Revista Viajes

Ko Lanta

Por Zhra @AzaZtnB

¿Acaso dudabas de mi cabezonería? Por supuesto que cuando me levanto al día siguiente estoy bien, sí me duele el oído, sí tengo unas extrañas marcas en el antebrazo que no sé explicar, es cierto que me duele el tabique nasal como si me hubiese metido en una pelea, puede que el tobillo esté un poco hinchado pero ni rastro de fiebre: Estoy como una rosa ¡¡¡Ko Lanta aquí estoy!!!

Lo bueno de viajar tranquilamente es que cualquier día te puede sorprender. Es mi último día en Tailandia y lleva toda la semana nublado, aún así algún guiri rubio ha conseguido quemarse, mis planes de hoy se limitan a ir a la playa a pasar el día en la playa intentando que el Kindle no se llene de arena pegajosa y volver a media tarde para gastarme muy calculadamente los últimos Bahts que me quedan. Ni siquiera me molesto en despertar a una hora decente, compruebo el móvil y dice que hay un 51% de posibilidades de lluvia, miro al cielo y alguna nube gris se asoma entre las blancas, cojo el chubasquero. En la misma puerta del sitio donde me alojo hay un puesto móvil de pancakes tailandeses, me compro uno de plátano y coco con chocolate por encima por 25B (bastante menos de un euro). La chica envuelta en un chador me lo ha cortado en 6 trozos y pinchando cada uno de ellos, me los llevo a la boca uno a uno sin prisa mientras me giro hacia la playa. Son unos dos o tres kilómetros hasta la playa más cercana, a medio camino leo por enésima vez los carteles gigantes anunciando los bungalows a pie de mar y escondido entre ellos uno mucho más pequeño que indica otra playa. Es una carretera asfaltada de dos sentidos, me adelantan varios tuktuks que van cargados hacia los bungalows y por sus miradas deduzco que la playa no está cerca.

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No pasa mucho rato cuando veo el mar entre los árboles y unos metros más adelante un restaurante con acceso a lo que seguramente es un embarcadero cuando la marea está alta, me meto y bajo a la playa. La marea está muy baja y como apenas hay desnivel hay algo más de un kilómetro hasta el agua. Me acerco a los lagos que ha hecho el mar al retirarse donde los pájaros se mantienen suspendidos en el aire buscando una presa y apenas me hacen caso. Si me acerco mucho con un movimiento casi imperceptible se apartan y siguen buscando una presa unos metros más allá. Veo una isla al fondo y camino hacía ella, mientras muevo mis pies escucho ruido en el suelo, como pompas de jabón rompiéndose, miro al suelo y veo que cada vez que avanzo hundo un poco mis pies en la arena mojada desplazándola y tapando alguno de los agujeros que hay en el suelo. Lo que oigo son las burbujas de aire saliendo del agujero y reabriéndolo. Está lleno de cangrejos ermitaños, no puedo seguir caminando sin pisarlos así que doy un rodeo, un cangrejo marrón me mira sin miedo desde el suelo y me agacho a hacerle fotos.

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Me acerco todo lo que puedo a la isla que veía al fondo sin llegar a meterme en el agua más allá de mis tobillos. Hago una foto de 360° al paisaje, no hay nadie a mi alrededor.

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Giro para dirigirme a los árboles normalmente sumergidos que me he marcado como nuevo destino, a su altura hay cientos de pinchos saliendo del suelo que supongo futuros árboles pero quiero verlo de cerca y no tengo nada más que hacer.

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La arena está bastante resbaladiza así que voy mirando al suelo buscando zonas más o menos firmes cuando una forma extraña llama mi atención. Entre los peces que saltan y caen fuera del agua y vuelven a entrar con un par de movimientos desesperados, las rocas irregulares y los cientos de orales muertos hay algo muy recto, muy definido, casi no parece natural. Me agacho un poco y veo que es una estrella de mar, no una, muchas, hay decenas de ellas!

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Se han camuflado con la arena y están tomando el sol esperando que el agua vuelva a cubrirlas. Cojo una y veo que el otro lado es blanco, por su centro escupe agua, la dejo boca abajo en el suelo y para mi sorpresa veo como saca cientos de tentaculitos que se mueven buscando algo, la observo completamente fascinada y veo como se retuerce lentamente hasta que se vuelve a girar completamente mostrando de nuevo su lado marrón. Me paso un buen rato jugando con ellas, viendo como sacan sus patitas, se retuercen, se giran, algunas veces cuando están muy juntas se remueven hasta separarse. ¿Sabíais que las estrellas de mar se podían mover con sus patitas? Porque para mí ha sido como ver a un alienígena sacando tentáculos para devorar a la humanidad. ¿Y sabíais que las estrellas de mar no tienen sangre ni cerebro? No, no las he abierto, esto último lo he descubierto luego leyendo.

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Acercándome a los árboles vuelvo a escuchar ruidos, pero esta vez sé que no estoy pisando el canal de ventilación de ningún bicho así que no sé de donde vienen. Me paro varias veces para intentar descubrirlo sin éxito y veo un montón de huevas de pez que no se convertirán en pececitos (y a juzgar por el tamaño ni en pezazos).

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Me incorporo cuando noto miles de ojos que me miran y corren a esconderse. A un par de metros hay unos cangrejos de un naranja y azul brillante con manchas negras que me miran muy inquietos. Suelto una exclamación y me acerco pero salen corriendo como quien ve al Yeti. Me quedo quieta y veo como cientos de cangrejos me rodean, sólo tengo que respirar un poco más profundamente para que corran a sus agujeros y desaparezcan. Me tienen miedo pero si levanto la vista muy muy despacio veo que hay miles de ellos a mi alrededor moviendo su única pinza gigante y dispuestos a salir corriendo. Apenas giro muy despacio la muñeca para tener mejor ángulo en la foto y los más cercanos a mi ya han desaparecido. Por una vez deseo haber traído la cámara con su zoom, me resigno a no conseguir una foto y juego a sentirme super poderosa: Levanto una mano de golpe y antes que mi brazo finalice el recorrido hasta mis gafas en un radio de un metro a mi alrededor el paisaje naranja y azul brillante se ha convertido en rocas marrones. Cojo un trozo de coral del suelo y lo lanzo contra un montón de ellos que me miran desde la distancia, el coral aterriza en el centro de la congregación, no se inmutan, saben bien quien lleva la cámara y conocen sus derechos de imagen que quieren conservar.

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Más de media hora estoy sentada esperando que de los agujeros más cercanos saliera un cangrejo mientras él me miraba metido en su interior, empiezo a preguntarme si se esconden porque son comestibles y tienen una carne riquísima. Con un movimiento brusco para asustarlos me levanto resignada y uno de ellos queda atrapado en un agujero más pequeño que él, aprovecho para hacerle fotos, no intenta escapar ni cuando me muevo. El resto asoman tímidamente la cabeza mientras hago las fotos, saben que han perdido sus derechos de imagen. Cuando me marcho veo en el reloj que estado una hora con ellos.

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Sigo hasta el final y por un lateral de la barandilla vuelvo a la carretera, según mi mapa por aquí hay un View Point (mirador) pero, aunque llego a lo más alto del cerro y veo el perfil de la isla, está cubierto de árboles y no tiene una gran panorámica. Vuelvo a bajar cuando caen las primeras gotas y esto es Tailandia, cuando dice a llover en question de segundos cae el cielo en tu cabeza. No tengo donde refugiarme así que meto el móvil en la mochila impermeable y saco el chubasquero. Puedo volver por la carretera dando una vuelta o intentar atajar por el centro volviendo a cruzar el mar. Sin dudar me vuelvo a colar entre la barandilla hacia el mar y cruzo con prisas para llegar al otro lado. Saludo a los cangrejos de colores, a las estrellas de mar, los cangrejos marrones y a los ermitaños, los peces, los pájaros han desaparecido y se me hunde el pie dejando mi chancha atrás que tengo que recuperar escarbando un poco. No puedo avanzar ni un paso con chanclas y puedo sacar mis pies del lodo sólo porque están enganchados al resto de mi cuerpo. Cojo las chanclas en una mano y busco como salir del barrizal en el que me he metido, luego busco uno de los lagos naturales para limpiar las chanclas que ahora pesan un kilo más cada una. Cuando por fin llego a la carretera ya no llueve y al entrar el pueblo los dependientes están guardando los plásticos con los que habían cubierto la mercadería.


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