Segundo episodio de "Juego de Tronos" y segundo paso totalmente firme de una serie que confirma lo que intuíamos desde que la adaptación se puso en marcha: la fidelidad a la obra escrita de George R.R.Martin es excelente y la serie destila calidad y madurez por los cuatro costados.
Confirmado el acierto en el 99% del casting, empezando por Tyrion Lannister, un personaje tan bestial y genial que merecería un spin off en toda regla. Llena la pantalla cada vez que aparecera pesar de su corta estatura y, como en las novelas, es amo y señor de las mejores frases y las reflexiones más destacadas. Espectacular y maravilloso Peter Dinklage, nunca me cansaré de decirlo, y larga vida al Gnomo. Otro personaje que nos deja detalles, aunque con cuentagotas aún, de su carisma es Jaime Lannister. Cersei sigue haciendo méritos para convertirse en una villana de altura (¡qué buen dueto haría con Jane Badler, la Diana de la serie "V"!), sobre todo con esa escena junto a Catelyn Stark, que no aparece en los libros y que deja bien claro que es sibilina, mentirosa y totalmente hipócrita. Pinta bien la cosa. Y qué decir de su hijo, Joffrey. Aparece el chaval en pantalla y, aunque no abra la boca, ya tenemos ganas de machacarlo (gracias Tyrion por las bofetadas...).
Y si nos vamos al lado Stark, encontramos otra vez a Sean Bean como el perfecto Eddard Stark, resultando ser otro enorme acierto de casting. El señor Bean, que ya bordó el papel de Boromir en El Señor de los Anillos y me gustó en la reciente Black Death, le aporta a Eddard el aplomo, la serenidad y la cordura que el personaje refleja en los libros. Imponente la escena en la que se demuestra que Ned es la única persona en todo Poniente capaz de hablarle de tú a tú al rey Robert. Su esposa, Catelyn Stark, sigue fiel al personaje creado por George R.R.Martin, aunque confieso que me la imaginaba de otra manera. Además, no me ha gustado cómo han representado en pantalla sus pesquisas sobre la caida de Bran, algo forzadas y artificiales.
De Jon Nieve prefiero no hablar todavía demasiado porque, hasta la fecha, es el personaje que más se ciñe a los estereotipos prefabricados de la literatura fántastica. Ya en los libros no terminaba de cogerle el punto a dicho personaje y lo cierto es que en la serie han plasmado en imagen lo que pensaba de él: un chaval con cara de amargura constante que parece a punto de ponerse a llorar en cualquier momento. A pesar de todo, confieso que me han gustado sendas escenas en las que aparece: la despedida entre Jon Nieve y su padre, Eddard Stark, y la conversación con Tyrion.
Coincido con muchos fans en que la parte dothraki es, de momento, la más floja de las tramas puestas sobre la mesa hasta la fecha. Todo lo que tiene que ver con las intrigas palaciegas y las rencillas familiares entre Lannisters y Starks eleva la tensión en pantalla a cotas insospechadas y presagia que tarde o temprano se desatará la tormenta, pero lo que acontece entre los herederos Targayren (a ver si Daenerys espabila ya y Viserys se muestra como el personaje retorcido y sin escrúpulos que es) y los dothraki, con Khal Drogo a la cabeza, es como una especie de freno de mano que ralentiza el ritmo de la narración. No me sorprende, ya que más de lo mismo ocurría en la novela. Mención especial para Doreah, la criada de Daenerys Targayren que la instruye en las artes amatorias, interpretada por Roxanee McKee. Apenas un par de minutos en escena y creo que ya tiene club de fans enfervorizados...
Por lo demás, todo marcha sobre ruedas. Me encanta como luce en pantalla el Muro y tengo muchas ganas de que comience la acción en aquel emplazamiento clave con la Guardia de la Noche. También ardo en deseos de que El Perro, Varys y Meñique, personajes cuya aparición es inminente, empiecen a mostrarnos de qué pasta están hechos. Y, como a casi todo el mundo, la escena final y cliffhanger de este segundo episodio es bastante dura y emotiva y hace que se le salten a uno las lágrimas. Y es que así es Juego de Tronos: un relato duro y cruel acerca de las cosas que se hacen por amor y de las que se llevan a cabo por el poder.