Revista Libros

"LA AZOTEA" de Fernanda Trías

Publicado el 04 septiembre 2021 por Marianleemaslibros
AZOTEA
No sé cómo se me ocurrió subir a la azotea. Nunca antes había subido, a pesar de que toda la vida había visto esa puerta de metal en lo alto de la escalerilla. Nadie en el edificio la usaba porque no se podía colgar ropa ni poner sillas o piscinas. Por motivos de seguridad, decía el cartelito pegado en la puerta.
Esa primera tarde subí sin pensarlo, sin imaginar siquiera que la azotea se convertiría en algo tan importante. Mi lugar, mi guarida.AZOTEA
Cuando leí Mugre rosa (su última novela publicada), me quedé con ganas de volver a esta uruguaya que actualmente reside en Bogotá, a Fernanda Trías (Montevideo, 1976), cuya prosa me cautivó por completo y os adelanto que "La azotea" (su primera obra publicada) me ha vuelto a cautivar (que curioso, ¿verdad? la primera y la última leídas). La he devorado, me la he terminado en una tarde, vale que es cortita, pero no podía parar de leer. 
"La azotea" fue publicada en 2001 y en su día tuvo mucho éxito, de hecho fue seleccionada entre los mejores libros de 2001 por el País cultural de Uruguay y ganó el tercer premio de la categoría Narrativa Edita del Premio nacional de Literatura de ese país.
La trama sin spoilerClara vive encerrada por voluntad propia con su padre y su hija pequeña, Flor, después de haber renunciado hace algún tiempo a su trabajo y a su vida previa, para poder cuidarlos. La voluntad del padre y de la niña quizás no sea la de estar encerrados, pero Clara siente que los está protegiendo del mundo exterior, de un mundo que se ha convertido en hostil y peligroso para todos. 
El mundo es malo. Las calles son peligrosas y no se puede confiar en la gente. Así le fue a Julia. Por eso quise proteger a papá, aunque él nunca lo haya entendido. Hasta el día de su muerte mi padre veneró un mundo que no hizo más que robarle todo lo que quiso. La gente es bruta: empuja, pisa, no mira dónde pone el carrito. Sus ojos te revisan el cuerpo y siempre son dañinos.

Ella solo sale de casa alguna que otra vez para ir al mercado y vuelve rápidamente para refugiarse en su hogar, y en la azotea del edificio, donde sube cuando quiere estar sola y aclarar ideas. Aunque muchas veces le encarga la compra a una vecina, Carmen, la única persona a la que le permite entrar en la casa. 
Carmen ayuda a Clara a cambio de dinero en algunas tareas domésticas y es quién la asistió en el parto cuando nació Flor, pero es una extranjera que apenas habla el castellano y que además comienza a ser percibida como una amenaza, como alguien que los vigila constantemente, que los espía y que conspira junto a “Los otros” (una secta del mundo exterior a la que pertenece) para destruirlos.
Los puntos fuertes de la novela 
Pocos personajes y pocos diálogosSon solo padre e hija los principales personajes, ya que la niña (Flor), la vecina (Carmen) y el canario, pintan poco, solo están ahí de fondo. 
-- Clara: su misión actual en la vida es la de cuidar a su padre, a su hija y vigilar que no salgan al exterior, mantenerlos a salvo en la casa. Ella no es consciente, pero no es capaz de distinguir su realidad, de su no realidad y está convencida de que hace lo correcto protegiendo, “encarcelando” a los seres que quiere.
-- El padre: es un hombre enfermo y deprimido que permanece postrado en su cama junto al canario que aletea en la jaula, que vive encerrado en su habitación desde que su mujer, Julia (que no es la madre de Clara y de cuyo dinero tiran para ir subsistiendo) murió en un accidente de tráfico. Casi ni habla, ni come, y su única obsesión es poder salir al exterior, pero su hija no se lo permite. A veces siente que se ahoga, que su canario se ahoga, que no tienen aire para respirar. 
-- El departamento donde viven, testigo del encierro, llega a sentirse como un personaje más, un organismo vivo dentro del triángulo familiar, casi con voz propia, con entidad propia
Saqué una pila de frazadas gruesas y cubrí las ventanas. Tapé la ranura bajo la puerta con un perro salchicha, un cilindro de tela relleno de arena. A la cerradura le puse papel higiénico, igual que a la mirilla. Recién ahí me sentí a salvo.

Entre los balbuceos de Flor, los chirridos del pájaro y la decisión de guardar silencio del padre, la vida entre esas paredes va pasando con poca interacción entre ellos, pocos diálogos, pero tampoco los necesitamos. Tan solo habla Clara y ella nos cuenta lo que siente, lo que piensa, lo que pasa y ha pasado por su cabeza desde hace cuatro años que son los que llevan encerrados en la casa y son los que han pasado desde que murió Julia, la mujer del padre.
Después vino el accidente, yo me mudé con papá y poco a poco fui abandonando todo lo que me unía a mi vida anterior.

Un mundo aislado de la realidadAl principio de empezar a leer, os reconozco que durante unas cuantas páginas, no sabía bien qué tenía entre manos, qué me estaban contando. Poco a poco empecé a dudar de si esos peligros y amenazas del mundo exterior del que se esconde Clara, no estarían solo en su cabeza, dentro de ella misma. ¿Real o imaginado? that's the question. . . Una mente en puro conflicto, ¿fobias o una mente enferma? 
Una familia endogámicaLa familia de Clara es ese triángulo delimitado por ella, su padre y su hija. No pretende ni necesita salir de ahí, porque así están todos a salvo. Y desde el principio, no dejas de preguntarte ¿a salvo de qué? ¿qué peligros acechan en el exterior?
De sólo pensarlo el miedo me paralizaba. No sabía a dónde ir y ni podía imaginar otra vida que no fuera aquella: la casa y mi rutina, cuidar a papá, cocinar, limpiar el cuarto, cambiarle el agua al canario, bañar a Flor.

Percibes algo extraño en la relación que tiene con su padre, presientes que en esa peculiar familia, los límites de la sangre tienden a confundirse y es que para Clara, su padre es también el padre de Flor y no tienes la certeza de si eso está solo en su cabeza o es algo real. Porque Clara le adora, aunque él no le dirija casi la palabra, la ignore y sea tan desagradecido que lo único en lo que piense es en salir de allí, y alejarse de ella.
Nos imaginé a los tres de la mano: caminábamos y corríamos por el borde de la azotea sin miedo a caernos ni a querer saltar. Imaginé con mucho detalle el precipicio que se abría al otro lado. Abajo, la gente se veía como puntos negros y los autos como cajas de fósforos. Yo tenía miedo, pero en cuanto papá me daba la mano el miedo desaparecía. «No hay forma de caerse», me decía él, «es sólo una ilusión».
Una trama claustrofóbicaEn esta novela la autora ha sabido crear un ambiente totalmente claustrofóbico, consigue que el lector se sienta también encerrado en una casa bastante a oscuras, sin casi aire, sientes el ahogo del padre y del canario, en esa habitación con la ventana casi permanentemente cerrada, abierta solo a ratitos muy controlados por Clara. Además, en la historia se sugiere un pasado oscuro, aunque sin nombrarlo, sin contarlo, que le resta aún mas luz al ambiente.
Todos tenemos nuestra "azotea"He percibido esta obra como una potente metáfora: para Clara su azotea es su espacio de liberación donde puede respirar tranquila, su escondite secreto, y sube allí siempre que puede. Bien pensado, todos tenemos nuestra azotea particular, sea un lugar, un hobby, una persona que nos permita evadirnos, refugiarnos, la necesitamos para poder coger aire y seguir hacia adelante.
Quiero reconstruir la vista de la azotea, recordarla de forma tan perfecta que ya no pueda distinguir el recuerdo de la realidad. La azotea era mi lugar; el único donde no pudieron vencerme.

Pero la azotea también es para Clara una posibilidad de acabar con todo, de huir y se imagina saltando al vacío desde ahí, aunque solo el hecho de imaginarlo ya suponga traicionar a los suyos, dejarlos solos, sin atender.
El pretil no tenía baranda. Me acerqué casi hasta el borde, pero mantuve el cuerpo más atrás que la cabeza. Calculé los metros que me separaban de la vereda y sentí el impulso de saltar. Imaginé que saltaba y que caía intacta; imaginé que daba un salto larguísimo y que cruzaba hasta el techo de la iglesia. Tuve que alejarme del borde no por vértigo, sino por miedo a ese deseo ridículo que podía volverse incontrolable.

También su casa, su departamento, es su zona de confort y se siente amenazada por todo aquello que es ajeno a la misma. Me viene a la cabeza ese sentimiento durante los meses del confinamiento, esa época en la que sentíamos que solo estábamos protegidos en nuestras casas y que salir al supermercado a hacer las necesarias e imprescindibles compras, suponía de por sí toda una auténtica y peligrosa aventura, pero con la diferencia de que ese mundo en el que vivíamos entonces, sí era real.

Resumiendo: “La azotea” es una novela cortita que he leído del tirón y he disfrutado mucho, narrada con un cierto toque de humor kafkiano por una protagonista que oscila entre la cordura y el delirio. Un relato perturbador que comienza y termina de la misma manera, con “la hora en que todo terminó” y que circularmente se cierra con un apocalipsis personal y familiar, con un final impactante, de esos que te dejan con la boca abierta. Lo mejor, por supuesto la prosa de Fernanda Trías, bonita, rica y poética.
Pero el tiempo siguió pasando a pesar de mí, a pesar de nosotros, aunque debería haberse terminado el día en que Flor cumplió un año, con la sonrisa de papá y la velita mágica. Ese sí habría sido un final feliz. Un final perfecto.

Mi nota es la máxima, claro y ni que decir tiene que, aunque no quiero resultar pesada, os la recomiendo, os recomiendo conocer a Fernanda Trías:
AZOTEA

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