Revista Arte

La abstracción como parte de la magia del Arte Clásico frente al Realismo o al expresionismo Abstracto.

Por Artepoesia
La abstracción como parte de la magia del Arte Clásico frente al Realismo o al expresionismo Abstracto.La abstracción como parte de la magia del Arte Clásico frente al Realismo o al expresionismo Abstracto.La abstracción como parte de la magia del Arte Clásico frente al Realismo o al expresionismo Abstracto.La abstracción como parte de la magia del Arte Clásico frente al Realismo o al expresionismo Abstracto.
El Arte es una forma sutil de abstracción... ¿Pero, qué es la abstracción exactamente en el Arte? Una manera de imaginar las formas para que formen parte de una idea plástica más amplia. Porque sin formas definidas el Arte pierde consistencia mimética y formal, lo que sucede con el estilo moderno denominado Abstracción. Pero, sin abstracción, el Arte pierde su sentido más universal de ser una expresión formal que simbolice, argumente y fortalezca la relación clásica y un mensaje metafórico. Porque el Arte, para serlo artísticamente veraz, debe sublimar las formas en modelos diferentes (escenas inconexas o desligadas) dentro de la única y misma representación. Es la manera en que el Arte compendiará en un solo plano la narración más heterogénea y, aparentemente inconexa, que una alegoría cultural pueda llegar a componer. Cuando el pintor español contemporáneo Augusto Ferrer-Dalmau nos regala las maravillosas instantáneas de historia que pinta con belleza, emoción y ternura, alcanzará a reflejar una forma de expresión clásica y grandiosa que, sin embargo, no conseguirá plasmar la profunda, misteriosa, trascendente o prodigiosa manera elogiosa de expresar el Arte Universal, como le sucede a cualquier obra realista. Para cuando los pintores barrocos quisieron rozar el firmamento de la creación artística más sublime, entendieron que el Arte debía cumplir con dos requisitos ineludibles: la composición clásica más perfecta y la narrativa metafórica más inapelable. Sin ambas cosas el Arte se pierde por otros modelos de expresión, respetables, elogiosos, admirables, pero sin la necesaria forma clásica que hará al Arte de la Pintura la forma de creatividad más conseguida que existe o haya existido. Porque la escultura o la arquitectura, por ejemplo, consiguen expresar cosas, muchas cosas a veces, pero, sin embargo, no conseguirán nunca llegar a compendiar, en tan poco espacio físico, como lo hace la Pintura, la grandiosidad expresiva y comunicativa que se pueda llegar a componer con belleza.
El Barroco comenzaría, verdaderamente, a combinar los dos requisitos artísticos que harían del Arte pictórico una de las más maravillosas expresiones culturales del mundo. Y esos son la forma clásica y el mensaje sublime. Antes del Barroco, en el Renacimiento, se acentuaría más la forma que el contenido, porque fue en el Barroco, sin embargo, cuando el mensaje sublime sería alzado a niveles nunca antes conseguido con brillantez, belleza y narrativa plástica. Los siglos y las escuelas artísticas pasarían luego primando una un poco más sobre el otro. Hasta que llegara el último estilo en el Arte que, auténticamente, se mantendría fiel a ese sagrado binomio estético tan extraordinario. El Romanticismo sería así el último estadio artístico que consiguiera reflejar el mundo con esos dos aspectos grandiosos del Arte. Con él, el Arte alcanzaría los últimos momentos de belleza y mensaje que fueran, todavía, admirados por un mundo aún deseoso de mirar algo que sobrecogiera, sorprendiera o dejara pasmado ante una expresión... tan abstracta a veces. Después del Romanticismo se siguió haciendo Arte, por supuesto, como el Realismo, el Impresionismo, etc..., pero, sin embargo, el mundo no volvería ya a sucumbir ante la mirada imposible de poder conciliar la forma estética con el sentido o el fondo metafórico tan sublime de lo expresado. Cuando el pintor Delacroix fuera solicitado por el rey francés Luis Felipe I en el año 1838 para pintar un grandioso cuadro de historia, el romántico artista francés no dudaría en que su Arte debía ensalzar la maravillosa forma clásica con los rasgos más ilusorios que él pudiera componer. La pintura de Delacroix sería presentada en el famoso y exigente Salón de París del año 1841, recibiendo tanto muestras de admiración como críticas sumergidas entonces en ignorancia o en cierta falta de mínima sensibilidad. Aducían algunos críticos atrevidos que la obra tenía una extraña composición que la llenaba de confusión, de aburridos colores terrosos y de falta de unos perfiles definidos. Tan sólo el gran poeta Charles Baudelaire la defendería escribiendo convencido: posee una brava abstracción...
Dos siglos antes el barroco Charles Le Brun (1619-1690) había compuesto su obra Entrada triunfal de Alejandro Magno en Babilonia. Con esta pintura el pintor barroco francés dejaría muy claro el sentido especialmente estético que el Arte universal debía tener para serlo. ¿Cómo podría un conquistador entrar tan triunfalmente y alabado por sus habitantes en la ciudad tomada por él? El mensaje histórico según las leyendas fue que Babilonia y sus ciudadanos quedaron encantados de haber sido conquistados por el rey macedonio. Y así ahora el humo reflejado en la obra no es el de los incendios ocasionados por el avasallador ejército griego, sino el producido por las llamas de los fuegos elogiosos en un homenaje encantado al conquistador. Apenas lo mirarán a él, sin embargo, cuando ahora el gran Alejandro desfilase orgulloso por las calles adornadas de Babilonia. El pintor barroco, como después en el caso de Delacroix, había sido contratado por un rey de Francia, Luis XIV, componiendo al conquistador griego de Babilonia ahora como al grandioso rey francés divinizado por sus alardes también poderosos. El encuadre clásico es conforme al sentido nada realista de la pintura barroca; el contenido artístico es, del mismo modo, conforme a la metáfora simbólica y abstracta de su ser único: expresar lo imposible desde presupuestos admirablemente formales. Eugene Delacroix, el mejor pintor que llevase el sentido metafórico a una obra romántica, decidió en su obra conquistadora, a diferencia de Charles Le Brun, plasmar la clemencia que los habitantes de Constantinopla pidiesen entonces, abrumados, a sus crueles conquistadores venecianos. Estos no eran ni un pueblo ni una raza diferente a los conquistados, como sí lo fueron aquellos griegos de sus conquistados babilonios. Ahora, a cambio, eran todos cristianos y europeos, los conquistados y los conquistadores, unos de oriente y otros de occidente. Sin embargo, los cruzados no tendrían la piedad ni la clemencia que los griegos de Alejandro Magno mostraron con los babilonios. La obra de Delacroix muestra la terrible violencia y crueldad que unos oportunistas venecianos debieran haber tenido entonces con, se suponía, la liberación de las tierras ocupadas por los sarracenos más allá del Levante mediterráneo, y no con los suyos... El pintor romántico expresaría, con una sensibilidad estética extraordinaria, hasta la simbólica compasión que, entonces inexistente por los caballeros cruzados, tuviese incluso ahora, con su mirada alegórica, el propio caballo que su caballero fuera incapaz de tener.
(Óleo romántico del pintor Eugène Delacroix, Entrada de los cruzados en Constantinopla, 1840, Museo del Louvre; Lienzo barroco Entrada triunfal de Alejandro Magno en Babilonia, 1665, del pintor francés Charles Le Brun, Museo del Louvre; Cuadro abstracto del pintor ruso Vasili Kandinsky, Composición VII, 1913, Galería Tretyakov, Moscú; Óleo realista del pintor español Augusto Ferrer-Dalmau, Por España y por el rey, Bernardo de Gálvez en la batalla de Pensacola, 2015, Colección Privada.)

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