Revista Cine
Director: Nuri Bilge Ceylan
El nombre de este director no me es desconocido, mucho menos ahora que comencé a ver su filmografía con mayor determinación, pero durante más de un año rondaba en mi mente la idea de darle una mirada a sus filmes. Eso sí, aclaro que esta, su opera prima, no es la primera cinta suya que veo; ese honor lo tiene "Erase una vez en Anatolia", sexto largometraje que tuve el agrado de ver en un pequeño festival. Admito que ese visionado me dejó un tanto aturdido, pero de que alguien interesante estaba detrás de aquello no se podía dudar. Luego este año el hombre se hace con el premio mayor en Cannes, la Palma de oro, y definitivamente se hacía imperioso ponerme al día con él. Al menos antes de que "Winter Sleep", su filme ganador, se estrene en algún lado o llegue a internet -cosa que parece ser un tanto imposible por ahora-. Y finalmente acá estoy, totalmente a gusto luego de haber visto "Kasaba", su excelente debut en el cine. Un encanto.
"Kasaba" transcurre en un pequeño y tranquilo pueblo rural de Turquía, en el cual las cosas suceden sin mayores complicaciones, ya sea en el colegio, en las calles, en las casas o en el campo. Normalidad pura, tranquilidad al máximo. Aire limpio, brisa fresca, bellos paisajes. En este escenario, somos testigos de cómo una familia común y corriente hace su vida durante un día y un poco más, a través de la mirada de los hijos, los padres y los abuelos. Probablemente, para efectos de "sinopsis oficial", sea mayormente a través de los niños, pero todos tienen una visión que aportar.
Esta opera prima de Ceylan me ha encantado por completo. No sólo por la espectacular y bellísima fotografía -no podía parar de sacar capturas, todas eran geniales-, por el acertado y potente uso de los planos largos y fijos, por los magistrales diálogos entre los personajes, por esa sencillez con que está hecha la película -sencillez que le hace muy bien, por lo demás-, o por lo personal de todo el conjunto. Todo lo anterior es fantástico, pero lo que termina de encantarme y señalarme que Ceylan es un genio, es esa auténtica atmósfera de realismo. Hay una naturalidad y honestidad a la hora de filmar que queda grabada en cada fotograma de la película. Pasión por el cine, me permito agregar. Sabio dominio de él y las posibilidades de su lenguaje. Ceylan entrega con su opera prima una obra casi maestra, completa en muchos sentidos. Una sólida declaración de intenciones cinematográficas. Me atrevo a aventurar, un adelanto de lo que serán sus películas posteriores -"Erase una vez en Anatolia" ya no la tengo fresca; lo único que recuerdo es la búsqueda del cadáver y la fotografía siempre sensacional, cualquier lectura más profunda se me escapa-. No fue hasta su tercera película, "Uzak", que Ceylan se hizo de una mayor reputación internacional, pero ya con su primera cinta este realizador turco demostraba de lo que se puede ser capaz si respiras cine. Y si lo respetas. He visto muy buenas películas últimamente -ya pueden ver mis anteriores entradas y las venideras-, pero no todas llaman la atención tan poderosamente como ésta, magistralmente escrita y filmada, gracias a la mano -literalmente: Ceylan era el director de fotografía y camarógrafo- de un director que encontró su estilo de inmediato; nada de fallidos experimentos o hipocresía en la mirada. Además, hay una sensación de familiaridad y comodidad que no te suelta durante todo el metraje, y posterior a él la película te queda grabada. En pocas palabras, y para ir terminando este párrafo, "Kasaba" es una película completísima. No le digo obra maestra porque pienso que las películas que vienen de Ceylan serán mejores o incluso más completas, pero no sería descabellado hacer una afirmación de esa envergadura. Además, se podría hacer una larguísima lista de directores cuyas operas primas son lo más cercano a una obra maestra.
Con "Kasaba", Nuri Bilge Ceylan -muy bonito nombre, si me preguntan- viene a hacer una especie de radiografía de un tiempo y un lugar a través de las miradas que tiene cada generación, miradas muy diferentes entre sí. Puede que los niños sean, más o menos, el eje del relato -el otro sujeto, el fumador, me parece incluso más importante que los dos pequeños hermanos-, pero tal como señalé, todos tienen algo que aportar. Todas estas miradas, reflexiones y recuerdos van construyendo el panorama completo del tiempo y el lugar. O quizás, mejor dicho, van deconstruyendo lo ya mencionado. Por una parte se puede ver esta película como una especie de lucha generacional, sin importar cual sea la generación; el espectador es una generación que ve, que atestigua la vida cotidiana de un lugar poblado por distintas generaciones. Son cruces e interacciones muchas veces conflictivos que se suman a lo que nosotros no podemos opinar de ello. Y acá está lo interesante, porque por un lado no se puede opinar de un lugar que no conocemos; personalmente, nunca he ido a Turquía y no sé cómo es la vida en aquel pequeño pueblo rural; de hecho, yo me crié en la ciudad, y tampoco tengo mucha idea de cómo son las costumbres rurales de mi país. Ceylan la tiene, porque además él creció en ese lugar; entonces su mirada es la de un testigo que plasma en cada fotograma estos dimes y diretes entre distintas generaciones dentro de una misma familia -el resto del pueblo igual cuenta, pero no tan poderosamente como el núcleo familiar filmado-. Acá ya hay un punto de vista que pertenece en mayor o menor medida exclusivamente a él y a su familia -sus padres actúan en esta y otras cintas de Ceylan-, pero también está el otro que es más universal, etéreo, existencial, de lo cual sí podemos opinar. Independiente del lugar y del tiempo, siempre habrán generaciones en conflicto -no físicamente violento en este caso, aunque la palabra sea así de contundente-. Entonces, a partir de una mirada más o menos acotada sobre un objeto específico, Ceylan explora cada vez más en temas y conceptos mucho más grandes que un lugar y un tiempo en particular. Ahora explora en el interior de sus personajes; en sus sueños, sus conflictos, sus temores, sus principios, sus universos personales. Ya sean unos niños curiosos por la naturaleza de su hogar, un joven que está en conflicto con su adultez, un adulto en conflicto con el rumbo de su vida o unos abuelos satisfechos y felices con la suya, todos tienen una opinión crítica del otro en temas sobre la felicidad, el trabajo, la moral, el egoísmo, la identidad, la pertenencia, el sentido de la vida, etc. Ceylan, entonces, deconstruye un tiempo y un lugar, en este caso su hogar, para deconstruir también valores de vital importancia, como la humanidad de las personas, el sentido bajo el cual rigen sus vidas y la moral que los guía día a día. Es un proceso, completamente personal y único de Ceylan, el perfecto autor de esta obra, pero que le puede llegar a cualquier espectador dispuesto a disfrutar de una tremenda joya como esta. Lucha generacional, lucha existencial. Dos polos no tan opuestos si nos ponemos a pensar más detenidamente en ello. Son dos caras de la misma moneda, y la moneda es la vida y el universo.
Me ha gustado mucho la manera en que está construida la película: primero con ese paseo por el pueblo, a lo largo de sus distintos rincones, de la mano de estos dos hermanos que caminan por las calles y las casas, y que se maravillan ante una naturaleza bella, indomable e ingente, cuna de muchas cosas que aprender y apreciar. Es una primera media hora de costumbres, cotidianidad y comunidad. Un recuerdo, una unión de memorias -el filme está basado en un relato de la hermana de Nuri, así que ya podemos ver que hay dos miradas complementadas: la mirada de origen y la adaptada de Nuri, miradas que conforman un todo-.
Luego vendría el enfrentamiento generacional a través de una secuencia maravillosa: una larga conversación familiar entre medio de los árboles y alrededor de una fogata, que dura unos cuarenta minutos. Cuarenta minutos que se han pasado volando -la calidad de los textos recitados es fenomenal, los diálogos son realmente excelentes- a pesar de su densidad.
Finalmente toma lugar la parte mas íntima de cada personaje, en la cual vemos los miedos e inquietudes que le acechan a varios de ellos. No sé si es tan así, pero durante los minutos finales percibía cierta atmósfera onírica -lo poderosa de las imágenes y la poesía de estas contribuían enormemente a esta sensación mía- que terminaba por poner la nota todavía más alta al conjunto.
Como ven, estamos ante un proceso: comenzamos con los recuerdos y sensaciones vividas; seguimos con los cuestionamientos, que aunque vayan dirigidos a los otros, igualmente reflexionan sobre la propia persona; reflexión que viene a terminar en una incertidumbre reflejada en los pasos y pensamientos errantes procedentes de cada quien. Ceylan ha dicho en entrevistas que su cine no es autobiográfico, pero no cabe duda que es profundamente personal; se puede notar que siempre hay grandes reflexiones propias de un autor con todas sus letras. No es cine autobiográfico -egometraje les decía un profesor que tuve-, pero sí tiene mucho de Ceylan en él -al menos lo más importante: la mirada, la cosmovisión-.
Finalmente, nada más decir que el cine de Ceylan está lleno de sensaciones, imágenes, percepciones, ensoñaciones y palabras. Es gestual y dialógico, pero eminentemente contemplativo. Por eso digo que esta cinta es completísima: tiene de todo, y lo tiene muy bien: diálogos, poderosa fotografía, densidad y sustancia, y lo que es más importante, lo que hace que una película como esta brille por méritos propios: honestidad. No hay ni pizca de artificialidad. Todo está en su lugar y está hecho de la manera precisa. Ceylan lo entendió de inmediato. Para cerrar, una de las discusiones entre los miembros de la familia que más me gustó fue aquella que tiene que ver con la identidad personal y la pertenencia al pueblo. Podemos ser cualquier cosa en la vida -o no podemos ser nadie-, pero tu lugar de origen va contigo a donde vayas, y se erige como pilar fundamental de tu personalidad. Se puede dejar atrás a la familia, al hogar, a los amigos, al menos de manera física, pero en lo personal no se puede dejar atrás la vida que has llevado. Kasaba es un lugar, también es un tiempo, pero más importante, es un sentimiento -aclaración: el nombre del pueblo me parece que nunca es especificado. Kasaba es la palabra turca para pueblo, aldea-. Digamos que estamos ante la configuración en el ser de las personas y el poder que el lugar donde crecieron tuvieron en ese proceso; proceso que, por lo demás, nunca termina.
Y ahora sí para terminar, nada. Ceylan hace tremenda película, cine en estado puro. La recomiendo total, espero que les guste.
Imperdibles capturas