Aunque muchos pensamos que eran sabios que se ponían manos a la obra para transformar el plomo en oro en sus pequeños talleres-laboratorios, lo cierto es que en el fondo se trataba de algo más. Parece que el objetivo final era la profundización en una autodisciplina que pretendía una transformación interna o producir una metamorfosis de índole espiritual, nada que ver con lo material. Aunque siempre nos los han mostrado en narraciones, cuadros y películas como solitarios trabajando en sus talleres, lo bien cierto es que estos sabios no iban por libre y estaban vinculados a organizaciones esotéricas donde al pertenecer a ellas se creaban unos círculos en los que podían expresar inquietudes y experiencias e intercambiar conocimientos, y donde se acababan creando vínculos personales de ayuda y crecimiento personal.
Fue en la Edad Media cuando se le dio forma al objetivo perseguido con el concepto de la Piedra filosofal y con la imagen del Santo Grial. En el Camelot del Rey Arturo y del mago Merlín aparece la búsqueda de este objeto identificado con la copa en la que bebió Jesús en su última cena.
Por lo tanto, y alejándonos de la imagen material de la transformación del plomo en oro, podríamos entender que en el fondo se trataba de una metamorfosis o muerte y renacimiento a una nueva vida distinta de la llevada hasta entonces, donde el alma pasaba de un estado burdo al oro del nuevo estado de plenitud. En definitiva la inmersión en un nivel espiritual o estado superior al que llegaban por la vía de la disciplina, la experimentación, el conocimiento y la mística. Morir a lo material para nacer a lo espiritual o entrada de pleno en la sabiduría.
Aunque por aquel entonces no eran aún conscientes del mecanismo que forma la personalidad y que hoy conocemos, en cierta forma les aproximaba a la concepción actual cuando las líneas de pensamiento místico oriental, hablaban de muerte y renacimiento a una nueva forma de vida más espiritual.
Las personas multidisciplinares son las aprendices de todo y maestras en nada. Son criaturas curiosas de buena voluntad; las que tienen ansias de saber, de comprender. Son las que han intuido que la clave es… todo: El sentimiento y la razón, el hombre y la mujer, la ciencia y el espíritu, el miedo y la valentía, la consciencia y la inconsciencia, la vida y la no vida… nada rechazan, nada reprimen, todo les interesa; se sienten vivos y no están doblegados ante “la realidad”… y entonces, tras un arduo trabajo de una vida, el altruismo y el amor de verdad les van sobreviniendo. El alquimista se convierte en mago, pero no para realizar milagros, sino para llevar a cabo el gran milagro: La transformación de sí mismo. Surge la sabiduría. Y aunque también la mezquindad continua latiendo en lo más profundo de su ser, sabe lo que es y lo comprende; porque lo ha sentido. No lo rechaza, simplemente hay cosas que se van diluyendo y quedan allá lejos, como una nube inconsistente. Y es entonces cuando lo increíble surge; cuando el trabajo del alquimista da sus frutos. Y la vida se realiza.
Caña a la falta de introspección y de trabajo en uno mismo.
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