Revista Cultura y Ocio

Juego de abalorios

Por Alexpeig

Juego de abalorios
Busco un origen, en tierra mundana, en mentes extrañas, como Edipo enfrentado al enigma de la esfinge. Quieres esclarecer los sucesos y el estado social, sacudes los miedos, los traes en presencia del yo, buscas el contrapunto en la alteridad. De tierra me llega una sinfonía, cacofónica, referida al nihilismo o al exilio del ser alienado, del escepticismo y la violencia, de las carencias del sistema educativo, y un largo etcétera. Hay otra aventura, desde el terreno de la leyenda, comparable con la resolución del acertijo que devendrá en sanación. Me habla sobre una clave en el tiempo, pero sé que nunca podré obtener las coordenadas. Esta es la situación: no sabemos cuándo, pero el mundo quedó infectado por el ruido, y desde aquello perdimos la senda de la claridad. Es un juicio compensatorio, reparador del daño ocasionado. Me tranquiliza hasta que pueda reconciliarme contigo. Pero esto no es para la intimidad. Me ocupo de allá fuera, la masa, el gentío. Escribo por ellos. De la reseña a cuento de la película The Man in the moon cabe subrayar la función intensificadora del arte, pero con algunos matices. Clarifica la vida cuando coincide con aquello presente en la realidad, la completa con la representación de lo ausente. Y, en consecuencia, la belleza vuelve a ser buena en cuanto alimento para el Ser. No necesito más alimento. Si acaso, aparece una nueva fase de hambre hacia la que dirigir la voluntad. Después de un acertijo viene el siguiente. Es el juego de las facultades, Inmanuel Kant “dixit”, destinado a satisfacer la necesidad de impresiones, imágenes, estar vivo en distintos registros, absorber todos los puntos de vista y las experiencias. Acumular modos de relación. Detente, absorber, es el verbo al que debes servir, es un punto mágico. Ser permeable como una esponja, no hay otra técnica. Hay creadores que utilizan las palabras, otros las imágenes, otros los sonidos, hoy recibimos un arte total, el cine, que integra todos los recursos de la expresión. La permeabilidad nos constituye como vividores de cualquier registro, venga de donde venga. Por tanto, ¿cómo voy a sentir la necesidad de materializar la experiencia de Henri Hank Chinaski, si ya poseo la literatura de Charles Bukowski y lo que hay ahí dentro: olores, chamusquina, nihilismo?. Hay un lado seductor, promovido por algunas de las pequeñas falacias constitutivas de esta Forma que quieren imponernos; "hay que probarlo todo", o "vive la vida intensamente", significa llevarlo todo a la medida de lo empírico como principio. Pero no, la intensidad de lo real (valga decir que conforme vamos extendiendo la definición de la finalidad, la expresión “intensidad de lo real” termina resultando más pueril) no radica en el hecho empírico, sino en la acción selectiva y apoyada en la capacidad de discriminar lo que es bueno, y lo que no lo es salvo cuando lo gozamos en las representaciones del imaginario, ese infernus particular donde poder llevarlas a su extinción, tras el previo placer de realizarse en ellas. Con la orientación de esta brújula, la conciencia crea contenidos, vivencias, sabiendo que cada una nace y muere en el ámbito que nos es propicio, siempre en función del Ser que quiere ser feliz. En otra parte aparecen otros obstáculos. Chinaski está en el submundo, nos lleva a los fondos de los callejones, contiene principios de realidad que incluso pueden resultar didácticos si miramos por debajo de la sórdida hipérbole. Otro tanto sucede con la literatura fantástica, pero arriesgando a perder el principio de realidad en pos de un mundo de ensueño, ya se trate de Tolkien, Lovecraft, Bradbury, la Dragonlance, etc. Estos mundos de lo arcano, o extraterreno, de gran poder seductor, contienen elementos que animan la configuración de unos modos de relación especialmente valiosos a mi entender. La vivencia generada por este tipo de imaginarios, una vez pulida del néctar de la alucinación edulcorada y del peligro que esta conlleva, merece un artículo aparte. En pocas palabras, la finalidad sería hacer de la creación artística, sea del tipo que sea, el receptáculo de nuestro tiempo del Ser, en un punto más elevado de lo que llamamos “tiempo de ocio”, ese período de diversiones - es decir, evasiones de la realidad, en vez de abrazarse a ella con especial amplitud e intimidad - con el que pretendemos purgar las ansiedades o insatisfacciones propias de la sociedad actual. El interrogante que surge y que particularmente me inquieta sea probablemente fruto de mi inconsciencia, pero a menudo me formulan estas cuestiones desde mi entorno familiar, conociendo mi situación de hombre dedicado exclusivamente al estudio, la erudición, la vida ascética, confrontado con la cultura del ruido, las fiestas, las borracheras, tan extendida en nuestro entorno sociocultural. La pregunta suele ser más o menos así: ¿cómo explicas que la generación de jóvenes más formada, la que más posibilidades ha tenido para estudiar, viajar, hacer una carrera universitaria en función de sus aptitudes y gustos, adquirir cultura, cultivar facultades y sensibilidades, en cambio, resulta que consume más drogas y tiempo en diversiones de evasión, en los bares, prostíbulos, discotecas, alicientes que, se supone, eran la compensación para el trabajador alienado, el que sacrifica todo su tiempo y su ser para mantener una familia, o sencillamente sobrevivir?. No fijen su atención en la simpleza y el candor de quienes así discurren, es obvio que las explicaciones son varias y fáciles de hallar. Pero esto no me hace olvidar que el llevar a cabo ese proyecto vagamente insinuado en estas pocas líneas - el arte como receptáculo y configurador de nuestro ser en todas sus potencias y necesidades - implica la desaparición de las ansiedades que motivan la búsqueda de la evasión (diversión). Si recapitulamos desde el principio las ideas vertidas en esta bitácora en los últimos meses, veremos que incluso mediante esta vía estética termina surgiendo la ansiedad y la resaca, el desgaste causado por semejante “borrachera” de imágenes, por muy leves o pasajeras que puedan ser las consecuencias en la mayoría de los casos (doy fe de ello). En los peores casos, aparece la esquizofrenia, como enfermedad más común relacionada con la vía estética, ejemplos tenemos en muchos artistas, en Van Goh perdido en su obsesión por alimentar sus paisajes de ilusiones, o el colapso de la mente de Friedrich Nietzsche a causa del vigor dionisíaco que alentaba sus metáforas filosóficas. Del alimento que de verdad necesitamos para librarnos de la ansiedad y la dispersión trata La Torá, el pan del cielo. Pero la opción estética sigue siendo susceptible de ser formulada de cara a la solución de los problemas planteados, sin necesidad de apuntar tan alto.
En contra de este proyecto se puede decir que limita las relaciones sociales, o que tiene un carácter claramente elitista, porque, dicen, leer, escribir, pintar, ver cine, etc, son actividades que se hacen en soledad. No tiene porque. Imaginen una sociedad sin programación televisiva, sin bares, discotecas, sin fiestas que no tengan una tradición arraigada en la cultura material o espiritual de una región o nación. ¿En qué ámbito se efectuarían los encuentros, la formación de grupos, la adhesión a estilos de vida compartidos?. La escuela y la universidad, principalmente. La universidad como templo del saber, y no el lamentable edificio meramente administrativo en que se ha convertido. La iglesia es el corazón de la ciudad, y el altar mayor el lugar donde confluye la vida espiritual que todos, en mayor o menor medida, debemos cultivar. Parques, bibliotecas, auditoriums, cines, teatros, librerías, salas de Arte, no sólo como espacios de conservación y exposición de objetos sino, además, arquitecturas pensadas para el desarrollo, en sociedad, de las facultades. El origen buscado es demasiado obvio: el gregarismo. La necesidad de encuentro y de amor, por eso la esfinge no puede darse por vencida. Ser una persona cultivada no trae precisamente simpatías. La erudición es sospechosa. Leer está mal visto, “leer” cualquier arte, vivir orientado a la belleza y a la embriaguez desde la sensibilidad. Tropiezo con el escollo elitista. Siempre existirá una clase obrera que no podrá acceder a ese estado de la civilización, que necesitará los estúpidos programas de televisión para evadirse de las miserias de la vida, de la rutina del trabajo, del carecer de energías y de tiempo para dedicarlos al cultivo del Ser. Pero, diría alguno, ellos son responsables, porque todo es cuestión de voluntad de querer Ser. Y no, es una cuestión de amor. Sin amor no te queda oxígeno para nada más. Y el trabajo es integración, ganarse el respeto de los iguales. Si intentan dar un paso hacia adelante, salirse del redil, pierden el afecto. Quedan atrapados, es un chantaje emocional implícito en los miles de relaciones que hay allá afuera. Pero es porque en el fondo nadie quiere perder a nadie, quiere conservar a su lado a la persona que ama. Somos así de débiles, he estado ahí y lo he sentido. Si das ese paso te conviertes en un aristócrata engreído, eres apariencia de superioridad. Nadie cree que la erudición sirve realmente a un gusto por la vida, o que es fruto del gusto por la vida elegido. Sí, elegido, a pesar del dolor por todo lo que has tenido que sacrificar para estar aquí. Y, sobre todo, a pesar de esas manchas originadas en la infancia o primera juventud. Las que, probablemente, nos separan. Las que me enfrentarán a la esfinge en duelo perpetuo.

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