José María Ladero Quesada (Valladolid 1947) es médico y profesor universitario.
Ha desarrollado toda su carrera profesional en la Sanidad Pública y la Universidad Complutense de Madrid. Jubilado tras cuarenta y cinco años de ejercicio ininterrumpido y simultáneo de ambas actividades, durante los cuales hizo algunas modestísimas aportaciones al conocimiento científico en su parcela específica, se encontró ante su anteúltima encrucijada existencial.
"Siempre me ha gustado escribir -afirma-, pero la Medicina es muy absorbente y solo en los últimos años he podido hacerlo con cierta regularidad. A lo largo de mi vida he leído miles de libros (también algunos de medicina, no se vayan a creer), y espero haberlo aprovechado".
El juicio definitivo lo tienen los lectores. El pequeño ego del autor confía en que sea favorable.
El huevo eterno (2018), Lágrimas de carbonilla (2020), La gracia del delfín (2020) y, recientemente, El precio del agua (abril 2021). ¿Qué hace un galeno en este complicado mundo de la escritura? Y, sin ánimo de parecer impertinente, ¿vocación o jubilación? En mi opinión, hay mucho consumo de libros y poco de literatura.Me gusta escribir, soy bastante imaginativo y, organizándose bien, el tiempo da para mucho. Lo de la vocación lo dejo para los amantes de los conceptos trascendentales.
Hablemos de influenciasDepende de lo que se entienda por literatura. Hoy día cualquiera con un ordenador (y me incluyo) se cree capacitado para escribir un libro, y está en su derecho. Otra cosa es que escriba algo legible o que pueda interesar mínimamente al público lector. Lo que pasa es que el público lector está sometido a la presión mediática de los grandes grupos editoriales, que "preseleccionan" lo que deben leer. Me gustaría pensar que lo que yo escribo merecería más atención, pero se ve que voy para "escritor maldito", si esta entrevista no empieza a remediarlo. De todos modos creo que se publica mucho más de lo que en realidad se lee y que el negocio editorial es bastante inestable.
¿Cómo se enfrenta al proceso creativo? ¿Hay un lugar determinado, un horario preferido, manías...?He leído mucho a lo largo de mi vida, pero si tuviera que citar solo tres grandes influencias serían Richmal Crompton, de la que aprendí la ironía y la forma sutil de cargarse las conveniencias de una sociedad hipócrita a través del inefable Guillermo Brown, Antonio Muñoz Molina, nuestro mejor escritor vivo aunque un tanto irregular, y Eduardo Mendoza, con cuyo sentido del humor me identifico bastante.
El precio del agua, su última novela, ¿es fruto de una preocupación por el "oro líquido" o la temática surge de manera espontánea? Los personajes se acomodan o rebelan contra el poder económico, aunque sea en un ámbito geográfico pequeño, la avaricia, la violencia, la traición; todo termina envuelto en una madeja de corrupción nada ajena a los momentos actuales.Siempre escribo a mano, con pluma estilográfica y, cuando los tengo, en cuadernos Wexford de pasta dura. El papel es malísimo, pero no se corre la tinta y además son los que usa Sheldon Cooper. Luego lo paso al ordenador, lo que me permite corregir sobre la marcha. Se tarda más, pero como he dicho antes, no es tiempo lo que me falta.
¿Por qué un, digamos, "final feliz" si, a pesar de algunos toques de humor -más bien ironía-, tenemos en cuenta que toda la trama se desarrolla en un ambiente de dureza y muerte?Me preocupa el medio ambiente y su destrucción rápidamente progresiva, y el agua es un recurso imprescindible y escaso. Esta novela es un intento de denunciar la corrupción rampante; lo del agua es coyuntural. De haber sido chino habría escrito sobre la contaminación atmosférica, aunque supongo que no me habrían dejado.
Siendo médico de profesión durante más de cuarenta y cinco años, sería lógico detectar este rasgo en los acontecimientos narrativos, pero personalmente no lo he apreciado, ¿es esto intencionado o pura casualidad?Pues sí, no he pretendido pontificar ni escribir una fábula moral, solo una novela entretenida e incluible en el género negro aunque acabe más o menos bien, o al menos no mal del todo. Para finales devastadores, ya tenemos la vida real.
Me resulta imposible renunciar a que me valore como ha sido la gestión sanitaria de la pandemia, desde su punto de vista como profesional y como ciudadano.No creo que haya un final feliz. Más bien ofrezco al protagonista la posibilidad de un nuevo comienzo, pero consolidando sus pérdidas. Más que nada porque solo le suceden desgracias, algunas tremendas, y me daba pena dejarlo tirado como un trapo, con el resto de su vida por delante y sin perspectivas de futuro. Y encima viviendo en un décimo piso...
La trama de la novela no daba para excursiones por el mundo de la sanidad, aunque creo que hay detalles en los que queda de manifiesto que soy médico. Pudiendo describir cuestiones biológicas con precisión y conocimiento de causa, no sé por qué no iba a hacerlo. Hay muchos "divulgadores" que difunden información basura con gran eficacia y éxito de audiencia, así que modestamente trato de contrarrestarlos. De todos modos, en otras novelas, y muy especialmente en Lágrimas de carbonilla, el tema médico es predominante: la protagonista es una matrona y dos de los personajes más entrañables son médicos (internistas, como yo)
Y terminamos con la pregunta de rigor: ¿algún proyecto literario en curso?Lo siento, pero debo ser muy cuidadoso con la respuesta. Solo diré que el colectivo sanitario (médicos, enfermeras, técnicos, auxiliares, etc.) ha demostrado una competencia, una capacidad de sacrificio y una generosidad extraordinarias, que los admiro y respeto más que nunca y que los envidio porque yo no pude sumarme a su esfuerzo (debido a mi edad y a que estoy jubilado). En esta pandemia nos han ayudado los sanitarios y nos ha rescatado la ciencia, que ha desarrollado vacunas en un tiempo récord.
Y de los gestores, en lo que les toca por no haber engrasado adecuadamente las ruedas, los antigestores (que se han dedicado a ponerles palos con gran entusiasmo, haciendo uso de su libertad), comentaristas súbitamente convertidos en expertos epidemiólogos y demás voceros gesticulantes, no voy a decir nada. Hay tres sustantivos que en este momento reflejan mi opinión a este respecto: decepción, desesperanza y tristeza. Y un calificativo aplicable (en diverso grado) a muchos de estos personajes: miserables.
No estoy en mi mejor momento creativo, pero trato de escribir algo todos los días, aunque al final no pueda aprovecharlo porque me invade el pesimismo y me está saliendo una distopía apocalíptica. De todos modos quiero publicar al menos una novela más, que transcurre en otro tiempo y en otro lugar aunque no es una novela histórica (género del que abomino bastante); se lo debo a personas muy queridas cuya peripecia vital me ha servido de inspiración para escribirla y que son para mí un estímulo y un ejemplo cotidianos que me ayudan a seguir tirando mientras el cuerpo aguante y que, en gran medida, han dado sentido a mi vida.