Revista Deportes
La UNESCO, que es la organización encargada de promover la ciencia, la educación y la cultura para ayudar a contribuir a la paz, trabajo que lleva años haciendo el presidente Manolo Muñoz Infante, acaba de poner en marcha todos sus mecanismos internos para nombrar a Julián López Escobar, 27 años, natural de Velilla de San Antonio, conocido, y padecido, por el aficionado como El Juli, como la Octava Maravilla del Mundo.
Su toreo, que no voy a describir otra vez por no repetir enfermizamente aquello de mecánico, fraudulento, mentiroso y patán, es un monumento, el Monumento al Derechazo. Este obelisco vanguardista y chirrioso, es sustentado por tres pilares fundamentales: el ventajismo, la euforia pueblerina y la ausencia de enemigo. Con esos cimientos, como supondrán ustedes, cualquier cosa que se construya encima, por muy esplendoroso y mayestático que sea, no deja de ser un cachivache banal e intrascendente. Justo lo contrario de lo que era tauromaquia, rito serio y solemne.
Ayer, no fue capaz de obtener algún rédito con todo a favor: unos toros inválidos y bobos que pasan los reconocimientos veterinarios con matrícula cum laude; un público entusiasta que confunde el tocino con la velocidad y la diversión con las orejas; con un torero tan malo por delante que te haga parecer Ordoñez cuando sales y con todos los revistosos loando las gestas julinianas: el atrevimiento y la osadía, catorce días después de acabar San Isidro, de venir a encerrarse con dos ventorrillos con el gallo Manolo Sánchez por delante, el triunfo orejil y perejilesco con los fieros garcigrandes y el gran Finito revolucionando a las masas catalanas, las importantes actuaciones de toda la temporada y la ausencia de baches durante su importante carrera. El viento le era favorable, pero es tan malo que ni por esas.
A su primero, un torete, o un satanás según algunos charlamentarios julianistas, que explicaban mientras el burí perdía las manos, sin ningún rubor ni meditación, que el ventorrillo era hermano del mejor toro de la Feria de Almeria del año pasado, -una referencia pavorosa-, le instrumentó una faena a la altura de las circunstancias. Casi siempre al hilo, cosa que ahora es de sabios; toreando para afuera, reservado para los que tienen el don de la técnica y metiendo pico sin cortarse un pelo, le instrumentó al feto bovino gran cantidad de pases, casi todos con la derecha -todavía hay toreros anticuados que lo hacen con la zocata, que sólo merecen ser pitados- terminados en pases de pecho desplazadores o mantazos similares. Todo se jaleaba, todo era bueno, ¿estariamos entrando en ese mismo momento en la Historia, sin saberlo? El camarón de Velilla ha conseguido rebajar los oooles a la categoría del bieeen o del vaaamos, que son los extraños sonidos guturales que manejan ahora los modernos para elogiar y vanagloriar a la mortadela con aceitunas, a la que pretenden poner a la altura del jamón de bellota. Como estos publicos festivaleros tampoco comprenden demasiado la diferencia entre pinchar una aceituna, acción que requiere temple, decisión y firmeza, y la de reventar un grano, que no requiere de nada, sólo de un sujeto con la cara horadada por la adolescencia, le pidieron una oreja por un julipié marca de la casa.
El presidente, señor César Gómez Rodríguez, estuvo mal no concediendo la oreja. Hay que ser muy malísima persona, carente de caridad cristiana para no hacer feliz a las masas, que bien visto y bien pensado, si aquí se han dado orejas hasta a Perico, el Capea, porque no se las vamos a dar a Julián, que no torea mucho peor que el hijo del inventor del destoreo moderno. A uno, que tiene su corazoncito, le duele y le apena ver quejarse y lloriquear a un chaval que ha dado todo lo que tiene, -no es su culpa no tener más- piensa que hay que ser malage, Don César, para ponerse escrupuloso con la ley para no contentar al público bullanguero. Además, sepa usted, que hoy muchos le echan la culpa de que en el quinto el Juli estuviera triste, pasota y enfurruñado, porque le habían robado su orejita, que la necesita como el comer para ir mañana a Villarrubias del Condando o Tinieblas de la Sierra con la vitola de figurón del toreo. Dón César, que sepa usted que con su perversa conducta, esta deteriorando la fachada del monumento vanguardista al que más chinos y turistas van a ver al año.