Antiguamente se relacionaba la arqueología con la historia del arte antiguo, que servía para recuperar obras de especial relevancia desde el punto de vista estético: estatuas, mosaicos, frescos, joyas, figuras de cerámica, piezas de vajilla realizadas con materiales preciosos...
El arqueólogo era considerado una persona con la mente orientada al pasado, un personaje fuera de su época. Pero la arqueología es una ciencia en evolución.
Hoy es diferente; para la mayoría el trabajo de los arqueólogos es útil para reconstruir la historia de un pasado lejano, incluso próximo (por ejemplo la arqueología medieval y la industrial).
No podemos tener contacto directo con el mundo antiguo, sino a través de los hallazgos o los testimonios literarios que nos han legado diferentes civilizaciones, muchas veces escritas por sus protagonistas, dejándonos ver sus ideologías y visiones del mundo.
La documentación arqueológica no es neutral. Conocemos los objetos de las clases acomodadas, infinitamente menos los de la clase pobre y prácticamente nada de los criados. De todos modos, a través de la combinación de fuentes literarias, arqueológicas y épicas, tenemos material suficiente para reconstruir de manera bastante fiable la historia antigua; sin olvidar que no es objetiva: escribimos de lo que no hemos visto, con lo que no hemos tenido experiencia y de lo que poseemos noticias escasas y subjetivas.