Revista Diario

La aldea

Por Mamaenalemania
Hay un dicho africano (creo) que reza: “Para educar a un niño, hace falta una aldea.”
Hay un dicho en el mierdapueblo (seguro, porque lo digo yo ahora mismo) que reza: “Para maleducar a un niño, basta menos de una aldea.”
Todas las madres que conozco se han quejado en algún que otro momento (en varios, para qué vamos a engañarnos) del empeño que tienen los extraños en inmiscuirse en la educación de sus hijos. Cuando digo extraños, no me refiero a las abuelas (precisamente una de sus funciones es inmiscuirse en todo, que para eso las madres/padres son sus hijos), sino a extraños de verdad: La panadera, el jubilado del parque, la vecina, el mendigo de la esquina…etc.
A un niño no se le puede educar en casa. Quiero decir que uno no puede estar escenificando constantemente escenas de la vida real con él para que aprenda cómo comportarse, lo que se puede y lo que no se puede. Se hace sobre la marcha: en el supermercado (no abras las galletas hasta que paguemos), en un restaurante (que no se te olvide el por favor y da las gracias al camarero y mírale a la cara cuando pidas), en la panadería (deja pasar a la señora, ponte a la cola)…
Las rabietas también hay que tratarlas en el momento, sea donde sea y estén donde estén, porque llegan a una edad (los 4 años, por ejemplo) en la que conocen perfectamente el poder de una rabieta en zona-no-segura-para-la-madre (a.k.a. cualquier sitio menos en casa).
Las quejas de las madres sobre las intromisiones de la aldea educadora suelen ser por el sempiterno “un azote le vendría de bieeeeen…” cuando el niño está pataleando en el suelo del supermercado delante de su objetivo (los huevos Kinder, haciendo honor a su nombre), sus gritos estridentes empiezan a hacer eco y tú intentas mantener la calma e ignorar la escena después de un rotundo “así no” a lo Supernanny-tímpano-de-hielo (porque menudos gritos), mientras guardas la compra a toda prisa con la única mano libre que te queda (la otra está evitando que el pequeño haga puenting desde el carrito).
Estos últimos días, en plenos terribles 4 años, estoy notando una nueva filosofía educativa en la aldea: La del “no, déjale, si no importa.”
No será tan agresiva como la del azote colectivo, pero suele ser más perjudicial. Mucho más.
El niño se pone a jugar con un globo que le han regalado en el restaurante y tú le dices que pare, que está molestando y que se espere a salir a la calle. Por supuesto, el niño pasa olímpicamente de ti, que para eso eres su madre. Al segundo toque, el globo roza al de la mesa de al lado y el niño le medioempuja al lanzarse a recogerlo. Y tú subes unos decibelios (pocos, pero suficientes para sonar seria de verdad), le repites lo que has dicho y añades la amenaza de quitarle el globo si no para. El niño se lo piensa, te mira, mira al señor (que se ha dado la vuelta y observa la escena), el señor te mira a ti y te dice “No, déjele, si no importa.” El niño, que no es tonto, pasa de ti y encima te suelta un “el señor me deja” al tiempo que lanza el globo al aire por tercera vez.
Si le quitas el globo, la pataleta es bestial, tú una bruja piruja y el señor otra víctima de tu tiranía (porque a él no le importaba, eso al niño le ha quedado claro como el agua).
Pero como el globo aterrice en el plato del señor, resulta que al señor ya le empieza a importar y la mirada asesina-mala-madre-a-ver-si-educas-a-tu-hijo es memorable. Y la pataleta al quitarle el globo la tienes igual.
Y digo yo ¿no se pueden callar cuando ven que estás en pleno momento educativo?
Y si tantas ganas de hablar tienen ¿no le podrían decir al niño simplemente “haz caso a tu madre”?
O si dicen que no les importa (llevándote la contraria y desautorizándote delante del niño) ¿no puede no importarles de verdad?
Aquí en Alemania la educación sin límites está a la orden del día y yo entiendo que los no-padres-del-niño-en-cuestión estén hasta el moño de tener que estar poniéndoselos ellos. Lo que yo no entiendo es que si se encuentran con una madre que asume su papel limitador, se dediquen a destrozárselo. Y luego a quejarse, por supuesto, que para eso son alemanes.

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