Mencionada de pasada en el anterior post, la alianza terapéutica es el mejor recurso para una buena relación entre médico y paciente, entre médico y familia.
Lo que sigue reproduce un texto nuestro, aún válido:
La prescripción de un tratamiento, la organización de medidas terapéuticas, correctoras, modificadoras de conducta, las ayudas sociales, las intervenciones de especialistas y demás recursos que puedan aplicarse para contribuir a resolver los problemas psicosociales de los niños y, también, de sus familias requieren siempre algo más que su simple enunciado o plasmación en un documento, hoja de consulta o receta.
La complejidad y la intervención de multitud de factores obligan a una prescripción ordenada y en profundidad. Pero aún así, la eficacia resulta a menudo frustrada y la efectividad elusiva de no mediar actuaciones de conjunto. En tales actuaciones debe incluirse al máximo número de personas involucradas y, es especial, la familia nuclear y a menudo, la familia extendida. Pero en todas y cada una de las circunstancias resulta difícil ligar la necesidad de un remedio a la obligatoriedad de su uso. Incluso en situaciones dramáticas la recomendación no garantiza la aplicación de un tratamiento. Las órdenes son para cumplirse pero la experiencia nos enseña que por encima de las órdenes está la libertad soberana de cada uno. Como ejemplo se pueden poner las cantidades ingentes de medicamentos sin utilizar que ocupan los armaritos de los cuartos de baño de toda la población.
Por todo ello conviene plantearse siempre el establecimiento de un convenio o pacto que se ha descrito como alianza terapéutica. Especialmente en situaciones como es la asistencia pediátrica donde el sujeto paciente siempre está al cuidado de otro, padre, madre o custodio, obtener un acuerdo de colaboración resulta imprescindible y, demostradamente es lo que mejor puede garantizar la eficacia buscada.
La puesta en marcha de una alianza terapéutica incluye:
Establecer un diálogo fluido
Atender las explicaciones de las familias y conocer sus recursos
Valorar la importancia que las familias dan a cada aspecto del problema
Conocer las expectativas que hayan puesto en los resultados
Abstenerse de realizar juicios de valor
Centrar los problemas en el sujeto: el niño
Naturalmente, contar con el propio niño, sea cual sea su edad
Elaborar la propuesta y dar un tiempo para comprobar la respuesta
Permanecer abierto a alternativas
Establecer un calendario o agenda de seguimiento y revisión pactado
Como dicen los abogados y los diplomáticos, un mal pacto es siempre mejor que un pleito o que la mejor imposición.
Una actitud negociadora abierta, que permita al niño y a las familias comprobar que tienen, al menos en parte, el control de la situación es el mejor estímulo para la responsabilidad y, además contiene los elementos para el consentimiento informado.
Elemental en la práctica de una Pediatría social
X. Allué (Editor)