Año: 2015
Editorial: Alfaguara
Género: Novela
Valoración: Muy recomendable
Imagino a Julio Llamazares redactando las últimas líneas de Distintas formas de mirar el agua, libro que voy a comentar a continuación: sentado en su despacho, ante un escritorio en el que hace tiempo que el orden dio la batalla por perdida, rodeado de libros y, sobre la mesa, folios, lápices, bolígrafos, plumas, tal vez una máquina de escribir y un mapa, el del territorio que ya solo existe en su recuerdo. Escribe con pausa, se muestra agotado, reflexivo, melancólico; acaba de extraer de su interior aquello que pugnaba por salir desde hace mucho tiempo. Afloran recuerdos de infancia…
Julio Llamazares nació en Vegamián (León) en 1955. Un pueblo que ya no existe; desapareció el 23 de junio de 1969 bajo las aguas del embalse del Porma. A lo largo de su carrera, el leonés había afirmado en numerosas ocasiones que tenía una deuda pendiente consigo mismo: contar la historia de los sentimientos de aquellos a quienes obligaron a abandonar sus hogares. El progreso, dijeron. Y tuvieron que marchar, a una tierra extraña. Acogedora tal vez, pero extraña.
Distintas formas de mirar el agua es un ajuste de cuentas. Una deuda saldada; Llamazares adopta el disfraz de una familia ficticia que bien pudiera haber sido la suya, para contar desde múltiples puntos de vista una misma realidad.
“En medio de un paisaje hermoso y desolador, la muerte del abuelo reúne a todos los miembros de una familia. Junto al pantano que anegó su hogar hace casi medio siglo y donde reposarán para siempre las cenizas de Domingo, cada uno reflexiona en silencio sobre su relación con él y con los demás, y sobre cómo el destierro marcó la existencia de todos ellos.”
La visita al lugar que un día ocupó Ferreras es la chispa que prende la llama; uno por uno cada miembro de la familia, desde la abuela a la nieta más pequeña, desnuda su alma. Llamazares necesita apenas 180 páginas para transmitir con maestría el sentir de varias generaciones, unidas por el nexo común que supuso el destierro de sus mayores.
Pero no solo encontramos reflexiones sobre la desaparición del pueblo bajo las aguas de la laguna. El paso del tiempo, las relaciones personales, los sentimientos de pertenencia y desapego se mezclan con pensamientos propios de la edad o circunstancias de cada uno de los personajes. Llamazares se pone en la piel de cada uno de ellos con buen hacer y un lenguaje muy cuidado, casi poético, en el que no caben las prisas. Todo está medido y contado al ritmo que impone el autor, un ritmo pausado que permite saborear cada frase con verdadero placer.
Julio Llamazares regresa con esta obra a la senda de uno de sus mayores éxitos: en La lluvia amarilla (1988) ya contó la historia de un destierro a través del monólogo del último habitante de Ainielle, pueblo abandonado del Pirineo aragonés. Sin duda, un primer esbozo de la historia personal que el autor leonés siempre quiso transmitir. Debe de ser complicado proceder de un lugar que ya no existe, y Llamazares logra con Distintas formas de mirar el agua que nos pongamos en la piel de cada uno de los miembros de la familia de Domingo, ese abuelo que jamás quiso regresar al lugar que un día ocupó su pueblo pero que pidió que sus cenizas fueran depositadas allí. Pues aunque su cuerpo tuvo que marchar su corazón siempre permaneció en Ferreras.
Leed a Llamazares. Ya sea en su faceta de novelista o de ensayista, el leonés no defrauda. Uno de esos escritores, como bien apuntó en su día Aurelio Loureiro en la revista Leer, que nos reconcilian con el ejercicio de la literatura.
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