Empezar profesionalmente en el ejercicio libre de la Arquitectura fue para mí como botar un velero y navegar día y noche en un mar desconocido: arte, ciencia e intuición. Conocía todas las velas, cabos y palos de mi barco, pero nadie me había hablado de cartas de navegación, de medios de orientación fiables ni de las corrientes que iba a encontrar. Así, tras mucho tiempo de navegar, primero cabotajes y después travesías, entre temporales y calmas chichas, y tras no pocos sustos provocados por fuertes galernas, he construido mi propio sistema de orientación con el que he logrado no encallar nunca ¡ni hundir! los barcos que he pilotado. Esa brújula particular, la única que me ha funcionado, nos ha salvado a tripulación y pasaje en múltiples ocasiones. Pero desde que se desencadenó la crisis, la tormenta perfecta que presentíamos desde largo tiempo atrás, el mar del ejercicio profesional sufre un pertinaz temporal, que modifica constantemente toda referencia de navegación, generando peligros desconocidos y modificando los anteriormente localizados. Son frecuentes las derivas y los pocos viajeros que se arriesgan a zarpar en mi pequeño pero todavía seguro barco, están tan atemorizados que desisten inmediatamente de realizar la travesía o pretenden cambiar el rumbo de navegación, cuando no de capitán, embrujados por cantos de sirena que les embotan el conocimiento, empujándoles al motín. Somos muchos los que coincidimos en que las travesías se han vuelto peligrosas, se han llenado de nuevos riesgos y que los cambios efectuados en nuestros bajeles no son suficientes para garantizar una buena travesía. Por ello se hace preciso trazar nuevas rutas, construir barcos más grandes y seguros y dotarnos de una nueva
Aguja de marear para arquitectos
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La aguja de marear
Publicado el 07 noviembre 2013 por Javier Ricardo Javier Ricardo Simón Niño @JR_Simon_ArqtoSobre el autor
Javier Ricardo Javier Ricardo Simón Niño
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