del cine y no sabíamos si iba a surgir un cortometraje, algo experimental, una instalación…
Me parece bellísima esa idea de comenzar algo sin saber donde va a llegar.
Exactamente. Es la noción del work in progress. Tienes un material y no sabes a donde te va a llevar. Simplemente sientes una fidelidad hacia el material. Eso para mi es lo más valioso que nos ha dado la cultura digital. Por encima de posibilidades de hacer efectos especiales, cosa que además yo no utilizo. Ruedas unos planos, los guardas en tu equipo, a lo mejor más tarde ruedas otra cosa… De repente, lo que tienes se pone en relación y te abre el apetito para rodar algo más… Piensas en un diálogo… Vas descubriendo, es una narrativa surgida de un trenzamiento entre lo que se filma y lo que se monta. Es la superación de esa idea del cine como compartimentos cerrados, que al final es lo que propicia la industria: escribe un guión que queda clausurado, el rodaje es la ejecución de ese guión, después hay otra ejecución que es el montaje… Frente a eso yo encuentro el más profundo sentido del cine en la osmosis… Ruedo, escribo y monto al mismo tiempo y así el cine se nutre a sí mismo… De ahí surgen formas de narrar que serían imposibles sobre un papel. Siempre intento rodar las películas fragmentariamente, no en un único rodaje. Esto me permite ir descubriendo la película, ir acompañándola de alguna manera.
SEFF 2015: La academia de las musas, el intelecto y la emoción
Fotografías: Manuel Vila
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