Revista Cine

‘Kill Bill Volumen 1′ – Quentin Tarantino, Samurai

Publicado el 25 febrero 2011 por Cinefagos

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KILL BILL, una historia de venganzas japonesas, motoristas, western y mucha sangre, resultó ser un film tan largo que tuvo que ser dividido en dos para que la historia de La Novia, una mujer brutalmente destrozada el día de su boda que busca venganza contra un antiguo grupo de asesinos a sueldo, nos llegase íntegra o, mejor dicho, todo lo completa que su director quería. Según cuentan los propios miembros del reparto, la idea de Kill Bill nació ya en el set de Pulp Fiction, como una idea loca sobre lo que Tarantino llamaba “una orgía de muerte y destrucción”. Años más tarde, para cuando el director era ya un personaje de cómic hecho a sí mismo y cuando Pulp Fiction y Reservoir Dogs eran ya films de culto, llegó el turno de llevar Kill Bill a la pantalla de la mano de Uma Thurman, y de vestirla al más puro estilo Bruce Lee para llevarla de un lado a otro del mundo con una espada a cuestas. Así, Tarantino se aprovechó de su carisma para promocionarla como “La cuarta película de Quentin Tarantino” y lanzó su película a un público ansioso de escenas coloridas, chistes fáciles, diálogos banales y muchísimo humor negro. Y eso es, ni más ni menos, lo que nos ofreció en esta primera mitad, todo salpicado de centenares de referencias cinematográficas, tantas que cuesta identificarlas todas. Hay planos calcados de otras películas, estilos de lucha, actores y actrices recuperados del olvido y música, esa música tan característica.

Kill Bill

Beatrix Kiddo, conocida simplemente como “La Novia” ya que se la encuentra con ese vestido en mitad de la carnicería, no ha muerto, como pensaban sus ejecutores. En coma y tremendamente embarazada, se pasa cuatro años postrada en la cama de un hospital. Allí, Bill, su antiguo jefe, decide no matarla porque no sería “ético”. La película tiene ritmo y un montaje muy bueno, fragmentando la pantalla, poniéndonos imágenes de Beatrix inmóvil en la cama mientras una de sus asesinas se prepara para darle una inyección letal, todo aderezado con un silbido ya mítico que nos da una idea de por qué el director es tan famoso. Por supuesto, tras una frase con la que le recomiendan a la protagonista que “no despierte jamás”, ella recobra el sentido. Pero por supuesto, mostrar esto es demasiado fácil, de modo que la historia está tan fragmentada como la de Pulp Fiction y damos saltos temporales tan grandes como los protagonistas de “Perdidos”. De ahí que empecemos con un primer plano de La Novia ensangrentada, con Bill rematándola (me encanta cómo, en una escena sin música, el sonido lo dice todo). Pero en seguida saltamos a una escena de violencia doméstica, chillona y exagerada, con cristales rotos y amas de casa peleando a cuchillo. Beatrix ha encontrado a una de las asesinas que la golpearon y que parece haberse convertido en una mujer normal y corriente. En ese momento, la hija de una de ellas entra en la casa y la pelea se detiene en seco para dar paso a una, en apariencia, amigable charla. Así descubrimos que Beatrix está muy cabreada y quiere venganza, y por supuesto que la tendrá, aunque la niña esté en casa. La escena termina cuando la asesina intenta matar a La Novia a traición y ella le clava un cuchillo en el pecho. Por desgracia, la niña lo ha visto todo y Beatrix le dice que si algún día busca venganza, ella le esperará. Este primer acto tan extraño ya nos anticipa lo que más tarde sería “Malditos Bastardos”: una escena cerrada en sí misma que no tiene relación con ninguna otra, un largo diálogo y un final repentino y explosivo. Entonces volvemos atrás y vemos cuándo y cómo, Beatrix despertó.

 

Entonces descubrimos el nombre de los cinco asesinos que tiene en su lista negra, y que la ama de casa es la segunda en morir. O- Ren Ishii, la jefa de los bajos fondos de Japón, ya ha sido asesinada. Y aquí nos cuentan la vida de esta enemiga mortal a través de unos flashbacks en anime, algo extraño que descolocó a mucha gente en la sala de cine porque no se lo esperaban. Con parte del equipo que trabajó en Animatrix nos muestra la infancia de O-Ren y cómo sus padres fueron sangrientamente asesinados por un jefe yakuza, recreándose quizá en exceso en una escena que podría haberse acortado. Sin embargo, ser comedido no va con Quentin Tarantino, así que incluso se permite cambiar de estilo de dibujo (por uno que me recuerda a Katsuhiro Otomo) antes de saltar a la acción.

 

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Un cúter podría matar al piloto, pero una Katana pasa perfectamente como equipaje de mano.

 

Nos quedan solamente dos grandes escenas para llegar al final de la película, una que es diálogo puro y otra que es toda la carnaza que te anunciaban en los tráilers. Beatrix viaja a Okinawa y convence a un antiguo forjador de espadas, Hattori Hanzo (interpretado por Sonny Chiba, actor de artes marciales del que el director es gran admirador) para que regrese al trabajo y le fabrique el mejor arma que haya fabricado hasta entonces, alegando que ambos tienen cuentas pendientes con Bill. En qué consisten los problemas de Hanzo con Bill, no nos lo cuentan, y fueron la clave para que, poco antes de la muerte de David Carradine, se anunciasen una serie de cortometrajes que explicarían algunos “huecos” de la trama. La escena es preciosa y sirve para que el espectador entienda la reverencia que tienen hacia esas armas, con diálogos en japonés que también adelantan que, en “Malditos Bastardos”, los distintos idiomas coincidirían en una misma película sin que con ello el público se perdiera en absoluto (otra cosa es que en “Malditos Bastardos” las conversaciones alcanzasen duraciones absurdas).

Desde allí, Beatrix se dirige hacia Tokio, ya enfundada en el famoso chándal amarillo que Bruce Lee llevó en “Juego con la muerte”. De hecho, La Novia va en moto y tiene la cara completamente tapada por un casco, uno de los trucos que utilizó Raymond Chow para destrozar la película de Lee cuando éste la dejó inconclusa al morir repentinamente. Aquí, las referencias que han usado para crear el guión de la película son mucho más vistosas. Antifaces de “El Avispón Verde” (de nuevo Bruce Lee), una de las chicas de ‘Battle Royale’…

 

Aquí nos queda claro que si Tarantino se dedicase a anunciar coches, sería el mejor anunciante de la historia. Aunque su formación es la misma que Kevin Smith, a Smith sólo le interesa el diálogo, mientras que el director de Kill Bill se preocupa mucho por la fotografía. Todo es limpio, perfecto y chulísimo mientras los hombres de O-Ren entran en el restaurante, ayudado de una cámara lenta y una canción ya míticas. Además, en el restaurante hay una de las escenas más largas de la película, un plano secuencia en que la cámara sigue a un personaje, luego a otro, pasa a través de un espectáculo de música en vivo (por supuesto, y como buen fetichista que es, van descalzas) y acaba en los baños. Acto seguido se desarrolla un auténtico baño de sangre que pasa al blanco y negro y juega con algunas referencias cinéfilas, pero que para mi gusto acaba mal con el chascarrillo del niño al que golpea con la hoja de la espada. La pelea puede ser sangrienta o exagerada según el momento, y hasta se notan los cables que sujetan a los actores, pero aquí es donde juega un poco el prestigio. ¿Se notan porque es un fallo de la película, o es porque Tarantino ha querido homenajear a una película? Lo mismo pasaba con Stanley Kubrick, del que la gente perdona hasta el más leve defecto diciendo que “en su mente, todo tenía sentido”. No estoy diciendo nada malo en contra de estos dos directores, salvo que hay muchas cosas que se les perdona porque son ellos, algo que no haríamos si estuviéramos hablando de otros directores. Hay vuelos imposibles, herederos del cine asiático del estilo “Tigre y Dragón”, amputaciones que lanzan chorros descomunales y enemigos que la cercan calcando escenas de Furia Oriental. Todo para acabar en un silencioso y operístico duelo entre la nieve contra O-Ren, a la que le crece la cabeza al menos tres centímetros cuando se la cortan (ese efecto es bastante malillo, la verdad). Una vez asesinada O-Ren, La Novia puede prepararse para ir a por los siguientes.

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Kill Bill, como todo lo anterior de su director, genera admiración y repulsión a partes iguales. Hay gente que adoran las conversaciones sobre hamburguesas y masajes en los pies, y otros que no entienden dónde está la gracia de miembros amputados y frases en japonés. De hecho, esta película podría ser un perfecto cascarón vacío, porque la fuerza de las imágenes no está acompañada con un guión muy bueno o potente. Se limita a usar los saltos cronológicos para hacérnoslo más interesante y poner acción donde hay que ponerla. Detalles que han quedado para el recuerdo los hay a montones: El chándal, la música, la coñoneta que creo, salió también en un videoclip de Lady Gaga… pero también hay algunos momentos en los que se nota la pericia del realizador, como lo es la presencia que David Carradine tiene en todo momento, sin que se le llegue a ver. Un actor enorme recuperado sólo en esta película, ya que luego volvió a los subproductos de videoclub.

 

Quentin Tarantino sorprendería a la crítica con Kill Bill Volumen 2, la continuación (que no el final, o eso dicen…) de una particular historia de venganza. Los samurais dejarían paso al Spaghetti Western, a Shakespeare, a los diálogos estirados, las conversaciones inútiles y la recreación en lo básico. El preámbulo de “Malditos Bastardos” y que, para mí, significa que un hombre con tanto talento como lo es el que nos ocupa pierde mucho cuando tiene que estar pendiente de dos cosas: lo que dicen los críticos de él y un espejo de cuerpo entero, para admirarse a sí mismo.


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