Hoy se cumplen quince años de una tarde que marcó un hito en la tauromaquia. El 2 de mayo de 1996, Joselito abrió en dos el corazón de Las Ventas, lo regó de empaque y lo agitó con el poderío de su tauromaquia regia, para servirnos en bandeja seis faenas, seis, que pasarán a la historia.
Esto es lo que José Miguel Arroyo Joselito, condecorado con la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, cuenta en Tinta y oro sobre aquella tarde.
—De las veces que he matado seis toros fue la única que me preparé para el fracaso. Como soy bastante frágil de ánimo, me entrenaba psicológicamente y pensaba: «José, imagina que la gente no te entiende, que el toro no embiste…, que se meten contigo… No pierdas el ánimo hasta el último toro, que hay seis… Si en el primero no salen bien las cosas, será en el segundo, y si no, en el tercero, el cuarto, el quinto… Hasta que no muera el sexto, la cabeza alta y dispuesto a que en cualquier momento cambie el panorama». Me preparé para afrontar que podía salir todo al revés y que, aun así, tenía que levantar la tarde.
—Pues ya tiene usted valor, ya. Dígame que aquel día no le entraron escalofríos por el cuerpo.
—Yo vivía entonces en aquella casa [señala el chalé de Enrique Martín Arranz, justo enfrente de su hogar], y al lado de mi habitación había un sauce llorón. Ya estaba florecido. Cuando desperté, recuerdo que hacía fresco. Levanté la persiana y vi que el sauce estaba casi tumbado en el suelo…, y el cielo negro, cubierto de nubes, y llovía… Y yo pensaba: «Madre mía, quién me manda a mí meterme en esto. Qué necesidad tengo yo de encerrarme con seis toros en Madrid. Porque si hace esto aquí, qué no hará en Las Ventas, que vuela una mosca y se levanta un vendaval. Hay que ser tonto…, porque encima no me conformo con dos toros…, no, no: seis» —sonríe y coge aire. Los recuerdos siguen cobrando vida—. Total, que me duché, subí en el coche, me fui a Madrid y entré en la Taberna Alemana con mi madre. Me pedí una copita de vino. Ella pidió croquetas y bacalao. Cogí una croqueta y me dijo: «José, qué cara más rara tienes». Yo le respondí: «¿Cara rara? ¡Que me quiero morir ahora mismo! Fíjate el día que hace… No quepo en la camisa».
—¿Fue la tarde que más miedo pasó en su vida?
—Antes de torear, sí, fue terrible. Pero una vez en la plaza lo pasé fenomenal.
—Y de la sima del miedo a la cúspide de la gloria…
—Fue maravilloso. Eso de estar a las siete de la tarde asustadísimo y a las ocho y media, con Listero, el cuarto de la tarde, hacer un quite y salir andando, mientras toda la gente me gritaba «Torero, torero»…, y seguir con la muleta y la gente en pie… Tremendo. Eso fue tremendo.