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Jugadores: una creciente vocación de poder

Publicado el 01 noviembre 2012 por Marianofusco

La realidad futbolística en Argentina plantea ciertos elementos que causan verdadero asombro. La situación de Boca, tras su agónico empate en el Monumental, no jugando bien, tal cual viene sucediendo en los últimos tiempos, aparece agravada por el enojo de jugadores, en este caso Clemente y Schiavi, uno por ser reemplazado en el entretiempo y otro por no haber ejecutado el penal que convirtió Santiago Silva, siendo éste su último superclásico. Los medios de comunicación amplifican la voz de los futbolistas que, de forma errónea, se permiten discutir de igual a igual las decisiones tomadas por el cuerpo técnico y no construyendo autocrítica alguna para sí, como si fuesen sujetos inertes sin responsabilidad de la actual realidad del club, pobrísima por dónde se lo mire.

Jugadores: una creciente vocación de poder

Un error estratégico, que no comprende las jerarquías que existen en cualquier club de fútbol, desde el más chiquito hasta el más grande. Los dirigentes deben evaluar el trabajo del entrenador que, con un grupo a su mando, determina, decide y analiza a su entender qué es lo mejor para el equipo. Allí reside su tarea, tanto para las críticas como los elogios, cumple lo requerido hacia un director técnico.

Ya se sabe, el combo Boca indica que los jugadores ni pueden verlo ni tolerarlo. Tema Riquelme, tema viaje a Venezuela, los temas que son de público conocimiento. Estos dichos, propinados por dos referentes como lo son Clemente y Schiavi, reflejan una actitud no comprometida con el grupo, lo más sabio es exponer y remendar las disidencias dentro del vestuario. No hace falta ventilar todo. No ayuda. Sobre esto monologó Falcioni en la práctica del martes ante sus dirigidos, con presencia de la cúpula dirigencial de Boca. Derribemos, por una vez, ese cliché falaz, insulso y tan repetitivo sobre que los jugadores son los más sanos de este ambiente.

En esta puja de poder, los jugadores le marcan –y advierten- de manera visible qué hacer a Daniel Angelici, a semanas de terminarse el vínculo con Falcioni y todo se transforma en un cúmulo de preguntas que golpean la puerta, que pululan en el aire de Casa Amarilla: ¿Cuánto compromiso, real, palpable, existe del plantel al proyecto futbolístico? ¿Cuál es el margen de decisión que cuenta el presidente ante este clima íntimo y externo caótico? ¿En qué situación queda Falcioni como cabeza de grupo hasta fin de año? Y si se va el DT: ¿Vuelve la calma al plantel, es sólo suya la culpa de lo que pasa?

Un desfase de poder, multiplicado por el club del que estamos hablando,  la magnitud que conlleva, pero una realidad que también se ha vivido en otras instituciones, pensemos el famoso verano 2006 de Merlo y Gallardo, que decantó en la eyección de Mostaza del banco de Núñez. Y decimos River, como podemos mencionar otros casos como Racing, Independiente, San Lorenzo; futbolistas con una ascendente vocación de poder y que delimitan qué se permite y qué no. Algunos entrenadores permiten este escenario, sabiendo a ciencia cierta que carcomerán su margen de maniobra pero ganarán tranquilidad en el día a día; otros combatirán un contexto así pero deduciendo que ante un oleaje negativo, el interruptor serán ellos. Las leyes de juego lo marcan.

Este cronista no va a bregar por un ámbito totalitario, del que no se puedan expresar las diferencias, al contrario, sino que hacemos mella en la forma, en que las discrepancias sinceras, sin otros intereses espurios, puedan subsanarse en los ámbitos correspondientes y no siempre con un micrófono adelante. Entender, finalmente, que hay jerarquías y que los futbolistas deben dedicarse en exclusiva por lo que les pagan: jugar.


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