“Pero si no he tardado nada”, se excusa la muchacha.
Así estaba el chaval cuando ella aún no se había secado el pelo
El joven M.G.F., del que solo se conocen las iniciales y que tenía 25 años, ha muerto de viejo mientras esperaba a que su mujer terminara de arreglarse para una cena pre-navideña con amigos de esos que uno siempre evita pero que a veces no hay manera. “En seguida estoy, cielo”, “Ya termino, cariño”, “Ve apagando las luces” fueron las tres últimas frases que escuchó el fallecido antes, precisamente, de fallecer. Acababa de cumplir el cuarto de siglo, pero el médico que le atendió descubrió profundas arrugas, bosques de canas, hernias varias y hasta uñas amarillentas. “No hay duda”, sentenció el galeno: “Ha muerto de viejo”.
Cuando por fin su señora, espléndida, bella, lozana, maquillada y revestida salió del cuarto de baño, M.G.F. yacía inánime en el recibidor. La ropa que vestía parecía tres tallas más grandes que su cuerpo exhausto.
La tragedia se repite todas las navidades, puentes y demás fiestas de guardar. “Nunca creyó que pudiera pasarle a él”, se lamenta un amigo del finado, “pero esto es como la caída de rayos, el gordo de la lotería o los recortes del gobierno: pueden alcanzar a cualquiera en cualquier momento”.
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