Las cuerdas del arpa que protegen el alma son el tono del que se alimenta la voz, la vibración que ensalza el poder en el que se encumbra un momento mientras la creación del mundo tiene lugar.
Un leve giro que en la milésima del segundo se encorva lo suficiente para que el acorde sea el adecuado a la sinfonía que comienza a vibrar entre los brazos.
Partículas que se fragmentan desordenándose mientras se enlazan conformando el ser.
Un sin fin de sonidos que se acomodan al acariciarse las ondas entre sí, el encuentro de los iones que desenlazados se embarcan hacia el negro abismo que nos circunda.
El infinito momento en que se ordenan los astros alineándose, consintiendo en la ruptura del equilibrio, ying-/yang que no acontece y en el caos de la deriva nos embarca.
Una espada es la muestra, el anónimo mandato que encaminado levanta la mirada hacia la puerta de Orión, que enmarca la luz engarzada en los pequeños círculos que Pegasus nos acerca en las tibias horas de las noches cercanas a la primavera.
Un atento habitante de la noche no pierda el detalle que encumbra cuando al alba renace y se viste de gala la mañana.
En el dulce letargo de la tarde me embarco hacia Itaca.
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