No deja de sorprenderme cómo los grandes medios están haciendo jirones del “coaching”. Y lo que me preocupa es que esto genera el contagio de una percepción colectiva contra la que es muy difícil ir. Imagínate por ejemplo que alguien te pregunta a qué te dedicas y que tú, como parte de un meditado “elevator pitch“, le dices que eres coach. No sería la primera vez ni la última en que esto se llegue a convertir en el blanco de una serie de comentarios “graciosos” y simplones a los que poco a poco te tengas que ir acostumbrando.
Quizás un día intentes evitar la palabra “coaching” en un buen uso del método PCM (Prueba Con Mamá) de Didac Lee y busques alguna alternativa simple que trate de reflejar lo relevante que es esta profesión, pero aún así cada día resulta más difícil defenderse profesionalmente bajo la denominación de “coach”. Y es comprensible si nos fijamos, por ejemplo, en algunas de las “versiones” del coaching que te puedes encontrar en cualquier periódico o canal:
- Los “coaches” de “La Voz“. No hacen coaching en absoluto. Es otra cosa.
- Primer programa de “coaching” para empresas que utiliza “El Encierro” como herramienta de desarrollo para equipos. Probablemente hayan desarrollado una metáfora que pueda ser de ayuda para el teambuilding y que además sea vendible en ciertos contextos pero, sin conocerlo a fondo, difícilmente será coaching.
- “Desorden extremo”, un “coach” para gente con problemas de organización. Es solo otro subproducto televisivo.
Hace tiempo que muchos profesionales vienen advirtiendo de que se trata de una actividad profesional poco regulada y de que hoy en día prácticamente cualquiera puede autodenominarse “coach” a pesar de no haber pasado por un proceso de formación ni por un proceso más profundo de experiencia y maduración.
Defender el coaching se convierte, entonces, en un proceso de práctica personal silenciosa y honrada y en pequeños destellos al estilo “David contra Goliat” por defender la seriedad del planteamiento, tal y como aquí hace Leo Ravier: