Revista Arte
Cuando Nicolás Copérnico (1473-1543) comprobase en 1536 que su trabajo de análisis del firmamento heliocéntrico -el Sol permanece quieto frente a una Tierra que gira ante él- era como había deducido de sus observaciones celestes e históricas, permaneció prudente ante la publicación de aquel gran descubrimiento. Nunca lo llegaría a hacer. Tan sólo después de su muerte en el año 1543, el editor Andreas Osiander llegaría a publicar aquella sorprendente revelación para el mundo. Porque desde Ptolomeo -siglo II d. C.-, junto con la Biblia ancestral, se había dejado claro que el Sol se movía a lo largo de su recorrido celeste ante una Tierra que se mantenía fija en el centro del Universo. Luego de Copérnico, Kepler y Galileo demostraron y desarrollaron científicamente toda aquella misma teoría heliocéntrica. Pero antes de eso -y de Ptolomeo- ya se habría escrito el Libro de Josué, en el Deuteronomio bíblico, donde se describía la experiencia con el Sol de Josué, el líder-heredero del pueblo elegido a la muerte de Moisés. En ese libro bíblico se narraba el momento donde Josué observa entonces cómo sus enemigos, los reyezuelos de Canaan, persistirán en su bélica actitud ante los aliados israelitas de Gabaón. El tiempo pasaba y el Sol continuaría su itinerario celeste hasta su puesta nocturna, cuando la oscuridad impediría entonces ver a sus enemigos. Y fue cuando Josué exhortó a su Dios a detener el Sol, única forma de mantener así la luz necesaria el tiempo preciso -casi otro día más- para vencer a sus infieles contrincantes.
El pintor británico John Martin (1789-1854) fue uno de los pocos seguidores de una nueva pintura que avasallaría la visión con los colores, con la sorpresa y con la espectacularidad. El romántico Turner (1775-1851) fue el iniciador de esa maravillosa forma de expresar en el Arte. Pero Martin, a diferencia de Turner, orbitó siempre su estilo con temáticas bíblicas o míticas tan sagradas. Eso le malograría luego, en los inicios de una modernidad hastiada de leyendas. Porque en el Arte hay dos cosas que garantizarán la prevalencia y el éxito: la anticipación de una tendencia -ser el primero-, y la sintonía con el pensamiento de la época. Turner tuvo las dos cosas, y por eso triunfó entonces y ahora. Martin no tuvo ninguna, y por eso tan sólo impresionó mientras viviese. Al comienzo de la segunda mitad del siglo XIX, el mundo no se alinearía nunca más con leyendas sagradas o no. Por eso sus obras, que mantienen una espectacularidad artística semejante a la de Turner, dejaron de ser apreciadas luego por una modernidad cada vez más alineada con pensamientos positivistas -científicos- y menos con leyendas sobrepasadas o tendenciosas.
De aquella leyenda de Josué el pintor John Martin elaboraría dos obras de Arte. Una en el año 1816, en su juventud más neoclásica, Josué manda al Sol detenerse en Gabaón -National Gallery Art de Washington D.C.-; otra en el año 1840, en su madurez más romántica, del mismo título -Yale Center for British Art-. Porque eso es lo que apreciaremos en estas dos creaciones del mismo artista británico. Aquí, en esta entrada, la primera imagen reproducida es la del año 1840, la segunda es la del año 1816. En ambas observaremos la misma escena bíblica: el mismo paisaje, el mismo cielo tenebroso, los mismos guerreros y un Josué elevado aquí su brazo derecho en señal de conminación a un Sol muy poderoso. Pero, hay diferencias... Sutiles y mínimas, pero suficientes como para encajar una crítica sobre el paso de una tendencia clásica a una romántica. Fue la época de ese proceso antagonista en el Arte. Martin vivió en esa encrucijada artística: el paso del neoclasicismo al romanticismo. Pero, para cuando él se diese cuenta de que la tendencia artística debía ser otra, no consiguió, sin embargo, comprender que el pensamiento de la época -años cuarenta del XIX-, y siguientes -la modernidad-, determinarían un sentido más liberador de antiguas leyendas ya superadas en el mundo occidental.
Pero, sí comprendió el creador británico, a cambio, más el Arte que el pensamiento, lo que le salvó, a fin de cuentas, en un cierto sentido artístico. Al menos aquí, en esta muestra de dos de sus obras de la misma temática y la misma escenificación, ¡tan iguales pero tan diferentes...! Porque la del año 1840 -la primera expuesta aquí- esbozará apenas las cosas que antes, la del año 1816 -la segunda expuesta- habría manifestado con detalles innecesarios para una verdadera obra de Arte. Porque no habría que señalar tanto las figuras, no habría que perfilar tanto los paisajes, no habría que abundar tanto en los detalles, no habría que distinguir las cosas tanto ni relajar los instantes o sus gestos hieráticos. Porque el Romanticismo -la modernidad en la Pintura en aquellos años decimonónicos- demostraba que la tensión era más eficaz que el relajo, el minimalismo más que la abundancia, o los colores más que el dibujo. Pero, no le bastó. Martin moriría y su obra moriría con él. Sus obras, devaluadas a su desaparición, acabaron constreñidas a los museos o a las paredes nostálgicas de un misticismo superado. Sin embargo, la espectacularidad romántica y sus efectos luminosos y cromáticos -herederos apasionados del gran Turner- estarán no obstante en sus tendenciosas obras de Arte. Esa tendenciosidad que las hicieron ajenas a la eternidad de lo sublime. Porque lo sublime en el Arte tiene que ver más con otra cosa, algo que siempre mantendrá una actualidad a pesar de los años, algo que puede sustituirse siempre en obra maestra porque conseguirá aquellas dos características, imprescindibles, para ello: la anticipación -la originalidad o novedad- a la vez que la armonía histórica -el pensamiento de la época- de su tendencia.
(Óleo del pintor británico John Martin, Josué manda al Sol que se detenga (Josué manda al Sol detenerse en Gabaón), 1840, Yale Center British Art, New Haven, Connecticut; Óleo de John Martin, Josué manda al Sol que se detenga en Gabaón, 1816, Galería Nacional de Arte de Washington, D.C.; Detalles de ambas obras: detalle del Sol y la ciudad de Gabaón de la obra de 1840, detalle de la misma escena de la obra de 1816; Detalles de ambas obras: detalle de Josué y sus hombres de la obra de 1840 -más romántica-, y detalle de la misma escena de Josué de la obra de 1816 -más neoclásica-.)
Sus últimos artículos
-
El Arte es como la Alquimia: sorprendente, bello, desenvuelto, equilibrado, preciso y feliz.
-
La orfandad interconectada de un mundo desvalido tuvo ya su némesis cien años antes.
-
El amor, como el Arte, es una hipóstasis maravillosa, es la evidencia subjetiva y profunda de ver las cosas invisibles...
-
El centro del mundo es la representación ritual de un orden sagrado, el Arte, cuya expresión sensible es la creación del hombre.