Revista Toros

La bacalá nacional

Por Antoniodiaz

La bacalá nacional

Bacalá en la Plaza de "toros" de Valencia


No digo yo que en otros tiempos no lo hubiera, y no descarto que en estos aún haya goterones errantes de torería por ahí desperdigados, pero esto del arte me parece una bacalá que han reinventao de aquella manera cuatro interesaos para tapar las carencias de tres cuartas partes de la cabaña brava y las vergüenzas, miedos e incompetencias de lo más granado del escalafón, sea quien sea el que ocupa esos lujosos puestos. Para ello no han dudado en provocar el derrumbamiento de los pilares de la tauromaquia, los sabios quehaceres delante del negrito, las maneras clásicas de mandar en el toro, de llevarlo y traértelo, de presentarle la muleta, el dar ese pasito más allá que convierte las femorales, a cada lance, en una ofrenda ritual, que recalifica los sacrificados terrenos de invasión en un altar que eleva al torero, como un dios, sobre el común de los mortales.Torear, leches, que parece que ya nadie recuerda, o no quiere recordar, lo que toda la vida de dios ha sido torear.
En Valencia estamos viendo mucho de esto, de la mentira que se traen con el toreo del bueno, ese que nosepuéaguantá y que aún así, aguantamos como estoicos, pagando como primos, una tarde, una feria y una temporada tras otra, con un arte masacrado por la pena y poco respeto que imponen los toros, cuyo descaste, asola como una puta leucemia, las millones de vetas tocinosas en las que se ha convertido el toro de lidia, y no es sólo la sangre que viene de tal o cual casta, que vistó está, y por desgracia con cada día menos excepciones, que la peste de la nobleza chochona es una mal endémico y generalizado. 
Ayer fueron los garcicumbres, el otro los atanasiardos de Valdefresno, hoy le toca a Zalduendo y mañana será otra, si es que antes no acaba en el matadero, una más de tantas que nos esperan, las que protagonizan, y no muy a su pesar, si no todo lo contrario, que lo hacen con el ganadero sacando pecho y el mayoral grabando con la Polaroid desde el callejón, el triste descenso a los infiernos de un espectáculo estremecedor, selvático y real como la vida misma, a categoría de pasatiempo gore para verduleras fanáticas de todo lo que tenga tufillo a moderno.
No hay crítica, ni crónica, ni telegrama posible al festejo de ayer, fotocopia de antié y de mañana, las tardes se han convertido en monotemáticas, la gente acude al tendido pensando que se van a lidiar doce orejas en lugar de seis toros y los maestros no están muy por la labor de desdecirlos trayendo consigo seis láminas antiguas de la Lidia que ponga al público, en vez de a beber cubatas, a cavilar.
Así, en cuatro líneas, dejamos constancia de como con el toro de carretón, las distancias entre el duro fajador, Padilla, y los finos estilistas, los compañeros, se estrechan, tanto que al jerezano ahora se le ha descubierto un arte, sí, del mismo que nosepuéaguantá, que en veinte años no se le ha visto y que de buenas a primeras, como por gracia del espiritu santo, aparece irremediablemente cada vez que el panaderito se apunta a una merienda de figuras. Al contrario pasa igual, en la escasa medida en la que se arriesgan, que no suele ir más allá de probar el producto de un nuevo semental de su ganadería fetén, cuando Justo, Álvaro o el Juan Pedro de turno, se equivoca y embarca un atún mansito o complicadillo y ahí que vemos tomar el olivo a la mejor cuadrilla de artistas de la historia, dudar al Alejandro Sanz del toreo, y andar aperreado, como un tejela más, al mismísimo Talavante.
Quizás la diferencia no esté en el arte con que se manejan unos u otros; sino en el que demuestran temporada tras temporada sus mentores, esos artistas.


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