Mis sobrinos añadiendo pétalos a a la pulpa de papel
Mirando por mi ventana ahora mismo no lo parece, pero ya está aquí el verano. Creo que no habrá nadie a quien no le apetezca desconectar unos días, olvidarse quizá de la rutina y abordar otras actividades diferentes: viajar, por ejemplo. O simplemente disfrutar de el hecho de “no hacer nada”.
Otros, en cambio, buscarán la manera de cambiar de actividad. Esas manos inquietas que llevan demasiado tiempo en un teclado de ordenador y necesitan “tocar” algo que no sea frío material plástico. Muchos tendrán niños y aprovecharán para hacer cosas juntos. Jugar. Con la materia, con las manos, con los pies. Muy buena idea. Buenísima. ¿Qué os parece si empezamos?
A lo largo de todo el año voy acumulando los pequeños trozos de papel que me van sobrando de mis trabajos. Muchos de ellos son de calidad extraordinaria, puesto que proceden de fragmentos de papel japonés o de hojas de guarda Fabriano. Fibras largas, pH neutro, y reserva alcalina. Casi nada. ¿Qué hacer con eso? Tirarlo no, desde luego. Como mínimo, lo dicho: jugar con él. Mucho.
Por supuesto no soy ninguna artesana de fabricación de papel y apenas conozco los rudimentos de fabricación. Pero bueno, algo sé, un poquito, porque trabajo con este material. Durante los estudios de conservación-restauración de documento gráfico necesariamente analizamos la base del proceso (historia del papel) y sin duda es la referencia para comprender la reintegración mecánica de pérdidas…
En mis clases de encuadernación procuro dar una sesión de estas características. Más que fabricación, en justicia sería reciclaje porque partimos de fragmentos de papel y no de su materia prima: plantas o fibras preparadas, por ejemplo. Como vamos un poco justitos de tiempo en esas clases, suelo llevar la pulpa preparada con todas sus herramientas y mis alumnos/as se van turnando para fabricar las hojas, previa explicación del proceso y de sus posibilidades. No hay tiempo para mucho más.
Me gusta esa clase especialmente porque favorece el aspecto colaborativo entre los participantes y suele generarse un ambiente muy bueno. Y siempre he pensado que es una de las actividades más divertidas que pueden realizarse con niños. Estamos trabajando con agua, sumergiendo las manos en un medio que además tiene papel que previamente hemos rasgado y vuelto a rasgar sin pudor de ningún tipo. Y, además, vamos a crear un objeto nuevo para poder seguir jugando. ¿Se puede pedir más?
Bueno, pues este verano llevé una bolsa con fragmentos de papel, la “forma” para poder retener la pulpa durante su fabricación (llamar de esa manera al artilugio que me construí es ser muy optimista pero cumple su función) y también un poco de cola para proporcionar algo de apresto a las hojas. Y nos pusimos a trabajar.
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Comenzamos mi sobrina y yo preparando la pulpa. Llenar un cubo de suave papel triturado y agua es demasiada tentación para un niño. Lógicamente acabó con los pies dentro del cubo, pisando la pulpa, cual si de uvas se tratase. Una gozada, vamos.
Lo que no hicimos fue pasarle la batidora, con lo cual nos quedaron fragmentos de varios tamaños y un papel muy irregular. Poca fibra y mucho grumo. No pasa nada: no estamos concursando al mejor papel del año…
Al día siguiente nos pusimos a ello mis dos sobrinos y yo. Yo hice la primera muestra, pero el resto del trabajo les correspondió a ellos. Preparamos un barreño con agua (o más bien una de las cestas de la vendimia que hacía la misma función) y echamos la “pulpa” (o lo más parecido a pulpa de papel, que era lo que teníamos entre manos).
¿Cantidad exacta? Mmmm… ¿He de recordar que se trata de un juego? De forma totalmente intuitiva, qué deciros. Pero eso sí: al menos la técnica de recogida que siga unas mínimas directrices para que el resultado sea un poco decente.
Primero, removemos la pulpa en el agua.
">">Al momento se nos había unido mi madre. Es que era demasiado divertido…
Una vez removida la pulpa (de manera que evitemos que repose en el fondo de la pila), sumergimos de forma inclinada nuestra forma y la alzamos con decisión.
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La movemos a ambos lados ligeramente -derechaizquierdadelantedetrás- para que se repartan las fibras (sin inclinarla nunca).
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Damos un par de “golpes” a la forma y retiramos el marco.
Vamos a poner el papel. ¿Dónde colocamos nuestras hojas? Uf. Abuelita, ¿tienes una bayeta gigante? ¿o muchas pequeñas? Vaaaaaaale. El plástico. A ver si luego se despegan las hojas, o no…
En fin: apoyamos la forma en uno de sus extremos y la colocamos: a medio camino entre dejarla caer y sujetarla con decisión y firmeza pero no con potencia, no vaya a ser que se nos desparrame el invento.
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Retiramos el exceso de agua…
Et, voilà! Nuestra hoja está hecha. O como mínimo algo que se parece.
Ahora sólo hay que dejarlo secar, con mucha paciencia porque es interesante que el agua se evapore sin prisas.
Lo mejor para mí: disfrutar viendo la colaboración entre mis sobrinos y su abuela que podeis ver en la fotografía (y que viva el inventor de los móviles con cámara que me permitió registrar esos momentos).
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Y es que el mundo del papel da para mucho, muchísimo… Qué, ¿nos animamos?
Algunas referencias sobre papel:
http://eskulan.com
http://www.oficiostradicionales.net/es/industriales/papel/index.asp
http://www.jvilaseca.es/historia.php?l=es
http://mmp-capellades.net/
Asunción, Josep. El papel “Técnicas y métodos tradicionales de elaboración” . Ed. Parramón.
Lockie, Ellaraine : Papel elaborado de forma artesanal. Ed. Parramón.
Lazaga, Noni. Washi. El papel japonés. Clan Editorial