Revista Arte

José Luis Vidal Carreras. Flores a la intemperie

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

José Luis Vidal Carreras: "En la poesía caben la farsa y la ficción; pero, como en la de Eliot, al servicio de la verdad. Verdad, belleza y bien son valores seguros, desde Platón, para destacar la buena poesía de la que no llega a serlo".

José Luis Vidal Carreras nació en Vitoria en 1954. Se licenció en Filología Hispánica. Ha ejercido como profesor de Enseñanza Secundaria en el IES 'Miguel Hernández' de Alicante donde se jubiló. Es autor de los libros de poesía: Al rojo amarillo (Accésit del Premio de Poesía 'Miguel Hernández' de Orihuela, Aguaclara, 1991); Señor de los balcones (Colección 'Genil', Diputación de Granada, 1992); Perenne flor (Instituto Juan Gil Albert, Diputación Alicante, 1997); Abalorios (XVI Premio de Poesía 'Villa de Benasque', Alhulia, Motril, 2001); Álamo (Instituto Juan Gil Albert, Diputación de Alicante, 2002); Horas y uvas (Aguaclara, Alicante, 2007); Donde nunca hubo nada, (II Premio Nacional de Poesía 'Ciudad de Ceuta', Point de Lunettes, Sevilla, 2010); Señor de los balcones (Antología poética, Renacimiento, Sevilla, 2013); Caja oscura (XXXI Premio Internacional de Poesía 'Antonio Oliver Belmás', Pre-Textos, Valencia, 2018); En el sueño dorado (Renacimiento, Sevilla, 2018) y Luz que regresa (en preparación, Renacimiento, Sevilla).

Flores de la inocencia, su nuevo poemario, lo ha editado OléLibros en la colección Imaginal con una ilustración de portada de Marina Vidal Tejedor.

Conozco a José Luis desde hace más de veinte años, he seguido atentamente su trayectoria poética y puedo afirmar, sin que la amistad me ciegue, que la suya es una voz poética consolidada y reconocible en la que no hay lugar para la impostura.

Flores de la inocencia es una obra de considerable extensión que consta de 146 páginas y un centenar de poemas breves (sin título la mayor parte de ellos) agrupados en cinco secciones: "En este asombro", "Mi voz en pie", -dividida en dos partes numeradas-,"Tres flores tristes", "Con otros ojos" y "Oración", más un cierre con tres poemas a modo de coda, que lleva por título "Despedidas". Todos los poemas tienen altura y ninguno desentona ni desmaya. Todos presentan una absoluta concordancia en el conjunto. Pero este libro, además, se ajusta a la poética unitaria, pero nada monolítica del autor.

Flores de la inocencia, y me atrevería a decir que toda la producción poética de José Luis Vidal Carreras, sobre todo sus últimos poemarios, es la insistencia de una misma meditación. Yo creo que la mayor energía persuasiva de su escritura se manifiesta en el conjunto de su obra, concebida como una summa textual.

Los poemas agrupados en este libro son piezas bien talladas por un orfebre del lenguaje, un pulidor de palabras. Todos tienen nueve versos que combinan las cinco, siete y nueve sílabas (ocasionalmente alcanzan el endecasílabo), con rima intermitente, asonante, en los versos pares. No quiero meterme en disquisiciones numerológicas en las que a veces suelo enfrascarme, pero el 9 es el número más espiritual y evolucionado, pues contiene todos los números simples. El numero 9 condensa el marcado valor polarizante del espíritu y la materia que tensiona y gatilla el desarrollo del libro que nos ocupa. La poesía de José Luis Vidal es eminentemente lírica; en ella no hay lugar para la anécdota narrativa ni la subordinación a un discurso didáctico o ideológico. Tampoco hay espacio para el fogonazo ingenioso ni el requiebro irónico, y escasea la especificación de lugar y tiempo. Siendo su poesía especialmente fervorosa y transitiva, Vidal huye de cualquier furor o paroxismo. Es un poeta sobrio, armonioso, nunca exaltado. Pero no es la suya una escritura ensimismada (es más solidaria que solitaria) y la naturaleza, tan presente en su obra, no es un concepto anacrónico, sino un escenario activo y primordial donde el asalto de Tánatos genera más vida. Muerte y vida forman, pues, una dualidad indisoluble. Pero esta necesaria y paradójica alianza en la que se fundamenta la existencia crea dolor y perplejidad, de ahí que la textura hímnica que constituye la matriz poética vidaliana sea rasgada con frecuencia por la potencia del canto elegíaco.

En Flores de la inocencia el pensamiento y la contemplación entran en diálogo con los seres vivos y con quienes ya no están con nosotros. El propio título del libro que nos ocupa sinteriza el contenido del mismo. Según Juan Eduardo Cirlot y otros expertos en hermenéutica simbólica, las flores simbolizan la belleza y la fugacidad de las cosas, pero también el resurgir de la vida en la plenitud de la primavera. Por otra parte, la inocencia, en contraposición a la ignorancia, es un término positivo y connota el no saber genuino, no exento de curiosidad, el asombro dichoso, la virginidad y la ausencia de maldad. La tradición popular atribuye la inocencia a la gente que por incapacidad mental ignora la naturaleza de sus actos, a los , místicos y santos. También a los poetas, más preguntadores que aseverativos. A la inocencia se la representa como la figura de una joven coronada de flores teniendo cerca de ella un cordero blanco. La sugerente simbología del título destaca por la asociación de tres conceptos omnipresentes en la obra de José Luis Vidal: belleza, caducidad y verdad. Asociamos, pues, las flores que nos hablan en este libro a la riqueza del mundo y al sentido de la belleza (tan mancillado en nuestro tiempo), mientras que la inocencia representa la autenticidad, la dulzura, la hospitalidad y la intensidad benévola, valores que transmiten los versos de este libro, donde el dolor también existe, claro, pero no tanto como una irrupción dramática, sino como un elemento consustancial a la vida. En uno de los poemas leemos "Cuánta belleza/ en cada muerte tonta". El yo lírico, más que rebelarse contra el destino final al que estamos abocados los seres vivos y las cosas, afronta el "envite necesario" "con valor y miedo".

El autor adopta la voz de un puñado de flores a la intemperie que hablan de ellas mismas y de su paisaje y expresan desengaño, esperanza, incertidumbre, y amor, sobre todo, amor (una constante en estos versos, que no se estancan en el quietismo contemplativo): el filial y el carnal, y también el amor fati nietzscheano, ese apego interior al destino en el que uno ve todo lo que sucede en la vida, incluido el sufrimiento y la pérdida, como bueno o, al menos, necesario. También son temas redundantes la comunión panteísta y el disfrute del tiempo presente, desprovisto de nostalgia, pues el sujeto poético echa la vista atrás no para lamentarse por lo perdido, ya que es muy consciente de la inevitable caducidad de la belleza, sino para disfrutar con el intenso resplandor efímero de la vida. El primer verso del poema "Ojos", comienza así: "No quiero recordar, /¡he visto tanto!". Ya en los tres poemas de despedida que conforman la última sección, se reniega de la "dulce nostalgia" invocada en los primeros versos del libro y leemos en una especie de oración: "Concédeme olvidarlo todo/en este olor de amar/después de haber amado". Y es significativo que el libro acabe con este verso: "y no hay nostalgia en esta voz".

Por eso mismo los versos de este poemario transmiten afecto, calor, cobijo. La mirada del poeta, escrutadora pero calma, recibe con asombro, como un estado de gracia, la riqueza del mundo.

No en vano, la poeta Esther Abellán ha dicho que la poética de José Luis Vidal "nos permite abordar temas en los que el lenguaje conversacional se queda escaso, conceptos latentes en su obra que definen esa necesidad de búsqueda, de exploración, de mantenerse en el ideal de consciencia, tan difícil de conseguir. Un territorio lejano a la confesionalidad y a lo que llamaríamos "experiencia", para adentrarnos en la belleza de la contemplación que no se conforma, sino que convive en el todo, con el todo, junto al todo". No puede ser más acertada la afirmación de Esther. Los poemas de Flores de la inocencia tienen sed de totalidad, sin explosiones de grandilocuencia; ansían a veces el vuelo, la verticalidad, pero están escritos a ras de tierra, sin perder de vista la realidad, con un lenguaje accesible, figurativo, recurrente y extremadamente preciso: "Subir, subir..., /¡aunque nos extraviemos!", exclama el yo lírico en uno de los poemas, pero a continuación rectifica: "No me basta volar. Ven ya sosiego". Por eso mismo el escritor Eduardo Boix ha dicho en un artículo reciente que "la poética de José Luis Vidal Carreras nos muestra al poeta como buscador del hallazgo. No juzga, no valora, solo resalta las virtudes que ve. La poesía para el poeta que nos ocupa es un mero instrumento para crear una crónica íntima del acontecimiento, como un periodismo poético de lo cotidiano".

Estas Flores de la inocencia parten de realidades inmediatas y de experiencias interiores, pero no hay lugar en ellas, aunque habiten el mundo de lo cotidiano y lo adventicio, para la expresión utilitaria, porque nuestro poeta no concibe el lenguaje como instrumentalidad, sino como un discurso unitario que reproduce poliédricamente la riqueza del mundo que da sentido a la esencia poética

En suma, José Luis Vidal Carreras recrea en su nuevo poemario una poesía acogedora, sencilla y profunda al mismo tiempo, y muy sensorial. Con ella busca la complicidad del lector y la consigue.

Sin duda, este es un libro singular y palpitante dotado de un admirable carácter unitario, como toda la poética del autor.

José Luis Vidal Carreras. Flores a la intemperie
¿Cómo se fue gestando Flores de la inocencia?

Escribí de un tirón Flores de la inocencia hacia el 2000. En aquel momento no estaba preparado técnicamente para cumplir cuanto su "idea" requería. Tras corregirlo durante un año, el resultado no estaba a la altura de mis expectativas: los versos no fluían con libertad, sin violencias o tropezones; en muchas ocasiones, aparecían sobrecargados de significados no necesarios, por los requerimientos del isosilabismo (eneasílabos) inicial del libro; y los poemas, al no discurrir en secuencias con "sentido" al servicio de la idea principal, se dispersaban apuntando en direcciones, a veces, contradictorias, y, otras veces, caprichosas. El resultado era un collar de cuentas irregulares sin pulir.

Así quedó el libro, pendiente de futuras confrontaciones. Una incursión en él, hacia el 2010, eliminó drásticamente el isosilabismo, permitiendo al poema una mayor espontaneidad y un aliento más libre y más obediente a los leves cambios de la emoción. Pero no era suficiente. Finalmente, en 2019, lo retomé con la intención de llevarlo adonde mis recursos podían tras veinte años de aprendizaje y maduración lírica y personal. Y en los meses de julio y agosto de este año 2020, lo di por terminado, en la seguridad de haber puesto en él todo cuanto podía dar de mí.

Has manifestado en numerosas ocasiones que tus poemarios aspiran a la belleza. Esta está muy presente en tu nuevo poemario. También las flores la pueblan de manera real y simbólica. Aclaro que hay que ser valiente, y en cierto modo transgresor, para reivindicar la belleza, tan denostada en nuestro tiempo, y las flores ridiculizadas o parodiadas en la poesía contemporánea desde que Rimbaud escribiera el célebre poema "Lo que dice el poeta a propósito de las flores" como una respuesta burlesca a los poetas parnasianos.

La belleza, en poesía, es para mí un valor irrenunciable en la medida que ella me rodea a cada paso que doy. Yo intento -y lucho a fondo por ello- que mis poemas transmitan una "copia" de la belleza que percibo y constato diariamente a mi lado. Esa belleza, la de mi alrededor, radica y adquiere su esplendor -su "aura" -, en la estricta percepción y emoción de que "las cosas son, cuando podrían no ser" (parafraseando a Leibniz). Esta honda obviedad va más allá -o más acá- de la filosofía y el pensamiento (si la poesía filosofa, lo hace por alusiones): es una intuición sentida, conmovedora: y ha de serlo, porque con la filosofía o el pensamiento solo, no se hace poesía, sino otra cosa.

En cuanto a las flores, ellas surgen, vienen a mí, no desde la convención, la costumbre o la poesía misma, sino desde mi propia realidad cotidiana: ellas puntúan o
o acentúan con brillantez -gloriosamente-- la escritura de mi paisaje inmediato. Le dan a la fisonomía de la tierra sus ojos más atractivos, más elocuentes; sus notas más brillantes, más altas. En esto -como digo- no actúo estimulado por la tradición o la literatura, aunque las tengo presentes, sino por mis propias pulsiones emocionales.

En tu obra poética, y en espacial, en Flores de la inocencia, hay secuencias de una trascendencia espiritual y lírica que no se adscriben a una religión concreta, pero se acercan al panteísmo, al budismo zen y a la mística de las tres grandes religiones monoteístas.

En efecto, así es. Pero, en el recuerdo de referentes para la atmósfera de buena parte de mi poesía, prefiero, sin descartar aquellos, e incluso reconociéndolos, argüir precedentes más próximos a nuestra cultura. Por ejemplo, me gusta recordar a Tales de Mileto cuando dice: "Todo está lleno de dioses". O a Leibniz: "¿Por qué hay cosas en lugar de nada?" O a Wittgenstein: Lo "místico no es cómo sea el mundo, sino que el mundo sea" ...

¿De qué estamos hablando con todo esto? De que el mundo, la realidad -que nos incluye a nosotros- es mucho más de lo que nuestros pocos sentidos nos permiten percibir; y de que hay "mucho mundo" -la mayor parte de él- que, siendo real aquí y ahora, queda fuera de nuestro alcance y muy lejos de nuestra imaginación. Estamos hablando de que no hay frontera entre el hombre y su escenario; de que el escenario es más que un tinglado que nos sostiene y nos alimenta; de que las cosas, animadas e inanimadas, poseen una vida y alguna forma de conciencia; de que estas surgen, recorren un camino y se disuelven junto a nosotros, como nosotros; de que no somos destinos o caminos tan diferentes de los de ellas; de que están dotadas de una dignidad y una gloria no menos ciertas que las nuestras. El mundo es una afirmación rotunda: un sí que se impone al silencio. "¿Por qué hay cosas en lugar de nada?"; esta pregunta del corazón es la raíz de cualquier experiencia estética o de conocimiento. "Todo está lleno de dioses", porque en cada cosa hay un dios, una conciencia, por burda que sea. Y, para concluir, lo realmente importante es que el mundo es, no cómo sea. Es aquí, en esta convicción, esta fe, donde toda creación humana debe poner los pies para levantarse.

Sin cuestionar en absoluto la singularidad de tu poesía, yo te emparentaría con algunos poetas contemporáneos como Francisco Brines, Antonio Carvajal, César Simón, José Iniesta, Vicente Gallego, Antonio Moreno o Juan Ramón Torregrosa, y con autores clásicos como Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, sor Juana Inés de la Cruz... No hablo de influencia, sino de cierto aire de familia. ¿Otros autores de referencia?

Los poetas contemporáneos que mencionas son, sin vacilación, referentes para mí, junto a otros como Eloy Sánchez Rosillo, José Corredor Matheos, Sandro Luna... A todas estas observaciones he de añadir mi fascinación por la poesía que han escrito mujeres como Safo, Emily Dickinson, Charlotte Brontë, Li Qingzhao, Ho Xuang Huong, Sylvia Plath, Blanca Andreu... cuyo sabor se concreta, para mí, en este espléndido verso de Ósip Mandelstam: "... el alma es una mujer que ama las cosas cotidianas..."

Son muchos mis poetas de referencia, y pertenecen a diversas perspectivas líricas, incluso opuestas. Los primeros poetas decisivos en mi crecimiento fueron Walt Whitman, Emily Dickinson, Georg Trakl, Rilke... En un segundo momento descubrí a Sylvia Plath, Claudio Rodríguez, Saint-John Perse, Blanca Andreu... Después llegaron Homero, Juan Ramón Jiménez, William Carlos Williams, Antonio Gamoneda, Antonio Carvajal, Paul Celan, Tu Fu, Li po, Bashô, Buson... Actualmente, celebro haber conocido, aunque tarde, la poesía de César Simón, que me parece uno de los poetas españoles más intensos y hondos de las últimas décadas.

Cuatro poetas españoles recientes son para mí decisivos en mi trayectoria: Claudio Rodríguez, Antonio Gamoneda ("El libro del frío") y César Simón. De ellos me siento muy cerca por lo que "ven". Antonio Carvajal -el cuarto- ha sido mi maestro en estos aspectos cuyo recuerdo es irrenunciable hoy para mí: su amor a la Poesía y al Poema, independientemente del estilo o gusto a que pertenezcan; su apasionada atención a la belleza del lenguaje poético; su convicción de que Poesía y Arte son indisociables; su profundo y amplio conocimiento de la tradición. Su poesía pone de relieve que las sorpresas y los prestigios de los versos son tan elocuentes y sabios como las ideas a partir de las cuales se escriben.

Hay en los poemas de Flores de la inocencia una alianza entre lo calmo y lo vigoroso, el himno y la elegía. En cualquier caso, es un poemario de celebración y agradecimiento de la vida, algo poco frecuente en la poesía contemporánea.

Que sea poco frecuente es el resultado, no de que sea escasa esta mirada, sino de que sobreabundan otras, profanas -en el buen sentido de la palabra-, positivistas, comprometidas, etc.... sobre la realidad. No es menester recordar ejemplos, sobrados y conocidos, de nuestra tradición en lengua española: basta hojear lo que han escrito y actualmente escriben quienes mencionas en la pregunta anterior y otros, bastantes, que no puedo recordar aquí sin excederme para ser justo. Pero, aun si lo hiciera, serían escasos junto a los otros. No digo con ello que esta perspectiva de celebración a la que aludes sea mejor que otras; sinceramente, no lo creo así, ni me atrevería a pensarlo: la poesía es, también, un arte, y a él se llega por diferentes caminos. Quien aspire a la poesía como arte debe leerlos a todos, porque todos aspiran a la belleza y de todos podemos aprender si lograrla es nuestro anhelo sincero.

Llama la atención que un libro tan denso y poliédrico se imante en un lenguaje sencillo. accesible y recurrente. Hay palabras y conceptos que se repiten en este y en otros libros tuyos, por ejemplo: la casa, el padre, el asombro, la intemperie, al amor (sobre todo el filial), la mirada... y elementos de la naturaleza como nubes, cielo, flores, chopos, almendros...

Me gusta ir al grano: expresar lo que experimento (siento y pienso) por el camino más corto con el menor equipaje posible; y darle fin al poema cuando siento que he dicho lo que quería: lo imprescindible para que el poema no se pierda. Mi referente visual para ello es el agua en su discurrir sin entretenerse, pero que arrastra algo fundamental de los paisajes que cruza.

Casa, padre, intemperie, amor, chopo, amapola... son concreciones esenciales de mi experiencia y, también, arquetipos, condensadores de vivencias, recuerdos, intuiciones, reflexiones, que me permiten decir lo más con lo menos. No puedo ser denso -por necesidad- y a la vez, moroso o prolijo. Si anhelo ser denso, he de ser breve y sencillo. En cualquier caso, mi naturaleza se ha desarrollado así: es mi proceso vital.

¿Por qué ese género femenino, uniforme, asumido en primera persona, a lo largo de todo el libro?

Yo quería darle mi voz a la vida concebida como un solo organismo. Ello me pedía un yo lírico más inclusivo, más abarcador. El género femenino, asociado a la promesa de ser madre -hogar donde dar a la luz tanto a hombres como a mujeres-, me puso en las manos el recurso idóneo para ello. En la tradición mítica griega, Gea le da la vida a Urano; y en botánica, las flores portan en sus corolas ambos órganos, masculino y femenino, reproductores. Esta es una primera consideración.

Una segunda es que mi instinto me pedía otorgarle el protagonismo del yo lírico a mi lado femenino: dejarle hablar con mayor amplitud a una instancia que también es mía.

También destaca en tu poética la ausencia de turbaciones del ánimo que afectan a muchos poetas como la vanidad, el exhibicionismo y el masoquismo.

Esos son pecados del hombre que no deben ir a los versos. Es verdad que muchos poemas se han escrito a causa de esas "turbaciones" que mencionas. Pero en los buenos poemas escritos por su causa, aquellas no se ven y es absolutamente irrelevante buscarlas para señalarlas. En poesía no cuentan las intenciones, sino el poema, el resultado. Y es estupendo, por otra parte, que en él puedan ser sublimadas esas formas de la ambición o el narcisismo.

No soy ajeno a la ambición o a la vanidad; pero mis poemas surgen exclusivamente de la necesidad de contar mis experiencias: la mayoría de ellos mientras estas se producen. Ambición y vanidad me pueden tentar -y me tientan- después, acabado el poema, pero no antes.

Vanidad, narcisismo, ambición... pueden también entretener o detener el crecimiento del poeta si éste, tentado por ellas, insiste en hallazgos, maneras o temas que han sido aplaudidos. En la necesidad egotista de repetir fórmulas exitosas, se encuentra la causa de muchos poemas que nacen ya muertos. Lo que funciona para un libro le vale solo a él. Cosa distinta es que un tema explorado líricamente en un libro, no haya sido agotado en él, y el poeta necesite seguir ese camino hasta acabarlo en otro.

Aunque en Flores de la inocencia puede haber quietismo contemplativo, es un poemario muy sensorial y hay una continua simbiosis entre el espíritu y la carne.

Creo en la identidad del espíritu y la materia. Todo es espíritu en la misma medida que todo es materia. Querría poder decir que en mis poemas los sentidos perciben el espíritu y que el espíritu ama las cosas; que en ellos la carne se sublima y el espíritu encarna. A la carne por el espíritu y al espíritu por la carne. Me gusta que las "ideas" (nudos de pensamiento y emoción) tomen cuerpo de figuras en los poemas y que, por los colores, olores, sonidos... la mente y el alma se enciendan y rebosen, respectivamente, en ideas y quietud.

Como decía, tu poesía sencilla y profunda se cimenta en la reflexión, pero es muy sensitiva y ante todo visual. Por lo menos en tu último poemario la mirada es fundamental.

No puedo ni quiero separar una de otra cualidad. En poesía, pensamiento y sentimiento son la misma cosa ("El Arte es el Hombre agregado a la Naturaleza", Van Gogh). No concibo la poesía sin "ideas" o sin emoción. La realidad tiene muchos significados o ninguno; pero la poesía debe proporcionar al lector una "mirada", una ojeada característica, vibrante y con sentido, a nuestro alrededor.

Resulta extraño que en un libro vital, amable y cogedor habite la culpa, como el eco de una herida, como un desasosiego oculto que a veces aflora en tu ánimo.

Mi poesía es dramática: presenta la vida tal como la percibo en sus horas de luz y de sombra. La alegría, el gozo, el éxtasis... en la recepción, instante a instante, del devenir, coexisten en mi mundo con el dolor físico, el sufrimiento, la pena, la muerte, la nostalgia... En mis poemas se reúnen ambas vertientes del tejado, y el resultado que espero de ello es la mostración de la realidad en todos sus "cristales rotos", amables o crueles, pero siempre hermosos.

La idea de culpa, que aparece alguna que otra vez en el libro, cubre la de "pena" añadiéndole a esta última un matiz de responsabilidad asumida. La culpa es la pena no comprendida, el duelo por algo que hemos hecho o padecido al margen de nuestra comprensión: es la falta, quizá no inocente, de algo que deberíamos ser o poseer o respetar, y que haría nuestro mundo coherente y hermoso del todo.

A veces, este "sentimiento de culpa" no se concreta, no sabemos por qué se presenta o se recuerda: nos sentimos en deuda, e ignoramos con qué o con quién: algo no funciona en nosotros y la vida se destiñe bajo una lejía de remordimiento confuso. Si ella tiene una causa definida y cuestionable, no viene al caso: es su presencia la que la hace relevante líricamente. No me sería difícil relacionarla con la idea heideggeriana de "Angst"; y sí que puedo, con el filósofo, afirmar que esa angustia, esa culpa, nos abre, nos prepara con su ascesis para la consciencia de ser ("¿Por qué hay ser en lugar de nada?", Leibniz).

Has manifestado en alguna ocasión que tus anhelos con el tiempo se han reducido a uno elemental: vivir lo más auténticamente posible. La autenticidad es una característica significativa de tu poética, ¿es posible sostener permanentemente en la escritura poética el estado de autenticidad o hay momentos para la farsa y la ficción?

En la mía, sí. Para mí, la poesía es un discurso pronunciado frente al mundo, para el mundo, en soledad. Después forma parte de la poesía el compartirla con los demás para su aprobación, es decir, para su recepción por el lector como palabras que él también dijo en su interior o podría haber dicho. La poesía que no se comparte no existe.

En la poesía caben la farsa y la ficción; pero, como en la de Eliot, al servicio de la verdad. Verdad, belleza y bien son valores seguros, desde Platón, para destacar la buena poesía de la que no llega a serlo.

¿La poesía funciona como un lenitivo frente al dolor, la curatio verbi del monacato medieval, o está más cerca del concepto platónico de fármacon, o sea cura, pero también veneno?

La poesía no "debe" ser esto o aquello, o algo "para" algo. La poesía debe ser solo poesía para el poeta; y el poema, poema para su creador. Para el lector, poesía y poema pueden ser lo que él quiera: está en su derecho. No obstante, como creador, yo preferiría que, al menos, la primera huella sensible de mis poemas en el lector fuera la de ser poesía y poema antes que cualquier otra cosa: consuelo, remedio, compañía, etc., por muy benéficos que estos sean.

¿Qué ha sucedido para que las seudopoéticas de instagramers y youtubers hayan colonizado con tanto éxito la poesía?

No estoy seguro de que hayan colonizado la poesía; simplemente han ocupado un enorme espacio que los modernos medios tecnológicos ha puesto en sus manos. Existe el poeta auténtico y su lector auténtico, que ocupan su espacio: el de siempre: el de una minoría. La poesía de altura no puede ser un fenómeno de masas, y el poeta de verdad lo sabe y no sufre por ello.

Internet permite a millares de personas, de buena fe, considerarse y ser considerados poetas por lectores tan acríticos e ingenuos como aquellos. La poesía de verdad es un duro y largo camino de autoconocimiento y de lucha con el verso: caminando con ella y por ella, el poeta construye un mundo y un lenguaje propios. Esto es una vocación que da sentido a toda una vida; y su piedra de toque es enfrentarla con la muerte: ¿ha merecido la pena?, ¿le ha dado sentido a mi vida?

¿Es bueno o malo que esto sea así? Es malo porque se corre el riesgo de popularizar falsos modelos de creación, de manera que los más bienintencionados imiten formas triviales y groseras de expresión y se pierdan en la irrelevancia tras una fácil aprobación. Es bueno porque provoca una impresionante voluntad de expresión literaria, por mediocre que sea; y de esa multitud surgirán poetas auténticos que se apartarán de esos caminos o, ¡quién sabe!, los llevarán a una nueva excelencia de creación literaria.

Por último, una pregunta presumible pero que no puedo evitar: ¿Cómo has vivido todas las fases de la pandemia y cómo has trasladado toda esta incertidumbre y angustia en el papel?

La experiencia de la belleza puede consistir, por ejemplo, en la percepción inesperada del hueco de una ventana: de con qué se llena o si permanece vacía contra solo el cielo. Esta pandemia, como cualquier otra circunstancia excepcional, no puede impedir ni obstaculizar que aquella tenga lugar, aunque sí puede alterar las circunstancias en que se produce dicha experiencia y endurecer nuestro día a día.

La pandemia no se ha constituido en tema de mis poemas, pero sí me ha proporcionado nuevas experiencias sobre el dolor, el azar, la muerte, la angustia y la ruina de las personas que me rodean.

Tengo ciertas reservas para llevar "adrede" a mi poesía algo que ha supuesto la ruina, el deterioro y la muerte de tantas personas inocentes. Percibo -no tiene por qué ser así- cierta frivolidad en ello. Pero soy muy consciente de que estas circunstancias nuevas en que se manifiesta el dolor de quienes me rodean operarán en mis versos futuros más o menos explícitamente.

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