Revista Arte

José Padilla, la melodía del s. XX

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

El pasado 24 de mayo, asistí como invitado junto con otros colegas músicos como Jorge Gil Zulueta a un concierto homenaje a José Padilla. Representaba la clausura del Congreso Internacional dedicado a la "La escena española en el espacio americano".

La anfitriona del acto fue Eugenia Montero, sobrina del citado compositor, además de bailarina y biógrafa de su tío.

Belle Époque a la que tan sobresalientemente nos transportaron los intérpretes del conjunto musical: en total, un violín y una viola (que alternó Cecilia Bercovich), un piano y un bandoneón (interpretados Claudio Constantini), y un violonchelo, una guitarra y una guitarra portuguesa (a cargo de Sergio Menem).

El repertorio lo conformaron piezas conocidas y otras inéditas pertenecientes a diversos registros del maestro, que le definen como un compositor polifacético e inquieto, siempre dispuesto a descubrir nuevos mundos y darlos a conocer con características melodías. Su banda sonora es la de su siglo, inquieto y viajero, exótico y colorido.

La vida de Padilla fue la de un romántico, con sus luces y sus sombras. Un hombre bueno y entusiasta, que ascendió a la gloria y descendió a los infiernos, pero siempre resurgió con fuerzas renovadas y con una música optimista y vital. Es lo que se desprende del reciente documental Descubriendo a José Padilla, que compite con 6 candidaturas a los próximos Premios Goya.

Marta Figueras y Susana Guardiola tienen suficientes papeletas como para triunfar en la gala, pues su trabajo es absolutamente sobresaliente. En él, la sensibilidad de Padilla estará siempre presente a través de su voz (interpretada por Víctor Pi), que bajo un registro epistolar nos irá abriendo paso en su biografía. Sus palabras serán la de un hombre enamorado que confiará sus secretos a una confidente muy especial: Lidia Ferreira.

Una historia que comienza en la Almería natal del músico, donde de niño comienza ya a dar muestras de un talento único para la música. Pronto el piano dará paso a las primeras composiciones, que le encontrarán en Madrid y posteriormente en Barcelona.

La figura de su madre será la de la primera mujer en quien depositará sus anhelos e inquietudes, y ella le animará a seguir luchando para lograr estrenar su primera obra importante. En un tono profético le dirá: "lo conseguirás cuando yo muera". Y así será, pues poco después del fallecimiento de ésta logrará estrenar una de sus obras más reconocidas: El relicario (1915).

En Barcelona, con Raquel Meller de musa inspiradora, creará otro de sus más famosos éxitos: La violetera. Una obra inspirada en las floristas del Paralelo barcelonés y que dicha cantante interpretó en el Olympia de París en 1915. Su aceptación rápidamente traspasó fronteras y alcanzó popularidad (a pesar de su autor) cuando Charles Chaplin decidió incluirla como leitmotiv en su film Luces de ciudad ( City lights) sin el consentimiento del propio Padilla. Éste le llevó a los tribunales y ganó el juicio, consiguiendo que incluyera su nombre en los títulos de crédito y demostrando que el valor de la autoría original estaba por encima que la del autor que decidía utilizarla, por muy popular que ésta fuese ya en su momento.

La relación de Padilla con el séptimo arte no quedó en este episodio, sino que él mismo realizó sus incursiones como compositor de música para cine. No conformándose con la o la canción ligera, aportó sus propias partituras para cerca de trescientas películas, como la coproducción hispanofrancesa La vida de Cristóbal Colón y su descubrimiento de América (1916). También destaca la banda sonora de La dernière chevauchée (1947), primera coproducción entre Francia y Marruecos; en el propio concierto del casino se ofreció la pieza Prière d'un soir, que sirvió de tema principal de este film.

En París conoció a "Misstinguett", de cuyo idilio surgió la canción Ça c'est París. Estrenada en 1926 en el Moulin Rouge, se convirtió en un emblema de la capital francesa, habiendo sido compuesta paradójicamente por un español e interpretada por figuras tan representativas de la chanson française como Maurice Chevalier.

Otra faceta que apenas se conoce de Padilla es la tanguera; y es que el autor pasó tiempo en Argentina y aprendió a degustar su música, componiendo títulos como El taita del arrabal (1922). El propio Carlos Gardel interpretaría éste y otros tangos de su repertorio. Tras tantos éxitos en estas tierras decidió probar suerte como empresario, gestionando el Teatro Marconi de Buenos Aires. La mala suerte truncó su aventura hasta el punto de llevarle a la ruina, pero supo recuperar lo perdido gracias a la inteligencia, trabajo y vitalidad que le caracterizaban.

Componiendo día y noche, retomó las riendas de su economía. Su inspiración no conocía límites, gestando piezas tan memorables como Princesita (perteneciente a la zarzuela La corte del amor -1916-, que Tito Schipa llegó a incluir en su repertorio), o Valencia (incluida en la revista La bien amada, y que Padilla dedicó a la intérprete Mercedes Serós, interpretándola en 1925).

Padilla trataría de volver varias veces a España, una de ellas entre las etapas de la II República y la Guerra Civil, de cuyos ambientes finalmente huyó buscando otros más receptivos o menos convulsos. Sin embargo, fue durante una gira por Sudamérica con la orquesta que él mismo creó cuando uno de sus violinistas le denunció por una serie de desavenencias con él (tras las que el compositor le rescindió el contrato y pagó su billete de vuelta) y fue detenido y encarcelado en Colombia.

Fue la citada Ferreira, su verdadero amor, quien le rescató pagando la fianza. A su lado vivirá sus horas más dulces, compartiendo éxitos y tristezas, viajando por exóticas tierras. En una de sus cartas se referirá a ellas y a ella: "maravillosas ciudades que se iban sucediendo, como una serie de postales vivas, llenas de color y vida. Y mi música se nutría y enriquecía con los nuevos paisajes [...] y tú, amor mío, me acompañaste en el camino al éxito. Juntos rozamos las estrellas". Atenas, Estambul, Venecia... En esta última, bajo el influjo de su mundo lagunar y gondolero, dedicará a su amada una de sus más bellas creaciones: Amor eres tú. El propio título resulta toda una declaración de intenciones.

Ya durante su última etapa, regresa a su país de origen, volviendo a sentir el renacer del éxito a través de películas como El último cuplé (para la que cedió los derechos de sus canciones, interpretadas por Sara Montiel en 1957) o mediante el encargo que recibió de Celia Gámez de una revista. A pesar de sus aparentes reticencias, la cantante argentina le replicaría: "¡Maestro, no diga pavadas!" Y es que Padilla era muy querido en su nación, aunque él no lo quisiera ver, tan desencantado como estaba del ambiente que por entonces se respiraba allí. De esta colaboración surgirá La cenicienta en palacio (1950) y, en concreto, una de sus más hermosas canciones: la Estudiantina portuguesa (que durante la revolución de los claveles portuguesa se convertiría en un emblema).

Su residencia final la fija en Madrid, donde adquiere una casa en la Fuente del Berro. Allí morirá en 1960.

Un espacio mágico que acabará convirtiéndose en su casa-museo en 1992, hasta ser embargada en 2011 a causa del impago de los intereses de un crédito contraído con unos particulares por parte de la sobrina, que reconoció no haber "leído la letra pequeña" del contrato. Un legado arrebatado que incluía, entre las pertenencias personales, sus propias partituras originales.

Triste final para quien representó una de las figuras más importantes (y menos conocidas en la actualidad, paradójicamente) del siglo XX.

Pocas personas asocian su nombre a tamaño número de éxitos. Los "tracks" o "pistas" de ese disco de canciones del panorama cultural del s. XX. Y es que Padilla estuvo en cada uno de los lugares clave de la modernidad y supo extraer de ellos sus melodías más representativas.

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