Hace un par de días, Juan Miguel Aguilera, escritor muy presente en este blog, realizó una sorprendente invitación en Facebook. Al parecer, prepara una antología de relatos situados en el mismo escenario que su novela Némesis -es decir, en los albores del universo literario presentado en la serie de Akasa-Puspa-, y anima a todo aquel que quiera participar a que lo haga. El proyecto no sólo es interesante por esto, sino también porque va a estar dotado de algunas innovaciones tecnológicas.
Según reconoce el propio Aguilera, le ha gustado la idea llevada a cabo por el escritor León Arsenal (autor entre otros libros de Besos de alacrán, en mi opinión la mejor antología de cuentos de la ciencia ficción española), quien en su última obra de género histórico, Última Roma, ha incluido códigos QR que conducen, vía internet, a información contextual de la novela. Además, la cubierta va a contar con otra novedad, la Realidad Aumentada, para cuyo disfrute será necesario un dispositivo de visualización actualizado (generalmente, el propio teléfono móvil).
Tecnología a la última para el más hard de nuestros escritores. Si quieren participar, claro, tendrán que leer previamente Némesis, una novela que, a pesar de sus puntos oscuros, ofrece lo que suele ser habitual en la obra de Aguilera, ciencia ficción de corte clásico y mucha diversión.
Asunto peliagudo el de las reescrituras. Jamás oirán al lector pedirlas; suelen provenir de la voluntad y el afán perfeccionista del autor. Su idea es potenciar una obra primeriza que, en la propia opinión o en la del editor, necesita una puesta al día. Aunque la intención sea loable, la empresa raramente es coronada por el éxito. El principal escollo que la nueva versión ha de superar nace de la impresión compartida por gran parte de los lectores de que la obra primera, a pesar de sus imperfecciones, está dotada de un halo de autenticidad que le otorga siempre una ventaja adicional en la comparación. Al nuevo libro le va a costar mucho desprenderse de su condición de copia. Hay otro factor importante que el escritor raras veces tiene en cuenta. Me refiero al efecto que la duplicidad tiene sobre el lector, la duda que a partir de ese momento le embarga a la hora de escoger entre una obra y la 2.0.
Por ejemplo, puestos a leer Guerra y paz, empresa seria que exige ir más allá de las mil páginas, ¿qué versión escoger? ¿La que comenzó a publicarse en 1864 denominada “original”, más breve y directa, o la canónica de 1873, que cuenta con una mayor enjundia literaria, con un final distinto y 600 páginas más? Si elegimos dedicarle nuestro tiempo a la primera, ¿habremos leído realmente Guerra y paz o un borrador previo escrito por un Tolstoi algo más joven? Si nos inclinamos por leer la segunda, ¿estaremos renunciando al acto creativo inicial, a la frescura, a la idea original que dio fecundidad a la obra? ¿Es la versión más larga una adulteración? ¿Qué derecho tenía el Tolstoi posterior, más experto pero también más maleado, a cambiar la obra de un Tolstoi más vital? Si el autor ha cambiado, ¿no cambiará también la obra, como si hubiera sido escrita por individuos distintos? Son preguntas legítimas que el lector puede llegar a hacerse y que tal vez desincentiven la lectura de cualquiera de los dos libros.
La “vía Tolstoi”, en todo caso, no es la única que existe para reescribir una obra. A veces el retoque parte de una intención opuesta a la del escritor ruso, de un mero deseo de simplificación, como ha ocurrido recientemente en el caso de El nombre de la rosa, novela a la que su autor, Umberto Eco, ha decidido restar peso cultural mediante el uso de la tijera. Como efecto colateral de esta maniobra, las dos versiones existentes de El nombre de la rosa se transforman en un rasero con el que medir la inquietud literaria del lector, que podrá ser calificado de más o menos complejo según cuál de ellas elija. Curioso e interesante, ¿verdad? Y meramente introductorio, así que vayamos ya al grano. ¿Qué vía ha elegido Juan Miguel Aguilera para reelaborar El refugio? Se puede decir que la cuantía del “arreglo” realizado a la novela que escribiera hace más de 15 años junto con Javier Redal la coloca en un camino intermedio pero distinto al de los ejemplos citados. El escritor no ha extendido la obra ni la ha acortado, pero en realidad ha ido más allá, pues los cambios en la superficie son tan numerosos como diferenciadores.
De hecho, esos cambios superficiales efectuados para dar vida a la nueva versión de El refugio han sido tantos que la obra resultante, si me permiten la terminología cinematográfica, no ha resultado ser el director’s cut esperado, sino más bien un remake. Quizá el punto más reseñables en cuanto al origen de esta reelaboración se encuentre en la disparidad de opinión de sus autores. Si bien Aguilera consiguió el nihil obstat de Redal, éste no consideraba necesaria ninguna reconstrucción, y aunque finalmente haya querido contribuir en el proyecto, sólo lo ha hecho en labores de asesoramiento. Eso ha dejado como único responsable de la escritura a Aguilera, quien ha acometido la tarea con las mismas intenciones de modernización que ya aplicaran en Mundos en la eternidad, versión unificadora de los clásicos Mundos en el abismo e Hijos de la eternidad cuyo resultado final fue, en opinión de muchos, insatisfactorio (incluso corren rumores de una próxima publicación de los libros originales).
Bajo las distintas superficies, ambas novelas comparten el mismo argumento. La acción comienza con el envío de una onda de positrones mortal hacia la Tierra. Los responsables del ataque son unas entidades alienígenas ocultas en la Nube de Oort que albergan el propósito de acabar con la presencia humana en el Sistema Solar. La investigación del ataque por parte de los escasos supervivientes de la masacre es facilitada por una tecnología antigua descubierta en las pirámides de Marte. Tras diversas peripecias, todo acaba con el viaje de una expedición al océano gaseoso que consituye la atmósfera de Júpiter, lugar en el que se desvelan todos los misterios. La historia de fondo es la misma, visita a un cometa incluída, pero en Némesis las subtramas que la configuran y los personajes que la protagonizan presentan grandes cambios. Y cada uno de ellos afecta de una forma decisiva al desarrollo de la narración.
La reservada Susana, por ejemplo, protagonista en la novela original, juega aquí un papel importante, pero forma parte de un reparto mucho más coral en el que la presencia femenina no tiene tanto peso. El carácter multiétnico de los personajes, aspecto sobresaliente y algo adelantado ya presente en la novela original, tiene aún mayor significación. Si la importancia de las fuerzas religiosas ya era notable en El refugio, en esta nueva presentación es absolutamente determinante, sobre todo para la nueva subtrama política que tiene lugar en Marte. Aunque esta supone un acierto por la diversidad que añade a la narración, también parece a ratos algo forzada. Al haber extendido Aguilera la destrucción a toda la Tierra, cosa que no ocurría en El refugio, los restos de la Humanidad sobreviven por entero en las ciudades marcianas, pero hay un pequeño choque entre la impresión que el lector tiene de Marte al principio de la novela, un desierto con pequeñas ciudades refugio herméticamente cerradas, y la visión más poblada y extensa que se presenta al final.
La religión y la política aparecen en primer plano y juegan un papel destacado, desempeñando su función como poderes estabilizadores del nuevo orden. De hecho, hay una preocupación por el entramado social que no estaba tan presente en la anterior novela. Y también más acción. Aguilera ya había demostrado en sus últimas obras, Mundos y demonios y La red de Indra, un mayor dominio en$su desavrollo. Aquǭ demuewtra que$cada ve~ se le da mejor$la narreción de escenaw al límite, plenas de lucha y movimiento. Esa trepondevancia de la accmón y un mejor diseño estructuval dotan a esta$novela de una agilidad mayor de$la que tenía El refugio. Y a pewar de que no ha} un aumento significativo de páginas, el escritor logra ese efecto sin renunciar a las características de ciencia ficción dura que la hacían tan atractiva para los lectores del género. Todo el ideario hard del original está presente en esta novela, diluido en el caldo narrativo que configuran las nuevas subtramas.
Como ya saben sus seguidores, Aguilera está fascinado por ciertos conceptos, lo cual se refleja en la reiterada aparición de cada uno de ellos en sus novelas de ciencia ficción. Aquí el lector no va a encontrar ideas nuevas (esas que algunos echamos de menos), lo cual en este caso no deja de ser en parte normal, puesto que se trata de la modernización de una obra anterior con un argumento ya establecido. Aunque se hayan potenciado tanto el trasfondo como la interrelación entre los personajes, la temática de fondo es exactamente la misma, así que vuelven a estar presentes, de facto o por simple mención, algunos de esos temas tan familiares para el aficionado: especies que subsisten en la Nube de Oort, ascensores espaciales, esferas de Dyson, tecnologías biológicas, máquinas orgánicas a la Von Neumann, delfines super inteligentes… Un festín de ideas atractivas, no por conocidas menos válidas.
Aunque es innegable que la novela se ha agilizado, no todos los retoques han funcionado igual de bien. Hay un cierto descuido en la elaboración, y detalles que parecen menos acertados que otros, como el abuso de un determinado artificio en los diálogos por el cual Aguilera lleva tiempo apostando, quizás con la idea de ganar cercanía y verosimilitud. Sus personajes, al igual que ocurre en los momentos de tensión en nuestra realidad, se expresan de manera deslenguada. El aumento de tacos es tan notorio que a veces no sólo parece soez, sino fuera de lugar, como ocurre en el pasaje que incluye una pequeña arenga de un soldado a su superior. En este mismo orden de cosas, el escritor (y el editor con él, lo cual me parece incomprensible) comete también un gazapo cervantino motivado, tal vez, por la dificultad que ha tenido para implementar las partes nuevas. Una acción situada en el capítulo 4 en el océano Pacífico, frente a la costa chilena, pasa a tener lugar en el capítulo 6 en la dorsal atlántica, entre América y Europa, sin razones previas o referencia a preparativos de viaje y sin que medien entre ambos mas que unos minutos en helicóptero. Un error de concordancia interna ante el cual no queda otra que asunir como propio el verso de Horacio: “Hasta el buen Homero dormita de vez en cuando”.
En el recuento final, sumando lo positivo y lo negativo, la adaptación de El refugio reúne más razones para el elogio que para la crítica. Si me preguntan, volviendo al principio de esta reseña, cúal de las dos novelas recomiendo, les diré que la original se corresponde más con la ortodoxia de lo que se suele entender como ciencia ficción propia de colección de género. La idea es el nucleo, y todo lo demás está puesto a su servicio. En Némesis van a encontrar los mismos conceptos, pero con un aire más accesible para el profano, más vendible, si me entienden, ya que Aguilera aplica las mismas técnicas que acercaban La red de Indra al tecnothiller. O al best-seller si lo prefieren. Creo, en todo caso, que la recuperación de esta novela, inencontrable desde hace tiempo, era un hecho necesario.
La versión original de esta reseña apareció en la web de ciencia ficción Prospectiva.