5 de enero de 1895. Escuela Militar de París. Un pelotón de cinco hombres escolta a un sexto hasta el centro del patio. Se le lee en voz alta la sentencia de un Consejo de Guerra. Capitán del Estado Mayor Alfred Dreyfus, por un delito de alta traición queda degradado y se le condena a la deportación. Varios oficiales observan en la lejanía cómo, uno a uno, se le arrancan de la vestimenta los adornos que simbolizan su estatus y se parte en dos su sable. Con mucha sorna, bromean sobre la situación: los romanos echaban a los cristianos a los leones, nosotros le damos judíos al pueblo. Y es que el patriotismo basado en el odio a lo extranjero, principalmente a lo judío, llevaba tiempo instaurado en determinados sectores de la sociedad francesa y se acentuaba de manera evidente en el mundo castrense. Destierran al reo a la Isla del Diablo y ordenan que nadie hable con él durante su confinamiento. Es la muerte en vida, confesará en una misiva.
El nombramiento del coronel Picquart como responsable de la Sección de Estadística del Departamento de Contraespionaje cambiará el curso de los acontecimientos. Su conocido antisemitismo no fue óbice para que, haciendo gala de una intachable integridad, decidiese tirar del hilo al encontrar información que podría exonerar al condenado por espionaje.
Aquí comienza un apasionante relato de suspense e intriga policial y judicial digna del mejor Hitchcock que emparenta con la atmósfera y el frenesí que ya nos contagió Polanski en la estupenda El escritor. Un paralelismo nada casual, ambos guiones llevan, además de la del director, la firma de Robert Harris, autor de los dos libros que les sirven de soporte argumental. En aquel caso se trataba de una fantasía con toques de realidad, pero lo que imprime una pátina de interés al trabajo que nos ocupa es que retrata, paso por paso, uno de los más vergonzosos episodios de la historia de Francia.
Lo realmente absorbente del filme trasciende sus brillantes hechuras y su ritmo endiablado, incluso la magnífica interpretación de un soberbio Jean Dujardin que, en la piel del coronel Picquart, retrata a un tipo que cree que la verdad, la honradez y el honor quedan por encima de las jerarquías, que ama tan profundamente al ejército que no puede dejar pasar una injusticia que lo manche para siempre. La vigencia de todo lo que cuenta resulta tan pasmosa como alarmante. Ahí reside la fuerza de su mensaje.
El mundo al revés. Quien desgrana lo que realmente aconteció, Émile Zola en su famosa carta al presidente, sentado en el banquillo acusado de antipatriota, de mentir para ensuciar el buen nombre de la milicia y dejando cinceladas para la eternidad frases que hoy podrían ser reinterpretadas: “Asistimos a un espectáculo infame, para proclamar la inocencia de los hombres cubiertos de vicios, deudas y crímenes acusan a un hombre de vida ejemplar. Cuando un pueblo desciende a esas infamias está próximo a corromperse y a aniquilarse”. Deberíamos hacérnoslo mirar.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos
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El oficial y el espía
Dirección: Roman Polanski
Guion: Roman Polanski y Robert Harris, basado en el libro “Un oficial y un espía” de Robert Harris
Intérpretes: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Pawel Edelman
Montaje: Hervé de Luze
Duración: 132 min.
Francia, Italia, 2019