Revista Cine
No vamos a descubrir nada a estas alturas si decimos que Ian McKellen y Derek Jacobi son dos de los actores más grandes que ha dado la escena británica del siglo XX. Aunque al primero lo identificamos con Gandalfs, Magnetos y personajes fantásticos varios, también encarnó al director James Whale en Dioses y Monstruos (Bill Condon, 1998). Derek Jacobi tiene como carta de presentación Yo, Claudio, la mítica serie de mediados de los 70's en la que dio vida al emperador romano. Pues bien, ambos, juntos y revueltos, protagonizan la sitcom Vicious, emitida por el canal británico ITV y que ha provocado mis carcajadas durante el verano.
Stuart (Jacobi) y Freddie (McKellen) son una pareja que llevan juntos casi 50 años. A pesar de ello, la madre de Stuart todavía cree que su hijo vive con un amigo. Los diálogos de la parejita son corrosivos, mezquinos y muy hirientes, pero también muy divertidos. Actúan como dos grandes divas acabadas, afectadas y desquiciadas. La serie comienza con la llegada de un nuevo vecino, Ash, interpretado por Iwan Rheon, el sádico Ramsay de Juego de Tronos. Además en el apartamento de Freddie y Stuart se dan cita otros pintorescos amigos que componen una pandilla, cuando menos, peculiar.
Aunque la primera temporada (2013) me pareció brillante, creo que la segunda (2015) pierde algo de fuelle . En cualquier caso, no es una mala opción para desconectar durante veinte minutos y vibrar con las interpretaciones de estas dos grandes damas, ¡ejem!, ¡perdón! de estos dos grandes caballeros de las tablas británicas.
Confieso que la primera temporada Transparent me ha soprendido gratamente por lo atrevido de su planteamiento y por su plantel de actores, todos prácticamente desconocidos para mí. Aquí se narra la vida de una familia peculiar, de esas que llaman desestructuradas, compuesta por un matrimonio de mediana edad divorciado desde hace años con tres hijos ya maduros. El padre, interpretado por Jeffrey Tambor (ganador de un Globo de Oro por este papel), decide no ocultar más su verdadera identidad y comienza a vestir como una mujer. Lo fácil sería continuar la historia por el tema de la transexualidad pero aquí tenemos un buen ejemplo de que travestismo no es igual a transformismo y, mucho menos, a transexualidad. Imagino que para la puritana Norteamérica la serie resulta bastante incómoda para más de uno, pero lo cierto es que no deja de ser un ejercicio sobre la identidad y, por extensión, la libertad a todos los niveles, pues todos los personajes cargan sobre sus espaldas uno de esos pecados considerado generalmente como gravísimo. Todos juntos y revueltos ponen en entredicho el concepto tradicional de familia y demuestran, precisamente, que las familias pueden ser tan variopintas como los estampados de los vestidos de un buen padre de familia.
Comenzamos temporada.... Bienvenidos!!