Revista Arte

La audacia más artística en la cultura clásica y tradicional de la España del siglo XVI.

Por Artepoesia
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El Greco fue el mayor artista original y auténtico de toda la historia del Arte. Pero, no sólo a él se le debe el que esas obras tan innovadoras, atrevidas o alejadas de la forma y la medida de lo clásico, fueran conocidas y reconocidas en el mundo, sino también a los personajes que hicieron posible que ese Arte fuera glosado, apoyado y expuesto a los ojos de todos aquellos que quisieran verlo (las iglesias, sin ser un museo, permitirían entonces poder admirar las obras pública y gratuitamente). Porque fue posible todo ese Arte gracias a la Iglesia toledana, el cliente más importante y el mecenas más decidido que tuvo el pintor cretense. El Greco sin la Contrarreforma y sin sus amigos eclesiásticos de la Archidiócesis de Toledo no hubiese llegado a ser lo que fue y, por tanto, hoy no podríamos admirar sus obras extraordinarias y su enorme talento artístico. Para valorar las cosas hay que situarse históricamente. El Retablo de la iglesia del Colegio de la Encarnación de Madrid (Retablo de Doña María de Aragón) es, sin embargo, una anacronía artística del pasado...  ¿Cómo se aceptó para un retablo mayor de una iglesia de la corte madrileña unas obras tan vanguardistas a finales del siglo XVI? Si nos fijamos con actitud crítica contemporánea, pueden pasar mejor esas imágenes sagradas por el retablo modernista de una iglesia suburbana de los años setenta del siglo XX que, sin embargo, para un retablo manierista de cuatrocientos años antes. Pero, sin embargo, fueron compuestas entre los años 1597 y 1599, una absoluta innovación estética si nos situamos, además, en la cultura tan tradicional y clásica donde fueron compuestas y expuestas las obras de El Greco, la iglesia agustina de un seminario céntrico de Madrid. ¿No es un elogio extraordinario admirar también a las personas (y a la sociedad) que encargaron, aceptaron y apoyaron todo ese Arte? 
También la Contrarreforma impulsaría a El Greco. Volvamos a situarnos en la historia. La Reforma luterana fue una revolución en la Europa del siglo XVI. Lo cambió todo, la sociedad, la política, la cultura, la religión y el Arte. La Iglesia Católica vio peligrar su sentido sagrado en el mundo. Y aunque la Reforma tuvo luego unas consecuencias más políticas o sociales que religiosas, la imagen del Catolicismo se transformaría de la mano de religiosos, teólogos y místicos, que fueron aún mucho más ascéticos, consecuentes, honestos y pulcros que el mismísimo Lutero. Como siempre en la revoluciones, ganarán los oportunistas y la idea original pasará pronto por el tamiz de lo posible o de los hechos consumados y tan interesados. El Greco supo entender el sentido de la reforma católica, lo que fue la Contrarreforma, para expresar entonces con sutileza teologal y mística las imágenes tan revolucionarias de su innovadora y brillante manera de pintar. La personalidad de El Greco debió haber sido fascinante para la época. Hoy podemos entender los atrevimientos tan peculiares de los extravagantes artistas modernos, sus manías, sus deseos irrefrenables e irracionales, pero, ¿y entonces? Y, sobre todo, también elogiar la actitud de los que defendieron su Arte contratando sus obras en una época en donde la Belleza artística clásica era un valor incuestionable. El Retablo de Doña María de Aragón fue compuesto por seis cuadros de gran tamaño para la iglesia del Colegio agustino de la Encarnación de Madrid, un edificio expropiado a comienzos del siglo XIX y convertido luego en el Senado de España. Sus obras fueron trasladas al museo del Prado excepto la Adoración de los magos, que se encuentra hoy en el museo nacional de Bucarest. Observemos todo el conjunto de lo que fue aquel retablo y luego cada una de las obras maestras, ¿no es un universo artístico extraordinario lo que creó El Greco en ese retablo?, ¿no es la consecución total del Arte cada una de sus obras manieristas tan intemporales, donde ya no se puede ir más allá artísticamente?
Cuando el escritor francés Theophile Gautier viese las obras del El Greco en el año 1840, comprendió que eran unas pinturas que no habían sido lo suficientemente valoradas. Pero pensaría también que el pintor cretense había sido un personaje un tanto extravagante y un poco loco, aunque sin desmerecer para nada este juicio su genialidad, sino justo todo lo contrario, era consecuencia toda esa maestría artística tan extraordinaria de toda esa misma excéntrica y estrafalaria personalidad. Lo que el mundo luego, sobre todo el Romanticismo, tomaría ya como un modelo paradigmático de los mayores genios artísticos de el Arte. El valor de El Greco es doble, no sólo sus obras son una maravilla de composición estética fascinante, de colores, formas, mezclas, narración, enlaces, combinaciones, ajustes, acoplamientos, variaciones o expresión completa y absoluta de un escenario pictórico universal, sino, sobre todo, por el hecho de haber sido compuestas siglos antes de que algún creador plástico se atreviera a deformar o a plasmar así las formas artísticas representativas o figurativas en un lienzo vanguardista. Esa anticipación estética le hace acreedor de ser considerado el más grande y el más auténtico creador pictórico habido en toda la historia de la humanidad. 
(Retablo de Doña María de Aragón, todas obras manieristas al óleo de El Greco: La Resurrección, La Crucifixión, Pentecostés, La Adoración, La Anunciación, El Bautismo de Cristo, compuestas para el Colegio agustino de la Encarnación durante los años 1597 al 1599, todas en el Museo Nacional del Prado, excepto La Adoración, expuesta en el Museo Nacional de Rumanía.)

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