19/06/2011. Valerie a týden divu (Valerie y su semana de las maravillas), Jaromil Jires, 1970, Checoslovaquia
Sensualista cinta iniciática que propone un entramado entre el surrealismo y el simbolismo (amén de otros tantos -ismos) de acuerdo a una interferencia de lógicas: la del sueño (asociativa) y la del cuento (secreta). Seductora y erótica, de furibundo anticlericalismo y resabios vampíricos supone una curiosa experiencia de duermevela cinematográfico redondeada por un barroquismo estético embriagador y por la perturbadora belleza de la nínfula Jaroslava Schallerová.
Intento por parte de Gilliam de simultanear un regreso a sus orígenes (participación de Charles MacKeown en el guión inclusive) y una suerte de summa artis de obsesiones y temas, con la batalla de la ficción, y con ella de la imaginación y la narración (cuya formulación le acerca ligeramente en esta ocasión a los postulados de Alan Moore), contra un universo machaconamente feista, hasta sórdido, en el cual se estrella la pureza de sus protagonistas. Abigarrado hasta lo asfixiante, irregular a la fuerza, caótico por naturaleza el saldo es un film imposible que nada aporta a los grandes trabajos del autor y donde ideas de gran riqueza, genialidades plásticas o aciertos fugaces se pierden en el marasmo o se atropellan los unos a los otros. Por si fuera poco las texturas digitales en nada beneficien el universo táctil, desconchado, del cineasta y ofrecen, en cambio, una pátina artificial y falsificada. Solo la genialidad de Christopher Plummer y Tom Waits sostiene de aquella manera el conjunto, el resto de actores entre lo horrible y lo discreto.
Western de bajo presupuesto de esa época de cambios industriales y estilísticos que fueron la mitad de los 60. Murphy matiza ligeramente su rol habitual dentro de un argumento que reciclando aspectos concretos de títulos previos del vaquero presenta no poca originalidad propia (un audaz detective dispuesto a desarticular desde dentro a una banda se dedica a liberar forajidos para usarlos en distintos golpes y luego cobrar las recompensas) admitiendo ser incluso vista como una curiosa revisitación de los policiales sobre G-Men, T-Men y demás agentes abnegados de los 30/40 que en esta ocasión toman la forma de una suerte de proto-FBI. Discretos resultados y villano a cargo del trekkie DeForest Kelley.
Microscópica producción Monogram despendoladamente pulp en la cual se dan alegremente la mano mad doctors filo-nazis, zombies vudú, agentes dobles, e insufribles cómicos. En el fondo es lo de siempre pero con gustillo delirante y puntuales aciertos atmosféricos y fogonazos de imaginativa puesta en escena barroca por parte del interesante Sekely. Horribles actores, a excepción del genial John Carradine y su mirada enajenada, mucha comedia mala a destiempo y detalles formidables como por ejemplo la muerte del villano y su esposa, extrañamente romántica y malsana, hundiéndose lentamente en un pantano ante los ojos idos de un puñado de muertos vivientes.
Intento de sintetizar la entraña verista y brutal del cine de gángsters a la manera inglesa con la abstracción que supone adaptar El Rey Lear al contexto del deprimido Liverpool de fines del siglo XX, ciudad que se emplea como una suerte de marco espiritual, de paisaje/motivo simultáneamente estilizado y decrépito. Parcialmente lograda en virtud de su sobriedad de estilo, notables interpretaciones (especialmente los secundarios) y el propio juego que da esta transposición se pierde en un tercio final horrible, nefastamente rodado y de lamentable incongruencia. Así y todo la fuerza de la historia sobre un viejo rey que ve como sus hijas se destruyen por su reino mientras él enloquece y vagabundea a orillas del Mersey proporciona fuerza suficiente para sostener, al menos, el interés del conjunto.
Deliciosa comedia ternurista producida por la catalana Emisora Films y en la cual Miguel Mihura ejerció tanto de guionista como de práctico co-director junto a su hermano. Sátira (leve), anti-modernismo español y librepensamiento de cafetín en un conjunto cercano en intenciones a la formidable El último caballo de Edgar Neville. Si bien puede leerse como una obra de costumbrismo ácrata y autarquía de barrio (sus héroes se posicionan contra la propiedad, el dinero, el acomodamiento burgués o hasta la razón misma “-¿Usted no sabe que los indios no tiene hígado?”) también admite una lectura contraria como glorificación del conformismo. En cualquier caso funciona en distintos registros, con el necesario punto extravagante y conteniendo el habitual recital de la sinfónica española de secundarios y/o característicos. Eso sí, doblar a Conrado San Martín pase, pero a Conchita Montes no tiene perdón.
Thriller ejemplarmente idiota que malgasta las estilizadas posibilidades de su argumento -dos asesinos de personalidades y metodología antitética enfrentados a lo largo de toda Asia- en un compost de pose cinéfila sin gusto ni criterio que admite desde la variante necia de Branded to kill (Seijun Suzuki, 1967) hasta insultos a Melville, herencias de John Woo, Ringo Lam, Tsui Hark y demás o citas literales a bodrios como Le llaman Bodhi (Kathryn Bigelow, 1991) o Leon el profesional (Luc Besson, 1994). Interpretado de pena, rodado todavía peor, privilegiando el gran angular sin medida, los desplazamientos de cámara incongruentes y un uso del ralentí más allá de lo humanamente soportable, carece de cualquier sentido narrativo más allá de la ocurrencia y por momentos provoca vergüenza ajena, durante el resto solo aburre. Del sentido personal de la violencia o de la penetrante visión de las relaciones masculinas del mejor Johnnie To (que aquí firma junto a un compinche habitual del que mejor permanecer lejos) no hay ni rastro.
Alocada comedia romántica sobre una ingenua integral decidida a realizar buenas obras sea cual sea el lío en el que se meta, todo según un guión de Preston Sturges adaptando al otrora popular Ferenc Molnár. Pese a los apuntes maliciosos y satíricos, momentos inspirados o el talento de sus protagonistas el conjunto resulta verborréico en exceso y la puesta en escena de Wyler blanda y estática.
Best-seller de temporada según una novela de Alistair MacLean centrada en una misión científica (o así) internacional que sirve como tapadera para que un grupúsculo neo-nazi recupere una fortuna en oro de una submarino encastrado entre rocas, lo que ocurre es que tras ese mismo tesoro andan diferentes espías, el hijo del capitán que mandaba el submarino o un aventurero sin escrúpulos, todos convenientemente camuflados, claro está. Embarullada e incongruente, desaprovecha un reparto formidable y heterogéneo en una suerte de fofo Diez negritos dela Guerra Fría derivado hacia la acción y el lucimiento del marco natural. Tediosa y sin tensión muscular representa bien la mansurrona mediocridad de la carrera de Don Sharp.
Como casi siempre en el policial hongkonés un duelo entre dos personalidades masculinas identificadas/enfrentadas en este caso con el marco de una trama de atracos y corrupción policial más complicada que compleja. Pese a confundir ocasionalmente lo acelerado con lo trepidante que acarrea cierto confusionismo/fealdad en la planificación, a caídas en el melodramatismo y excesos efectistas de todo pelaje el conjunto resulta más que aceptable gracias tanto a la buena integración de los referentes (del heroic bloodshed al thriller según Michael Mann) como al convencimiento en la historia y la manera de narrarla por encima del río de tópicos que Dante Lam maneja. Verdaderamente vibrante en sus mejores momentos, interpretada con solidez (especialmente por el frío Richie Ren como policía corrupto y el desconocido Kai Tan, que entrega un genial asesino implacable de pocas palabras) y con un aire fatalista de agradecer.
Variación paródico-desquiciada sobre el ya clásico original de Abel Ferrara genialmente ambientada en la decrépita Nueva Orleans post-Katrina, paisaje impresionista que metaforiza la propia esencia de su discurso. Supone una neo-noir psicodélico al tiempo ridículo y brutalmente sarcástico, definitivamente grotesco y abiertamente subversivo. Más allá de multitud de carencias, arritmias, gratuidades y demás, su sola existencia marciana ya supone una alegría. Estupendo trabajo de los actores de reparto, especialmente por parte de presencias tan gratas como Brad Dourif o Fairuza Balk, escudando a un Nicolas Cage que no actúa, ni sobreactúa, hiperactúa más allá de lo que ningún ser humano ha sido capaz nunca. Los buenos tiempo de Herzog pasaron hace mucho pero todavía sigue ingobernable.
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