Halcón, Majoleto, Empolvado, Turulato, Fusilero y Billetero. Así se llamaban los cuvillos, que en paz descansen y caguen las moscardas, que han saltado, para bochorno de la tauromaquia, al ruedo de la calle Játiva. Aunque también, merced a sus hechuras, en esa granja escuela que es el Grullo, podrían haberlos bautizado como Gorrino, Micifuz, Pitorrito, Lisiado, Lelo y Retaco. La sádica y exigente afición levantina en el arrastre los despidió con pitos, silencio, pitos, pitos, palmitas (al Lelo, como premio por hacer honor a su nombre) y silencio. Ríase usted del talibán medio del Siete. Cómo se puede ser tan fanático para no reconocer que el presente y el futuro, más grande y lustroso que el fraudulento pasado, es éste, el del bicho que sale ya templado de chiqueros, que de toro no tiene un pelo; que no exige lidia porque, como buena lumbrera, no presenta problemas; cuyo comportamiento y vigor hacen que los dos primeros tercios queden reducidos a un mal tentadero; con embestidas melancólicas que logren sacar el graznido del bieeeeen, arrancado de las fauces del clavelero que no se digna a pisar un tendido y que esa tarde se paga una barrera para presumir de prominencia social; sardinas cuya mayor y única virtud radica en colaborar con el torero para que le sean cortadas las orejas, si es simbólicamente, junto al rabo, mejor. Esta es la peste que nos quieren vender como esencia fetén de los nuevos tiempos. Los clásicos la hubieran llamado por su nombre: mierda.
Manzanares ha dado una demostración soberana de como torear sin toro. Que viene a ser algo así como meter un gol sin portero o ganar a los naipes jugando al Solitario. La figura del maestro alicantino crece a pasos agigantados, dicen los revistosos. El pero, y no es pequeño, es que como si de una macabra fórmula aritmética se tratase, para que crezca su dimensión de torero y artista es igualdad obligatoria que mengüe hasta límites caricaturescos el Toro. El quinto de la tarde fue uno de esos animales que parodian al animal que (casi) todos amamos, ex-eje de la Fiesta, y que permitió al Manzana hacerle diabluras, por aquí, por allá, una tanda soberbia de naturales, un pase de pecho de cartel y remates con garbo y donosura. Los taurinos han logrado darle la vuelta a la tortilla: hacer que el fuerte, el que tiene ventajas sea el hombre, y que el débil, que pasa miedo con el oponente sea el Toro. Me pregunto si la Historia se hubiera escrito igual si Goliat le hubiera ganado a David. ¿Donde estaría la gracia para el pueblo de Israel? ¿Dónde reside en esta tarde, y muchas otras, el arte para el aficionado sediento de emociones? Para Luque tampoco había toros. Más que decoroso con la capa -no se crean que hay en el escalafón muchos capoteros como él- y voluntarioso con la muleta. Sin opciones.Como dice el Inclusero: "El arte sin emoción no es toreo"